lunes, 20 de diciembre de 2010

Sobre la salvación (José Martí)

"Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no da fruto" decía Jesús. Y en otro lugar de la Biblia: "Quien no carga con su cruz y viene tras de mí, no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 27)

Es cierto que si no hay negación de uno mismo, si no se pierde la propia vida, no hay fruto.  Y es cierto que si no tomamos nuestra cruz y seguimos al Señor, no podemos ser sus discípulos. Y esto es así porque son  sus palabras.

Dicho lo cual, en mi opinión, yo pienso que es preciso hacer hincapié más en el fruto que se pretende alcanzar que en la negación de uno mismo que conlleva el poder conseguirlo, pues es la visión del fruto la que hace posible esa negación. Y lo mismo ocurre con el seguimiento de Jesús: nuestro objetivo, lo que pretendemos es seguirle. En eso debemos poner nuestra mente, nuestra voluntad y nuestro corazón, más que en el hecho (necesario e imprescindible, como veremos más adelante) de que haya que tomar, cada uno, su propia cruz, para poder seguirle.

Sigamos escuchando lo que nos dice el Señor: "El que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). Y también: "En esto es glorificado mi Padre, en que déis mucho fruto y seáis mis discípulos" (Jn 15,8)

Como se ve, es la unión con el Señor lo que verdaderamente importa; sólo si permanecemos en él podemos dar ese fruto por el cual es glorificado su Padre, y Padre nuestro también (por pura gracia).

"Yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre, en mi Nombre, os lo conceda" (Jn 15, 16). "Si permanecéis en Mí y mis Palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y se os concederá" (Jn 15,7).

El único fruto posible, que puede llamarse propiamente tal, procede de la unión en totalidad con Jesús, nuestro Maestro. Y esto es así hasta el punto de que dice Jesús: "Todo sarmiento que en Mí no da fruto (mi Padre) lo corta" (Jn 15, 2). Y "si alguno no permanece en Mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo echan al fuego y arde" (Jn 15, 6).

Todas estas cosas las entendió muy bien San Pablo, quien decía: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 2, 21).  Y también: "Vivo yo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20).Y dirigiéndose a los cristianos de Filipo les decía insistentemente: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5)

La vida de un cristiano no tiene sentido si no permanece unido, en cuerpo y alma, a Jesús, su Maestro. Pero, ¿qué nos dice Jesús? ¿Qué tenemos que hacer para asemejarnos a Él? Como siempre, la respuesta del Señor es clara: "Me llamáis 'Maestro' y 'Señor'; y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que como Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis también vosotros" (Jn 13, 13-15)

Cuando un doctor de la Ley le preguntó al Señor para tentarle: "Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la Ley? Él le contesto: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el gran mandamiento y el primero. El segundo es semejante a éste: 'Amarás a tu prójimo como a tí mismo'. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas" (Mt 22, 36-40)

Por lo tanto, la tarea no es fácil: ¡Amar al Señor!, por supuesto que sí. Es lo único que puede dar sentido a nuestra existencia. Pero el amor no son sólo palabras: "No todo el que me dice: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 8, 21)

El amor debe manifestarse en la propia vida o no es tal amor, máxime cuando el Señor pide, además, un amor 'total' (con 'todo' el corazón, con 'toda' el alma y con 'toda' la mente).

Y es aquí cuando interviene la segunda parte: el grano de trigo debe morir, cada uno debe cargar con su cruz, etc. Y de ahí también la importancia de las pruebas. Es fundamental tener esta idea muy clara en la mente. La Biblia abunda mucho en expresiones relativas a ello. Así el apóstol San Pedro: "Todavía por un poco de tiempo debéis sufrir diversas pruebas, para que la calidad de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro corruptible, que se acrisola por el fuego, sea hallada digna de alabanza, de gloria y de honor en la manifestación de Jesucristo" (1 Pet 1, 7).

También el apóstol Santiago nos consuela  con sus palabras: "Bienaventurado el hombre que sufre la tentación, porque tras la prueba recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman" (San 1, 12). Y, por supuesto, el mismo Señor:  "Dichosos seréis si comprendéis estas cosas y las ponéis en práctica" (Jn 13, 17). ¿Y qué significa ponerlas en práctica sino renunciar al propio yo que sólo busca lo suyo y pensar en Jesús y en los demás, que son nuestros hermanos, para edificarles con la Palabra Divina hecha realidad en nuestra vida? De hecho, cuando somos generosos y respondemos con amor al Amor con el que somos amados por Dios, aumentan las pruebas, para que el amor también aumente. "Todo sarmiento que da fruto (mi Padre) lo poda para que dé más fruto". Así es. Esto en cuanto a la cruz propia de las pruebas y las tentaciones. Y sin asustarnos, teniendo siempre en la mente aquello que decía San Pablo a los Corintios: "Fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación os dará la fuerza para que podáis superarla" (1 Cor 10, 13). Pero hay más:

En otro lugar de la Biblia se nos dice: "Todos los que aspiren a vivir piadosamente según Cristo Jesús padecerán persecuciones". Así pues, no debemos extrañarnos de que nos persigan por el mero hecho de ser cristianos. Ya nos lo avisaba el mismo Señor: "Seréis perseguidos por todos a causa de mi nombre", un anuncio seguido de una recomendación muy importante: "El que perservere hasta el fin, ése se salvará" (Mc 13, 13).

Nuestra salvación consiste, en realidad, en encontrarnos con Aquel que es nuestra Vida: "He aquí que vengo pronto y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22,12). Y cuando sucedan todas estas cosas no debemos ponernos tristes, sino todo lo contrario. Tenemos las palabras de Jesús, que es la Verdad:  "Bienaventurados seréis cuando os injurien y persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo mal por mi causa. Alegráos y regocijáos, porque vuestra recompensa será abundante en los cielos" (Mt 5, 11-12).

Es esta misma actitud la que predicaron los apóstoles con respecto a los primeros cristianos; y que sirve también para nosotros, incluso, si cabe, con más actualidad que entonces: "Alegráos por cuanto participáis en los padecimientos de Cristo... Felices vosotros si por el nombre de Cristo sois ultrajados..." (1 Pet 4, 13-14). Y más adelante:  "Si alguno de vosotros (sufre) por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar ese nombre" (1 Pet 4, 16), etc.

Se podrían multiplicar las citas, pero la más importante de todas (aunque realmente todas lo son) pienso que es aquella en la que nuestro Señor nos dice: "A todo el que me confiese delante de los hombres, también  Yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero el que me niegue delante de los hombres, también Yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32-33).

En esta última cita aparece muy claro que el amor es bilateral. Si le confesamos y no nos avergonzamos de Él, Él también nos confesará como suyos ante su Padre y ante todos los ángeles. En cambio si no queremos saber nada de Él ante los hombres y nos avergonzamos de llamarnos cristianos, Él no nos reconocerá como suyos, puesto que respeta nuestra libertad y no nos fuerza a que lo amemos. El amor no es algo a lo que se pueda forzar. Cada uno se quedará con aquello que haya elegido libremente en esta vida.

Porque aunque es cierto que  "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"  también lo es que no se salvará aquél que no quiera ser salvado. Dios quiere que participemos en nuestra propia salvación, que no consiste en otra cosa sino en permanecer siempre con Él, a quien amamos con todo nuestro ser y por quien somos amados de igual manera. 

Y, si bien es verdad que sin la gracia de Dios no podemos salvarnos (es Dios quien nos salva) también es verdad, igualmente, que Dios concede a todos su gracia para que se salve todo aquél que quiera salvarse. La condena no es otra cosa que el rechazo del Amor de Dios; y, en definitiva, el rechazo de todo amor, pues "el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1 Jn 4, 7)

Es curioso, pero muy profundo, lo que se lee en el comienzo de la Divina Comedia. Recordemos que el poeta Dante (el autor de ese extraordinario libro) se había extraviado en una selva y tomó como guía al poeta Virgilio para salir de ella. La misión de Virgilio era conducirlo hasta el umbral del Cielo (pues el propio Virgilio no podía entrar en esa Morada), pasando antes por el Infierno y el Purgatorio.

Pues bien: El Canto III comienza con unas palabras que estaban escritas en negro en lo alto de la puerta que daba entrada al Infierno. Y decía: " Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor... Me hizo la divina Potestad, la suprema Sabiduría y el Primer Amor... ¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!"

Realmente impresionante. ¿Cómo es posible que el Infierno sea fruto del Primer Amor? Pero esta reflexión la dejaremos para otro momento.