viernes, 28 de noviembre de 2014

El amor a uno mismo (2 de 4) [José Martí]


Puesto que sobre el misterio de la Santísima Trinidad ya se ha tratado extensamente en el otro blog, en diferentes entradas, intentaré ceñirme, brevemente, a aquel aspecto del misterio que se relaciona con el asunto del que aquí se va a hablar, cual es el del amor a uno mismo.

El Padre se conoce a Sí mismo, en un Conocimiento tan perfecto que es su Imagen Perfecta y es, además, una Persona: el Hijo, que es igualmente Dios, como el Padre, en todo igual al Padre, pero distinto del Padre en cuanto Persona, "engendrado, pero no creado" por el Padre. 

El Padre no se ama a Sí mismo como Padre, sino que ama al Hijo, que es su Imagen Perfecta. Y puesto que el Hijo de Dios es igualmente Dios, podemos decir, en este sentido, que Dios se ama a Sí mismo: Dios ama a Dios. Expresarse de este modo, sin embargo, puede inducir a confusión, pues no indica la realidad del amor, el cual ocurre siempre entre dos personas distintas: un "yo" y un "tú". 

Lo correcto, en principio, sería decir: Dios Padre ama a Dios Hijo; y es amado igualmente por el Hijo, en perfecta reciprocidad de Amor. El amor con el que el Padre ama al Hijo se identifica con el Amor con el que el Padre es amado por el Hijo. Y este Perfecto Amor mutuo y recíproco entre Padre e Hijo es también una Persona: el Espíritu Santo, que es Dios, al igual que lo son el Padre y el Hijo.

Por lo tanto, en Dios se dan simultáneamente, la unidad y la distinción. Unidad Esencial, puesto que hay un solo y único Dios. Distinción Personal que hace posible el Amor entre el Padre y el Hijo, un Amor que es, precisamente, el Espíritu Santo. Misterio tremendo éste de la Santísima Trinidad, según el cual, aun habiendo un solo Dios, no se trata de un Dios solitario, sino de un Dios tripersonal. Por eso se habla de Dios como Uno en Esencia y Trino en Personas. Y por eso son compatibles las expresiones que definen a Dios como "Yo soy" (Ex 3, 14) y como "Amor" (1 Jn 4, 8).

Una vez más, nos encontramos con nuestra incapacidad manifiesta para entender a Dios; y no encontramos nunca las palabras adecuadas. Siempre nos quedamos cortos. Sin embargo, aunque "a Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1, 18a), algo y mucho sabemos de Dios, pues "Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18b). En Jesucristo Dios se ha revelado al hombre de un modo definitivo y nos ha capacitado para poder conocerle y amarle, algo que antes era imposible. Nos seguimos desenvolviendo en el terreno de lo misterioso, pero percibimos lo suficiente como para poder dejarnos seducir -sin temor a equivocarnos- por esta maravillosa realidad que no es algo, sino Alguien. Esa realidad tiene un nombre, que es Jesús, Dios hecho hombre como uno de nosotros

No podemos ni debemos olvidar que sólo Dios es, en el sentido más profundo de la palabra ser:  "Ipsum Esse subsistens" -decía santo Tomás, refiriéndose a Dios; lo que podría traducirse como el Ser que es por Sí mismo y que a nadie debe su existencia. Nosotros somos sus criaturas. Somos -cierto- pero nuestro ser se lo debemos a Dios, que es nuestro Creador. Somos esencialmente dependientes de Dios. "Dios es ... eso basta" , decía san Francisco de Asís. 



La aceptación gozosa de esta realidad nos acerca al conocimiento de la verdad acerca de Dios y también acerca de nosotros mismos. Comencemos por recordar algunas frases bíblicas. Algunas de ellas son del Antiguo Testamento: "Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1, 26). Y se añade un poco más adelante: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gen 1, 27). Otras son del Nuevo Testamento, como:  "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y aquella en la que se nos habla de qué manera puso Dios de manifiesto su amor: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

De modo que puesto que Dios es Amor y el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, es tan solo amando como el hombre realiza, en sí mismo, aquello que ya es por esencia, a saber, imagen de Dios. Esta es la finalidad de la vida humana y lo único que le da su verdadero sentido: amar y ser amado. Sólo amando podrá el hombre realizarse como tal y ser realmente feliz, en la medida en la que eso es posible en esta vida. Es amando como el hombre se parece más a Dios, que es todo amor.

Una vez que Dios se ha hecho hombre en la Persona de su Hijo, tenemos la posibilidad de ver cumplida esta tarea de amar, que hace que todo adquiera su verdadero sentido. Viendo a Jesús, escuchando sus palabras y llevando a la práctica sus enseñanzas (amándolo, en definitiva) nos asemejamos a Dios y hacemos realidad en nosotros lo que significa ser un hombre. Jesús es el modelo perfecto a imitar si queremos llegar a la perfección de nuestra naturaleza humana. Él es el hombre por antonomasia (además de ser Dios): en la medida en que nos asemejemos a Jesús y hagamos nuestra su Vida, en esa misma medida nos hacemos verdaderamente "hombres", en el sentido más profundo de esta palabra. Como hoy se diría, es así como de verdad nos "realizamos" como personas. Y todo esto que digo sería cierto, incluso, desde un punto de vista meramente humano, que no tuviese en cuenta lo sobrenatural; pues, al fin y al cabo, según decía Santo Tomás, lo sobrenatural no se opone a lo natural sino que lo supone y lo perfecciona.
(Continuará)

viernes, 21 de noviembre de 2014

El amor a uno mismo (1 de 4) [José Martí]

"Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Lc 10, 27)




Necesitamos una referencia para amar a los demás; y esa referencia es el amor a uno mismo. Pero, ¿qué significa amarse uno a sí mismo? Podríamos, incluso, preguntar: ¿Qué es eso de amar? Durante mucho tiempo la referencia a uno mismo se ha considerado como egoísmo. Luego, ¿en qué quedamos? ¿Es o no es bueno el amor a uno mismo?. En la Biblia se contesta de modo afirmativo a esta pregunta. Por lo tanto, tenemos que ahondar acerca de lo que, en términos bíblicos, se entiende por amor. 



Si fuese preciso dar una definición de amor, ésta viene ya formulada por el apóstol Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). ¿Acaso se puede deducir, de esta expresión, que Dios se ama a Sí mismo y que, por lo tanto, también nosotros debemos amarnos a nosotros mismos pues hemos sido "creados a su imagen y semejanza" (Gen 1, 26)? 

Esta pregunta no tiene una respuesta sencilla, si es que se puede decir que la haya. Y esto por una razón muy simple: el amor supone que haya, al menos, dos personas que se amen. Sin embargo, Dios es único. ¿Cómo es posible dar esa definición acerca de Dios sin incurrir en contradicción? 

Tenemos que regresar, de nuevo, al terreno del misterio y de lo sobrenatural, de la Verdad que nos ha sido revelada en Jesucristo, pues la mera razón no nos permite dar respuesta a esa pregunta, lo que nos introduce, de lleno, en el misterio de la intimidad de Dios: sólo desde la consideración de Dios como Uno en Esencia y Trino en Personas es posible llegar a "entender" algo (si es que esto es posible) sobre el misterio de Dios, en Sí mismo, sin incurrir en ningún tipo de contradicción. Como el lector avezado habrá podido ya descubrir, nos estamos refiriendo al misterio de la Santísima Trinidad.

Ciertamente, Dios es Único. Hay un solo Dios. Pero hay tres Personas distintas en Dios, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: el Padre es Dios; el Hijo es Dios; el Espíritu Santo es Dios. Pero no se trata de tres dioses, sino de un solo y único Dios, en tres Personas divinas que son distintas, en cuanto Personas: el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre, ni ninguno de Ellos es el Espíritu Santo, considerados como Personas. 

Esta distinción "personal" en el único Dios que existe, y que es Causa de todo, es la que nos va a permitir afirmar que, efectivamente, "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y que no hay, en ello, ningún tipo de contradicción, aunque, como Misterio que es, es inaccesible a cualquier mente humana. Si algo sabemos de la existencia de este Misterio es porque nos ha sido revelado: Dios mismo, en la Persona de su Hijo, se hizo un hombre como nosotros, sin dejar de ser Dios. Este hombre-Dios es Jesucristo. Y sólo en Él y junto a Él tenemos acceso al Padre, por el Espíritu Santo. 

Con la gracia de Dios intentaré ahondar un poco en este Misterio, sin que lo que vaya a decir constituya una explicación del mismo, pues dejaría de ser, entonces, un Misterio: Dios, que es infinito, siempre será  inabarcable por el hombre. Sin embargo, nos ha dado una razón para que la ejercitemos. Y así, a la vista de todo lo que nos ha sido revelado, podamos profundizar -en la medida de nuestras fuerzas- en ese Misterio, como en cualquier otro, con la condición de que nuestras especulaciones no nos lleven nunca a negar el propio Misterio, objeto de estudio. Si tal ocurriera, habría que concluir que nuestro razonamiento no ha sido el adecuado porque, en ningún caso, el Misterio puede ser negado, al constituir un dogma de fe. 

Dicho esto, y haciendo uso del conocimiento que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo, conforme al sentir de la Iglesia de siempre; apoyado -por otra parte- en los grandes Doctores de la Iglesia, en particular San Agustín y Santo Tomás de Aquino, me atrevo a sacar mis propias conclusiones, en el sentido de que las hago mías. Porque, aunque no diga nada diferente a lo que ya se sabe y se ha estudiado durante siglos, sin embargo, para mí es nuevo -y en cierto modo es mío- al haberlo estudiado personalmente. 

Además, y ese es mi deseo, puede que mi modo de razonar sirva también a otros en lo que concierne al conocimiento de Dios que es, en realidad, lo que verdaderamente importa. Así que, con las debidas disposiciones, me atrevo a esbozar una respuesta a la pregunta inicial dando por supuesto -claro está- que lo que vaya a decir no constituye, ni mucho menos, una explicación del tremendo misterio que es el del Amor, en todas sus formas y maneras.
(Continuará)