domingo, 19 de agosto de 2018

Acerca de la Comunión (Padre SANTIAGO MARTIN FM)


Duración 9:57 minutos

Cuentos con moraleja: San José, abogado de la buena muerte (Padre Lucas Prados)


El día 2 de Enero de 1884, un anciano desconocido se presentó al cura párroco de una población de Francia, pidiéndole, por favor, que fuese a ver a una enferma que se estaba muriendo. No sólo el anciano indicaba la calle, casa y número, sino que también se ofreció a acompañar al sacerdote hasta la puerta de la casa.
La calle nombrada tenía muy mala reputación, el anciano era desconocido, y la oscuridad de la noche hacía que el ministro de Dios pusiera algún reparo a la invitación del visitante; más éste le dice:
—Es preciso que usted venga, y sin tardar, porque es cuestión de administrar los santos sacramentos a una pobre mujer que está agonizando.
Después de oír eso, el sacerdote no vacila ni un momento, y, acompañado del anciano, se pone en camino para cumplir con su deber.
La puerta de la casa estaba cerrada; y aunque era la de peor aspecto de toda la calle, pensó el sacerdote que Dios vino al mundo para salvar a los pecadores, así que tiró de la campanilla… No contestaron.
Creyendo que lo estaban engañando, se disponía a marcharse, cuando el anciano que le acompañaba, empujó la puerta y la abrió.
Al entrar, se oyó una voz, que desde una alcoba apartada decía:
— ¡Un sacerdote! ¡Un sacerdote! ¡Que no me dejen morir sin sacramentos!
—Aquí está el sacerdote —dijo éste, acercándose al lecho.
— ¡Gracias a Dios! —respondió la moribunda. ¡No me puedo creer que alguien de esta casa iría a avisar a un sacerdote!
El ministro de Dios la consoló, la confesó y le administró los santos sacramentos. Cuando ya había cumplido su misión, éste preguntó a la mujer, si, en medio de su vida de pecadora, había conservado alguna devoción.
—Una sola —contestó ésta— la de rogar a San José que me obtuviese una buena muerte.
Pocos minutos más tarde, la mujer entregaba su alma a Dios, después de haber obtenido su gracia y haber conseguido tener una muerte cristiana.
Cuando el sacerdote se disponía a retirarse, se dio la vuelta para agradecer al anciano por haberle llamado y no encontró a nadie. La casa estaba vacía.
*** *** ***
San José es el patrono de la buena muerte, pues nadie murió con mejor compañía que él; rodeado nada menos que de Jesús y María. Que también nosotros le tengamos una gran devoción a este santo; y todas las noches, antes de acostarnos, le pidamos humildemente: ¡San José, concédeme una buena muerte!

jueves, 9 de agosto de 2018

VIVIR EL EVANGELIO por Jose Juan Hernández


Duración 2:23 minutos

Santo Domingo de Guzmán


Santo Domingo de Guzmán

Sacerdote y Fundador

Martirologio Romano: Memoria de santo Domingo, presbítero, que siendo canónigo de Osma se hizo humilde ministro de la predicación en los países agitados por la herejía albigense y vivió en voluntaria pobreza, hablando siempre con Dios o acerca de Dios. Deseoso de una nueva forma de propagar la fe, fundó la Orden de Predicadores, para renovar en la Iglesia la manera apostólica de vida, mandando a sus hermanos que se entregaran al servicio del prójimo con la oración, el estudio y el ministerio de la Palabra. Su muerte tuvo lugar en Bolonia, el día seis de agosto (1221).
Etimológícamente: Domingo = del Señor. Viene de la lengua latina.
Breve Biografía

Los Padres Dominicos están hoy de fiesta. Santo Domingo de Guzmán los fundó en el siglo XIII. Durante tantos años han hecho y siguen haciendo un gran bien a la Iglesia en todo el mundo.

El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.

A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres.

Por aquel tiempo vino por la región una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué ayudar a los hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros (que en ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía: "No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos".

En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.

Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes éxitos apostólicos.

Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: "Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a c_onMover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones".

Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y convirtiendo herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido organizando e instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar con ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al Sumo Pontífice Inocencio III.

Al principio el Pontífice estaba dudoso de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa. Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba ladeándose y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.

Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: "Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios". Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos una alegre celebración de buenos hermanos.

En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.

El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:

Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo posible.

Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar de propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.

La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios constantemente.
La misión de los dominicos, predicar para llevar almas a Cristo, encontró grandes dificultades pero la Virgen vino a su auxilio. Estando en Fangeaux una noche, en oración, tiene una revelación donde, según la tradición, la Virgen le revela el Rosario como arma poderosa para ganar almas. Esta tradición está respaldada por numerosos documentos pontificios.

Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en muchos casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de las que hacía este hombre de Dios.

Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40 días ayunando a pan y agua.

Siempre dormía sobre duras tablas. Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros. Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra. Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba al templo a rezar. Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo exclamaba: "la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos". Y así sucedió en verdad. Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.

Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: "De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación". Pasaba noches enteras en oración.

Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.

Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.

Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este santo conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un pecado grave.

Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: "Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte", dijo: "¡Qué hermoso, qué hermoso!" y expiró.

A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice Gregorio IX lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización: "De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".

¡Felicidades a quienes lleven este nombre y a los Dominicos y Dominicas!

“Hay silencios que hieren, pero hay palabras que curan”.

lunes, 6 de agosto de 2018

MUERTE EN CRUZ

BUTACAS VACÍAS


Duración: 12:02 minutos
a

Nuestra Señora de las Nieves Advocación Mariana, 5 de agosto



Nuestra Señora, Protectora de Roma o Auxilio del Pueblo Romano

En el siglo IV d.C. vivía en Roma una piadosa pareja. Él se llamaba Juan Patricio mientras que el nombre de su esposa se desconoce. Habían sido bendecidos con abundancia de bienes y también de fe. Sin embargo, su gran dolor era no tener hijos con los que pudieran compartir sus dones. Durante años habían rezado por un hijo y heredero. En esta situación pasaron muchos años sin ningún resultado. Por fin decidieron nombrar como heredera a la Santísima Virgen y le rezaron con devoción para que los guiara en la asignación de la herencia.

Nuestra Señora les agradeció sobremanera y la noche del 4 de agosto, se le apareció a Juan Patricio y a su esposa, diciéndoles que deseaba que construyeran una basílica en el Monte Esquilino (una de las siete colinas de Roma), en el punto preciso que ella señalaría con una nevada. También se le apareció al Papa Liberio con el mismo mensaje. En la mañana siguiente, el 5 de agosto, mientras brillaba el sol en pleno verano, la ciudad quedó sorprendida al ver un terreno nevado en el Monte Esquilino. La pareja, feliz, se apresuró al lugar y el Papa Liberio marchó hacia el mismo en solemne procesión. La nieve cubrió exactamente el espacio que debía ser utilizado para la basílica y desapareció una vez señalado el lugar. Pronto se construyó la Basílica de Santa María la Mayor.

Grandes devotos de la Santísima Virgen

El Papa Liberio buscaba una imagen de la Santísima Virgen que fuera digna de esta espléndida Basílica de Sta. María la Mayor. El mismo donó la famosísima Madonna, Nuestra Señora y el Niño, la cual, según una tradición había sido pintada por San Lucas sobre una gruesa tabla de cedro de casi cinco pies de alta y tres y un cuarto de ancha, y llevada a Roma por Santa Helena. Esta obra es venerada en el oratorio pontificio.

A lo largo de los años, el pueblo de Roma ha sido muy devoto de la Madonna. Cada vez que Roma se encontraba en peligro de calamidades o de pestilencia, corría en bandadas al santuario de Nuestra Señora para pedirle auxilio. La imagen era llevada en procesión solemne, con gran devoción. La Virgen Santísima les demostró ser una poderosa protectora con grandes milagros.

Durante el pontificado de San Gregorio el Grande, una peste terrible arrasó con la ciudad de Roma. El Pontífice ordenó que se hiciera una procesión penitencial desde Santa María la Magiore, en la cual el mismo llevaba una estatua de la Virgen. Durante la procesión 80 personas murieron, pero el pontífice continuaba sus oraciones. Cuando llegaron al puente que cruza el río Tiber, oyeron cantos de ángeles en el cielo. De pronto sobre el castillo (que hoy se llama "de San Angelo"), se apareció el arcángel San Miguel. En su mano derecha llevaba una espada que metió en su vaina. En ese mismo momento ceso la peste.

En la actualidad, esta advocación se le llama Nuestra Señora, Protectora de Roma o Auxilio del Pueblo Romano. El Señor también ha obrado milagros --por medio de la Stma. Virgen-- a través de numerosas réplicas, particularmente sobre una que pertenecía a los Padres Jesuitas.

Los Papas siempre han sentido una tierna devoción por esta imagen de la Virgen María. Algunos han pasado incluso noches enteras en oración ante él. Benedicto XIV hizo el compromiso de hacerse presente para el canto de las letanías de Sta. María la Mayor todos los sábados. El Papa Pablo V, la noche en que iba a morir, manifestó el deseo de que lo llevaran a la capilla de Nuestra Señora para así poder morir a sus pies.

Instauración de la fiesta de María, Reina

El 1º de noviembre, de 1954, al final del Año Mariano, el Santo Padre Pío XII colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra Señora, Protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte llanto de entre la gran multitud congregada en Sta. María la Mayor: "¡Viva la Reina!". El Papa nombró a la Virgen Reina de cielos y tierra y decretó que se celebrara una fiesta especial para honrarla bajo ese título.

No era éste un nuevo privilegio para la Madre de Dios. Ella siempre ha sido considerada nuestra Reina, como lo testifica el arte Mariano desde los primeros siglos y las oraciones, especialmente la Letanía de Loreto. Sin embargo, no había hasta entonces fiesta en particular que lo conmemorara. En la actualidad esta fiesta se celebra el 22 de agosto.

La fiesta de Nuestra Señora de las Nieves, 5 de agosto, se celebraba, en principio, solamente en la basílica, se extendió en el siglo XIV a toda Roma y, finalmente, San Pío V la declaró fiesta de la Iglesia universal en el siglo XVII.

El diálogo amoroso con el Señor y el testimonio de los cristianos (Padre JAVIER MARTIN FM)

Homilías y Catequesis Católicas

Duración 12:36 minutos