jueves, 25 de diciembre de 2014

martes, 16 de diciembre de 2014

El amor a uno mismo ( 4 de 4)[José Martí]



Resumiendo: El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, no puede amarse a sí mismo como a un otro. Y la expresión "amarse a sí mismo" debe ser entendida como "querer lo mejor para uno mismo", querer la propia felicidad: ésta es la aspiración de toda persona. La cuestión a plantear es en qué consiste esa felicidad.



La experiencia histórica nos enseña que las personas más felices son aquellas que, olvidándose de sí mismas, se han entregado a los demás, por amor a Dios ... o sea, los santos. De manera que lo mejor, el propio bien, lo que nos puede hacer felices, no se consigue buscándolo por sí mismo, de modo directo, sino que se obtiene como una consecuencia, de modo indirecto. 

¡Imposible ser verdaderamente feliz cuando se busca, por sí misma, esta felicidad! Decía Víctor Frankl, el autor del libro "Un filósofo en un campo de concentración" que la felicidad es una puerta que se abre hacia dentro. Cuando empujas se cierra con más fuerza. Si te separas, se abre con facilidad. Hay, por lo tanto, una connotación a tener en cuenta que es fundamental y es la imposibilidad de alcanzar la propia felicidad, si hacemos de nosotros mismos el punto de mira.

¡El punto de mira, lo que se debe de buscar, de modo directo, es al otro: Dios, los demás, la creación, una tarea, etc.! Cuando se procede así, entonces somos, de verdad, felices, en la medida en la que esto es posible en esta vida; y nos encontramos, además, en condiciones de ayudar a los demás a hacer lo mismo.

Y es que sólo dando se recibe, sólo haciendo el bien a los demás nos lo hacemos a nosotros, sólo saliendo de nosotros mismos nos encontramos a nosotros mismos, encontramos nuestro auténtico ser, pues el ser humano ha sido creado por el Amor y para el Amor; y es sólo amando como puede encontrar su plenitud, su perfección y su felicidad.

Parecería, pues, que el "amarse a uno mismo", bien entendido, se reduciría a "amar a los demás". Sin embargo, nos encontramos con una nueva dificultad. Hemos partido de que la referencia para amar a los demás era el amor a nosotros mismos: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Mt 22, 39); y nos encontramos con que la referencia para amar a los demás son los demás, cayendo así en una especie de círculo vicioso, por llamarlo de algún modo.

La respuesta a este problema se encuentra, como siempre (y para todos los problemas) en el amor a Jesucristo. Dice Jesús: "Amaos unos a otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34). La conclusión a la que llegamos es que sólo en la medida en la que descubramos el modo y la manera en que nos ama Jesús, en esa misma medida, estaremos en condiciones de amarlo a Él, de amar a los demás y de amarnos, también, a nosotros mismos, pues debido al misterio del Cuerpo Místico de Cristo los cristianos somos uno en Jesucristo.

"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 33), nos decía Jesús. "Buscad y encontraréis ... porque todo el que busca encuentra" (Mt 7, 7-8), decía también en otra ocasión. Y así, como consecuencia de nuestra búsqueda, y ayudados por la Gracia, llegaremos a encontrar el Reino de Dios, o sea, a Jesús. Y teniéndole a Él, con Él lo tendremos todo y ninguna otra cosa necesitaremos: "Todo lo estimo como basura con tal de ganar a Cristo" (Fil 3, 8), decía san Pablo. 

Buscándole, conociéndole, amándole, nuestra vida tiene sentido y se ilumina, pues su Luz brilla sobre nuestro rostro. Y es así, en este olvido de nosotros mismos por amor a Jesús, cuando somos más nosotros mismos (en su sentido primigenio y genuino); y nos encontramos, además, en las mejores condiciones para ayudar, de verdad, a los demás a ser ellos mismos; o lo que es igual, a que se encuentren con Jesús y que Jesús sea para ellos su vida.

La respuesta a todos los problemas sigue y seguirá siendo el Amor de Dios, un Amor que nos manifestó en la Persona de su Hijo que, siendo Dios, se hizo hombre. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el único que puede dar sentido a la existencia humana. Si nos creyéramos esto y lo aceptáramos en nuestro corazón, entonces seríamos realmente felices y podríamos decir, con san Pablo:  "Vivo, pero ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20), pues "para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21).


José Martí

martes, 9 de diciembre de 2014

El amor a uno mismo (3 de 4) [José Martí]


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y dado que Dios es Amor, el hombre cumplirá el fin para el que ha sido creado en la misma medida en la que ame. Eso es lo propio del hombre y para eso ha sido creado. 



Amando el hombre se realiza a sí mismo como hombre, lo que tiene lugar mediante el acercamiento a Dios, quien es todo Amor. En tanto en cuanto un hombre conozca más a Dios, como Amor, y ponga todos los medios a su alcance para asemejarse más a Él, podrá decir que es más "sí mismo"; es "más hombre", por decirlo de algún modo, pues hace realidad en su propia vida aquello que es por esencia. 


De ahí que cuando el hombre se aparta de Dios [del Dios que es Amor, que es el único Dios y el verdadero Dios], se vuelve inhumano: egoísta, perezoso, holgazán, que busca sólo su propio interés, etc ... El hombre separado de Dios es "menos hombre", si se me permite la expresión; actuando contra Dios actúa contra sí mismo y en ello lleva ya su propia desgracia y desdicha.


Pero volvamos de nuevo a la pregunta inicial: ¿Cómo puede un hombre amarse a sí mismo? Como sabemos, el amor se da siempre entre un "yo" y un "tú" diferentes, en mutua y total reciprocidad del uno hacia el otro y del otro hacia el uno. Así las cosas, si entendiésemos el amor a uno mismo como el amor del "yo" hacia el propio "yo", incurriríamos en una contradicción; no cuadra con aquello en lo que consiste el amor que supone siempre una relación interpersonal; y, en este sentido, una persona, como tal persona, no podría amarse a sí misma


En mi opinión -yo así lo pienso- la palabra "amor", cuando se refiere al amor que uno se tiene a sí mismo, está siendo empleada en un sentido diferente al amor- enamoramiento, pues éste necesita de dos que se amen: "Yo soy para tí y tú eres para mí". Es evidente que no es de esta manera como debe entenderse el amor por uno mismo, amor que -ciertamente- es necesario; y que es, además, un mandato divino, hasta el punto de que se toma como referencia respecto al amor que se debe de tener a los demás: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Lc 10,27)




El amor, cuando es entendido como amor hacia sí mismo, es algo que toda persona posee de modo innato, desde que nace, "pues nadie aborrece nunca su propia carne, sino que la alimenta y la cuida" (Ef 5, 29). Y en el caso de los cristianos, además de esa razón natural, existe una razón aún más profunda, de carácter sobrenatural : "porque somos miembros de su Cuerpo" (Ef 5, 30). Nadie debe aborrecerse a sí mismo jamás; y un cristiano menos que nadie, pues el amor hacia sí mismo debe de ser "como Cristo ama a su Iglesia" (Ef 5, 29). Decir, pues, que un cristiano desprecia su cuerpo, porque el cuerpo es algo malo, es una calumnia. 


[No hay que confundir a un cristiano con un gnóstico: éstos sí que consideran su cuerpo como un enemigo, al que deben odiar. La herejía gnóstica, condenada por lo Iglesia, ha aparecido con diversos nombres (maniqueísmo, cátaros o albigenses, etc) a lo largo de la historia y sigue estando presente hoy en día, en numerosas sectas, en especial en las sectas protestantes, para quienes la naturaleza humana está corrompida y la salvación sólo es posible mediante la fe. Como decía Lutero: "Peca mucho, pero cree más"]

En mi opinión -en lo que concierne al amor a uno mismo- la palabra amor debe ser empleada en el sentido de "querer lo mejor" para uno mismo. De modo que "amarse a uno mismo" sería el equivalente a "querer lo mejor para uno mismo".

Aunque nos encontramos ahora con una nueva dificultad, cual es la de "definir" qué debe entenderse por "lo mejor". Con toda probabilidad, la respuesta sería unánime: "Lo mejor -diríamos- es aquello que nos hace felices". Y no cabe duda de que debe ser así, pues todos ansiamos la felicidad.

El problema del amor a uno mismo ha quedado reducido así a un nuevo problema: ¿Qué se entiende por felicidad? Son muchos los que la cifran en el tener, en la posesión de cosas: dinero, bienes, buena fama, ..., con vistas al propio bienestar y al propio placer. Pero, ¿realmente es esto así? 


(Continuará)