lunes, 7 de enero de 2013

APUNTES SOBRE LA FE (1 de 3) [José Martí]



El Señor da una importancia fundamental a la fe en Él, haciendo depender de esa fe la concesión de sus dones. E insiste en esta enseñanza, haciendo hincapié en ella, después de haber resucitado. Así, cuando se aparece de nuevo a sus discípulos, y estaba con ellos Tomás, el discípulo incrédulo, le dice a éste: "Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto, hayan creído" (Jn 20,29). Por eso nos encontramos con abundantes alabanzas del Señor hacia aquellos que tienen fe en Él.

Hay muchos ejemplos en el Evangelio que ilustran esta realidad. Y, curiosamente, se trata de personas que no eran judíos. Es el caso de la mujer cananea, que tenía una hija poseída por el demonio, y que rogaba insistentemente a Jesús para que la atendiera y curase a su hija, hasta tal extremo que mereció la alabanza de Jesús: " '¡Mujer, qué grande es tu fe! Que sea como tú quieres'. Y su hija quedó sana en aquel instante" (Mt 15,28).

O el caso del centurión, que tenía un criado paralítico en casa, con dolores muy fuertes. Y rogó a Jesús que le curara. Y cuando Jesús le dice: "Iré y le curaré", el centurión le responde: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado". Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en ninguno de Israel he encontrado una fe tan grande". Y dijo al centurión: "Vete y que se haga conforme has creído". Y en aquel momento quedó sano el criado. (Mt 8, 5-11)

El caso más importante es, con mucho, el que se refiere a la fe de María, que creyó la promesa del Ángel, según la cual sería Madre, sin dejar de ser Virgen. Esta fe mereció la alabanza de su prima Isabel: "Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor" (Lc 1,45)

El Señor llama dichosos a aquellos que tienen fe y acude siempre en su ayuda. Le apena, por eso, la poca fe que, a veces, tienen en Él sus propios discípulos: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" (Mt 8,26). Es bastante frecuente que nos extrañemos de estas palabras que les dice el Señor, puesto que había una gran tempestad que amenazaba con hundir la barca (barca que simboliza a la Iglesia) y Él, sin embargo, dormía. La reacción de los discípulos, al asustarse y despertar a Jesús, era muy humana; pero les falló la fe en su Maestro; fue por eso que tuvieron miedo y gritaron: "Señor, sálvanos, que perecemos" (Mt 8, 25).

Éste es, precisamente, el gran problema del mundo en el que hoy vivimos: se ha perdido la fe en Jesucristo. Y esto hasta el extremo de que no puede uno menos que preguntarse si no estaremos ya en la época de la Parusía y del fin del mundo. Recordemos las palabras de Jesús: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra? (Lc 18,8). Y, desde luego, el panorama que vemos hoy no es muy alentador en ese sentido: el mundo, en su conjunto, le ha dado la espalda a Dios, se burla de los cristianos y los ridiculiza, los persigue y los maltrata, llegando incluso a matarlos por el mero hecho de seguir a Jesucristo. 

Aunque este post no trata sobre la Parusía, que será objeto de estudio en otro post, no deja de ser inquietante el hecho de que se estén cumpliendo, en el momento actual, bastantes de las profecías predichas por Jesús acerca de los últimos tiempos, entre ellas la Gran Apostasía. Recordemos que dijo que " si no se acortasen tales días, nadie se salvaría; pero por los elegidos se abreviarán aquellos días" (Mt 24,22). Sea lo que fuere, lo cierto es que no debemos asustarnos; más bien lo contrario. Es cierto que "seremos odiados por todos a causa de su Nombre" (Lc 21, 17). Esta realidad ya la estamos padeciendo en la actualidad. Pero, como Él mismo dijo entonces, y nos lo dice también ahora: "Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 31, 18-19). 

Es más: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra Redención" (Lc 21,28). Pero, mientras tanto, "vigilad, orando en todo tiempo, para que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre"(Lc 21,36). San Pedro, por otra parte, también nos dice: "Carísimos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz, limpios y sin culpa, y considerad que vuestra salvación está en la paciencia de nuestro Señor" (2 Pet 3, 14-15).

En todo caso, lo que no deja lugar a dudas es la necesidad de la oración y la vigilancia en todo momento: "Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24,44). "Vigilad porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25,13). Y, sobre todo, no olvidemos las palabras del Señor, grabándolas a fuego en nuestro corazón: "No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, ante todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10,28). Al fin y al cabo, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la venidera" (Heb 13, 14), "en donde no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó" (Ap 21,4). Ésta es la fe que el Señor nos esta pidiendo a todos los cristianos, en especial a los que, por su gracia, tenemos la inmensa dicha de pertenecer a la Iglesia Católica que es, como sabemos, la Única Iglesia fundada por Jesucristo; y fuera de la cual no hay salvación.
(Continuará)