viernes, 21 de noviembre de 2014

El amor a uno mismo (1 de 4) [José Martí]

"Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Lc 10, 27)




Necesitamos una referencia para amar a los demás; y esa referencia es el amor a uno mismo. Pero, ¿qué significa amarse uno a sí mismo? Podríamos, incluso, preguntar: ¿Qué es eso de amar? Durante mucho tiempo la referencia a uno mismo se ha considerado como egoísmo. Luego, ¿en qué quedamos? ¿Es o no es bueno el amor a uno mismo?. En la Biblia se contesta de modo afirmativo a esta pregunta. Por lo tanto, tenemos que ahondar acerca de lo que, en términos bíblicos, se entiende por amor. 



Si fuese preciso dar una definición de amor, ésta viene ya formulada por el apóstol Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). ¿Acaso se puede deducir, de esta expresión, que Dios se ama a Sí mismo y que, por lo tanto, también nosotros debemos amarnos a nosotros mismos pues hemos sido "creados a su imagen y semejanza" (Gen 1, 26)? 

Esta pregunta no tiene una respuesta sencilla, si es que se puede decir que la haya. Y esto por una razón muy simple: el amor supone que haya, al menos, dos personas que se amen. Sin embargo, Dios es único. ¿Cómo es posible dar esa definición acerca de Dios sin incurrir en contradicción? 

Tenemos que regresar, de nuevo, al terreno del misterio y de lo sobrenatural, de la Verdad que nos ha sido revelada en Jesucristo, pues la mera razón no nos permite dar respuesta a esa pregunta, lo que nos introduce, de lleno, en el misterio de la intimidad de Dios: sólo desde la consideración de Dios como Uno en Esencia y Trino en Personas es posible llegar a "entender" algo (si es que esto es posible) sobre el misterio de Dios, en Sí mismo, sin incurrir en ningún tipo de contradicción. Como el lector avezado habrá podido ya descubrir, nos estamos refiriendo al misterio de la Santísima Trinidad.

Ciertamente, Dios es Único. Hay un solo Dios. Pero hay tres Personas distintas en Dios, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: el Padre es Dios; el Hijo es Dios; el Espíritu Santo es Dios. Pero no se trata de tres dioses, sino de un solo y único Dios, en tres Personas divinas que son distintas, en cuanto Personas: el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre, ni ninguno de Ellos es el Espíritu Santo, considerados como Personas. 

Esta distinción "personal" en el único Dios que existe, y que es Causa de todo, es la que nos va a permitir afirmar que, efectivamente, "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y que no hay, en ello, ningún tipo de contradicción, aunque, como Misterio que es, es inaccesible a cualquier mente humana. Si algo sabemos de la existencia de este Misterio es porque nos ha sido revelado: Dios mismo, en la Persona de su Hijo, se hizo un hombre como nosotros, sin dejar de ser Dios. Este hombre-Dios es Jesucristo. Y sólo en Él y junto a Él tenemos acceso al Padre, por el Espíritu Santo. 

Con la gracia de Dios intentaré ahondar un poco en este Misterio, sin que lo que vaya a decir constituya una explicación del mismo, pues dejaría de ser, entonces, un Misterio: Dios, que es infinito, siempre será  inabarcable por el hombre. Sin embargo, nos ha dado una razón para que la ejercitemos. Y así, a la vista de todo lo que nos ha sido revelado, podamos profundizar -en la medida de nuestras fuerzas- en ese Misterio, como en cualquier otro, con la condición de que nuestras especulaciones no nos lleven nunca a negar el propio Misterio, objeto de estudio. Si tal ocurriera, habría que concluir que nuestro razonamiento no ha sido el adecuado porque, en ningún caso, el Misterio puede ser negado, al constituir un dogma de fe. 

Dicho esto, y haciendo uso del conocimiento que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo, conforme al sentir de la Iglesia de siempre; apoyado -por otra parte- en los grandes Doctores de la Iglesia, en particular San Agustín y Santo Tomás de Aquino, me atrevo a sacar mis propias conclusiones, en el sentido de que las hago mías. Porque, aunque no diga nada diferente a lo que ya se sabe y se ha estudiado durante siglos, sin embargo, para mí es nuevo -y en cierto modo es mío- al haberlo estudiado personalmente. 

Además, y ese es mi deseo, puede que mi modo de razonar sirva también a otros en lo que concierne al conocimiento de Dios que es, en realidad, lo que verdaderamente importa. Así que, con las debidas disposiciones, me atrevo a esbozar una respuesta a la pregunta inicial dando por supuesto -claro está- que lo que vaya a decir no constituye, ni mucho menos, una explicación del tremendo misterio que es el del Amor, en todas sus formas y maneras.
(Continuará)