jueves, 25 de diciembre de 2014

martes, 16 de diciembre de 2014

El amor a uno mismo ( 4 de 4)[José Martí]



Resumiendo: El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, no puede amarse a sí mismo como a un otro. Y la expresión "amarse a sí mismo" debe ser entendida como "querer lo mejor para uno mismo", querer la propia felicidad: ésta es la aspiración de toda persona. La cuestión a plantear es en qué consiste esa felicidad.



La experiencia histórica nos enseña que las personas más felices son aquellas que, olvidándose de sí mismas, se han entregado a los demás, por amor a Dios ... o sea, los santos. De manera que lo mejor, el propio bien, lo que nos puede hacer felices, no se consigue buscándolo por sí mismo, de modo directo, sino que se obtiene como una consecuencia, de modo indirecto. 

¡Imposible ser verdaderamente feliz cuando se busca, por sí misma, esta felicidad! Decía Víctor Frankl, el autor del libro "Un filósofo en un campo de concentración" que la felicidad es una puerta que se abre hacia dentro. Cuando empujas se cierra con más fuerza. Si te separas, se abre con facilidad. Hay, por lo tanto, una connotación a tener en cuenta que es fundamental y es la imposibilidad de alcanzar la propia felicidad, si hacemos de nosotros mismos el punto de mira.

¡El punto de mira, lo que se debe de buscar, de modo directo, es al otro: Dios, los demás, la creación, una tarea, etc.! Cuando se procede así, entonces somos, de verdad, felices, en la medida en la que esto es posible en esta vida; y nos encontramos, además, en condiciones de ayudar a los demás a hacer lo mismo.

Y es que sólo dando se recibe, sólo haciendo el bien a los demás nos lo hacemos a nosotros, sólo saliendo de nosotros mismos nos encontramos a nosotros mismos, encontramos nuestro auténtico ser, pues el ser humano ha sido creado por el Amor y para el Amor; y es sólo amando como puede encontrar su plenitud, su perfección y su felicidad.

Parecería, pues, que el "amarse a uno mismo", bien entendido, se reduciría a "amar a los demás". Sin embargo, nos encontramos con una nueva dificultad. Hemos partido de que la referencia para amar a los demás era el amor a nosotros mismos: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Mt 22, 39); y nos encontramos con que la referencia para amar a los demás son los demás, cayendo así en una especie de círculo vicioso, por llamarlo de algún modo.

La respuesta a este problema se encuentra, como siempre (y para todos los problemas) en el amor a Jesucristo. Dice Jesús: "Amaos unos a otros como Yo os he amado" (Jn 13, 34). La conclusión a la que llegamos es que sólo en la medida en la que descubramos el modo y la manera en que nos ama Jesús, en esa misma medida, estaremos en condiciones de amarlo a Él, de amar a los demás y de amarnos, también, a nosotros mismos, pues debido al misterio del Cuerpo Místico de Cristo los cristianos somos uno en Jesucristo.

"Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6, 33), nos decía Jesús. "Buscad y encontraréis ... porque todo el que busca encuentra" (Mt 7, 7-8), decía también en otra ocasión. Y así, como consecuencia de nuestra búsqueda, y ayudados por la Gracia, llegaremos a encontrar el Reino de Dios, o sea, a Jesús. Y teniéndole a Él, con Él lo tendremos todo y ninguna otra cosa necesitaremos: "Todo lo estimo como basura con tal de ganar a Cristo" (Fil 3, 8), decía san Pablo. 

Buscándole, conociéndole, amándole, nuestra vida tiene sentido y se ilumina, pues su Luz brilla sobre nuestro rostro. Y es así, en este olvido de nosotros mismos por amor a Jesús, cuando somos más nosotros mismos (en su sentido primigenio y genuino); y nos encontramos, además, en las mejores condiciones para ayudar, de verdad, a los demás a ser ellos mismos; o lo que es igual, a que se encuentren con Jesús y que Jesús sea para ellos su vida.

La respuesta a todos los problemas sigue y seguirá siendo el Amor de Dios, un Amor que nos manifestó en la Persona de su Hijo que, siendo Dios, se hizo hombre. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el único que puede dar sentido a la existencia humana. Si nos creyéramos esto y lo aceptáramos en nuestro corazón, entonces seríamos realmente felices y podríamos decir, con san Pablo:  "Vivo, pero ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20), pues "para mí la vida es Cristo" (Fil 1, 21).


José Martí

martes, 9 de diciembre de 2014

El amor a uno mismo (3 de 4) [José Martí]


Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Y dado que Dios es Amor, el hombre cumplirá el fin para el que ha sido creado en la misma medida en la que ame. Eso es lo propio del hombre y para eso ha sido creado. 



Amando el hombre se realiza a sí mismo como hombre, lo que tiene lugar mediante el acercamiento a Dios, quien es todo Amor. En tanto en cuanto un hombre conozca más a Dios, como Amor, y ponga todos los medios a su alcance para asemejarse más a Él, podrá decir que es más "sí mismo"; es "más hombre", por decirlo de algún modo, pues hace realidad en su propia vida aquello que es por esencia. 


De ahí que cuando el hombre se aparta de Dios [del Dios que es Amor, que es el único Dios y el verdadero Dios], se vuelve inhumano: egoísta, perezoso, holgazán, que busca sólo su propio interés, etc ... El hombre separado de Dios es "menos hombre", si se me permite la expresión; actuando contra Dios actúa contra sí mismo y en ello lleva ya su propia desgracia y desdicha.


Pero volvamos de nuevo a la pregunta inicial: ¿Cómo puede un hombre amarse a sí mismo? Como sabemos, el amor se da siempre entre un "yo" y un "tú" diferentes, en mutua y total reciprocidad del uno hacia el otro y del otro hacia el uno. Así las cosas, si entendiésemos el amor a uno mismo como el amor del "yo" hacia el propio "yo", incurriríamos en una contradicción; no cuadra con aquello en lo que consiste el amor que supone siempre una relación interpersonal; y, en este sentido, una persona, como tal persona, no podría amarse a sí misma


En mi opinión -yo así lo pienso- la palabra "amor", cuando se refiere al amor que uno se tiene a sí mismo, está siendo empleada en un sentido diferente al amor- enamoramiento, pues éste necesita de dos que se amen: "Yo soy para tí y tú eres para mí". Es evidente que no es de esta manera como debe entenderse el amor por uno mismo, amor que -ciertamente- es necesario; y que es, además, un mandato divino, hasta el punto de que se toma como referencia respecto al amor que se debe de tener a los demás: "Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Lc 10,27)




El amor, cuando es entendido como amor hacia sí mismo, es algo que toda persona posee de modo innato, desde que nace, "pues nadie aborrece nunca su propia carne, sino que la alimenta y la cuida" (Ef 5, 29). Y en el caso de los cristianos, además de esa razón natural, existe una razón aún más profunda, de carácter sobrenatural : "porque somos miembros de su Cuerpo" (Ef 5, 30). Nadie debe aborrecerse a sí mismo jamás; y un cristiano menos que nadie, pues el amor hacia sí mismo debe de ser "como Cristo ama a su Iglesia" (Ef 5, 29). Decir, pues, que un cristiano desprecia su cuerpo, porque el cuerpo es algo malo, es una calumnia. 


[No hay que confundir a un cristiano con un gnóstico: éstos sí que consideran su cuerpo como un enemigo, al que deben odiar. La herejía gnóstica, condenada por lo Iglesia, ha aparecido con diversos nombres (maniqueísmo, cátaros o albigenses, etc) a lo largo de la historia y sigue estando presente hoy en día, en numerosas sectas, en especial en las sectas protestantes, para quienes la naturaleza humana está corrompida y la salvación sólo es posible mediante la fe. Como decía Lutero: "Peca mucho, pero cree más"]

En mi opinión -en lo que concierne al amor a uno mismo- la palabra amor debe ser empleada en el sentido de "querer lo mejor" para uno mismo. De modo que "amarse a uno mismo" sería el equivalente a "querer lo mejor para uno mismo".

Aunque nos encontramos ahora con una nueva dificultad, cual es la de "definir" qué debe entenderse por "lo mejor". Con toda probabilidad, la respuesta sería unánime: "Lo mejor -diríamos- es aquello que nos hace felices". Y no cabe duda de que debe ser así, pues todos ansiamos la felicidad.

El problema del amor a uno mismo ha quedado reducido así a un nuevo problema: ¿Qué se entiende por felicidad? Son muchos los que la cifran en el tener, en la posesión de cosas: dinero, bienes, buena fama, ..., con vistas al propio bienestar y al propio placer. Pero, ¿realmente es esto así? 


(Continuará)

viernes, 28 de noviembre de 2014

El amor a uno mismo (2 de 4) [José Martí]


Puesto que sobre el misterio de la Santísima Trinidad ya se ha tratado extensamente en el otro blog, en diferentes entradas, intentaré ceñirme, brevemente, a aquel aspecto del misterio que se relaciona con el asunto del que aquí se va a hablar, cual es el del amor a uno mismo.

El Padre se conoce a Sí mismo, en un Conocimiento tan perfecto que es su Imagen Perfecta y es, además, una Persona: el Hijo, que es igualmente Dios, como el Padre, en todo igual al Padre, pero distinto del Padre en cuanto Persona, "engendrado, pero no creado" por el Padre. 

El Padre no se ama a Sí mismo como Padre, sino que ama al Hijo, que es su Imagen Perfecta. Y puesto que el Hijo de Dios es igualmente Dios, podemos decir, en este sentido, que Dios se ama a Sí mismo: Dios ama a Dios. Expresarse de este modo, sin embargo, puede inducir a confusión, pues no indica la realidad del amor, el cual ocurre siempre entre dos personas distintas: un "yo" y un "tú". 

Lo correcto, en principio, sería decir: Dios Padre ama a Dios Hijo; y es amado igualmente por el Hijo, en perfecta reciprocidad de Amor. El amor con el que el Padre ama al Hijo se identifica con el Amor con el que el Padre es amado por el Hijo. Y este Perfecto Amor mutuo y recíproco entre Padre e Hijo es también una Persona: el Espíritu Santo, que es Dios, al igual que lo son el Padre y el Hijo.

Por lo tanto, en Dios se dan simultáneamente, la unidad y la distinción. Unidad Esencial, puesto que hay un solo y único Dios. Distinción Personal que hace posible el Amor entre el Padre y el Hijo, un Amor que es, precisamente, el Espíritu Santo. Misterio tremendo éste de la Santísima Trinidad, según el cual, aun habiendo un solo Dios, no se trata de un Dios solitario, sino de un Dios tripersonal. Por eso se habla de Dios como Uno en Esencia y Trino en Personas. Y por eso son compatibles las expresiones que definen a Dios como "Yo soy" (Ex 3, 14) y como "Amor" (1 Jn 4, 8).

Una vez más, nos encontramos con nuestra incapacidad manifiesta para entender a Dios; y no encontramos nunca las palabras adecuadas. Siempre nos quedamos cortos. Sin embargo, aunque "a Dios nadie lo ha visto jamás" (Jn 1, 18a), algo y mucho sabemos de Dios, pues "Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, Él mismo es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1, 18b). En Jesucristo Dios se ha revelado al hombre de un modo definitivo y nos ha capacitado para poder conocerle y amarle, algo que antes era imposible. Nos seguimos desenvolviendo en el terreno de lo misterioso, pero percibimos lo suficiente como para poder dejarnos seducir -sin temor a equivocarnos- por esta maravillosa realidad que no es algo, sino Alguien. Esa realidad tiene un nombre, que es Jesús, Dios hecho hombre como uno de nosotros

No podemos ni debemos olvidar que sólo Dios es, en el sentido más profundo de la palabra ser:  "Ipsum Esse subsistens" -decía santo Tomás, refiriéndose a Dios; lo que podría traducirse como el Ser que es por Sí mismo y que a nadie debe su existencia. Nosotros somos sus criaturas. Somos -cierto- pero nuestro ser se lo debemos a Dios, que es nuestro Creador. Somos esencialmente dependientes de Dios. "Dios es ... eso basta" , decía san Francisco de Asís. 



La aceptación gozosa de esta realidad nos acerca al conocimiento de la verdad acerca de Dios y también acerca de nosotros mismos. Comencemos por recordar algunas frases bíblicas. Algunas de ellas son del Antiguo Testamento: "Y dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gen 1, 26). Y se añade un poco más adelante: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó" (Gen 1, 27). Otras son del Nuevo Testamento, como:  "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y aquella en la que se nos habla de qué manera puso Dios de manifiesto su amor: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

De modo que puesto que Dios es Amor y el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, es tan solo amando como el hombre realiza, en sí mismo, aquello que ya es por esencia, a saber, imagen de Dios. Esta es la finalidad de la vida humana y lo único que le da su verdadero sentido: amar y ser amado. Sólo amando podrá el hombre realizarse como tal y ser realmente feliz, en la medida en la que eso es posible en esta vida. Es amando como el hombre se parece más a Dios, que es todo amor.

Una vez que Dios se ha hecho hombre en la Persona de su Hijo, tenemos la posibilidad de ver cumplida esta tarea de amar, que hace que todo adquiera su verdadero sentido. Viendo a Jesús, escuchando sus palabras y llevando a la práctica sus enseñanzas (amándolo, en definitiva) nos asemejamos a Dios y hacemos realidad en nosotros lo que significa ser un hombre. Jesús es el modelo perfecto a imitar si queremos llegar a la perfección de nuestra naturaleza humana. Él es el hombre por antonomasia (además de ser Dios): en la medida en que nos asemejemos a Jesús y hagamos nuestra su Vida, en esa misma medida nos hacemos verdaderamente "hombres", en el sentido más profundo de esta palabra. Como hoy se diría, es así como de verdad nos "realizamos" como personas. Y todo esto que digo sería cierto, incluso, desde un punto de vista meramente humano, que no tuviese en cuenta lo sobrenatural; pues, al fin y al cabo, según decía Santo Tomás, lo sobrenatural no se opone a lo natural sino que lo supone y lo perfecciona.
(Continuará)

viernes, 21 de noviembre de 2014

El amor a uno mismo (1 de 4) [José Martí]

"Amarás a tu prójimo como a tí mismo" (Lc 10, 27)




Necesitamos una referencia para amar a los demás; y esa referencia es el amor a uno mismo. Pero, ¿qué significa amarse uno a sí mismo? Podríamos, incluso, preguntar: ¿Qué es eso de amar? Durante mucho tiempo la referencia a uno mismo se ha considerado como egoísmo. Luego, ¿en qué quedamos? ¿Es o no es bueno el amor a uno mismo?. En la Biblia se contesta de modo afirmativo a esta pregunta. Por lo tanto, tenemos que ahondar acerca de lo que, en términos bíblicos, se entiende por amor. 



Si fuese preciso dar una definición de amor, ésta viene ya formulada por el apóstol Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). ¿Acaso se puede deducir, de esta expresión, que Dios se ama a Sí mismo y que, por lo tanto, también nosotros debemos amarnos a nosotros mismos pues hemos sido "creados a su imagen y semejanza" (Gen 1, 26)? 

Esta pregunta no tiene una respuesta sencilla, si es que se puede decir que la haya. Y esto por una razón muy simple: el amor supone que haya, al menos, dos personas que se amen. Sin embargo, Dios es único. ¿Cómo es posible dar esa definición acerca de Dios sin incurrir en contradicción? 

Tenemos que regresar, de nuevo, al terreno del misterio y de lo sobrenatural, de la Verdad que nos ha sido revelada en Jesucristo, pues la mera razón no nos permite dar respuesta a esa pregunta, lo que nos introduce, de lleno, en el misterio de la intimidad de Dios: sólo desde la consideración de Dios como Uno en Esencia y Trino en Personas es posible llegar a "entender" algo (si es que esto es posible) sobre el misterio de Dios, en Sí mismo, sin incurrir en ningún tipo de contradicción. Como el lector avezado habrá podido ya descubrir, nos estamos refiriendo al misterio de la Santísima Trinidad.

Ciertamente, Dios es Único. Hay un solo Dios. Pero hay tres Personas distintas en Dios, que son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: el Padre es Dios; el Hijo es Dios; el Espíritu Santo es Dios. Pero no se trata de tres dioses, sino de un solo y único Dios, en tres Personas divinas que son distintas, en cuanto Personas: el Padre no es el Hijo ni el Hijo es el Padre, ni ninguno de Ellos es el Espíritu Santo, considerados como Personas. 

Esta distinción "personal" en el único Dios que existe, y que es Causa de todo, es la que nos va a permitir afirmar que, efectivamente, "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y que no hay, en ello, ningún tipo de contradicción, aunque, como Misterio que es, es inaccesible a cualquier mente humana. Si algo sabemos de la existencia de este Misterio es porque nos ha sido revelado: Dios mismo, en la Persona de su Hijo, se hizo un hombre como nosotros, sin dejar de ser Dios. Este hombre-Dios es Jesucristo. Y sólo en Él y junto a Él tenemos acceso al Padre, por el Espíritu Santo. 

Con la gracia de Dios intentaré ahondar un poco en este Misterio, sin que lo que vaya a decir constituya una explicación del mismo, pues dejaría de ser, entonces, un Misterio: Dios, que es infinito, siempre será  inabarcable por el hombre. Sin embargo, nos ha dado una razón para que la ejercitemos. Y así, a la vista de todo lo que nos ha sido revelado, podamos profundizar -en la medida de nuestras fuerzas- en ese Misterio, como en cualquier otro, con la condición de que nuestras especulaciones no nos lleven nunca a negar el propio Misterio, objeto de estudio. Si tal ocurriera, habría que concluir que nuestro razonamiento no ha sido el adecuado porque, en ningún caso, el Misterio puede ser negado, al constituir un dogma de fe. 

Dicho esto, y haciendo uso del conocimiento que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo, conforme al sentir de la Iglesia de siempre; apoyado -por otra parte- en los grandes Doctores de la Iglesia, en particular San Agustín y Santo Tomás de Aquino, me atrevo a sacar mis propias conclusiones, en el sentido de que las hago mías. Porque, aunque no diga nada diferente a lo que ya se sabe y se ha estudiado durante siglos, sin embargo, para mí es nuevo -y en cierto modo es mío- al haberlo estudiado personalmente. 

Además, y ese es mi deseo, puede que mi modo de razonar sirva también a otros en lo que concierne al conocimiento de Dios que es, en realidad, lo que verdaderamente importa. Así que, con las debidas disposiciones, me atrevo a esbozar una respuesta a la pregunta inicial dando por supuesto -claro está- que lo que vaya a decir no constituye, ni mucho menos, una explicación del tremendo misterio que es el del Amor, en todas sus formas y maneras.
(Continuará)

jueves, 2 de octubre de 2014

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (4.1)

1
2
3.1
3.2
3.3
4.1
4.2
4.3
4.4
4.5
5 a 8

4. Aquesta me guiaba
más cierto que la luz d el mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía

Esta luz que arde en el corazón del poeta y lo ilumina con tanta seguridad, pese a la oscuridad, es, como ya se ha explicado, el mismo Espíritu del que dijo Jesús: "El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho" (Jn 14, 26). 

La certeza que produce en el alma la noche dichosa y la oscuridad por la que atraviesa, es decir, la Cruz, es superior a cualquier otra certeza que podamos imaginar, incluso a la certeza que produce en nosotros lo evidente. Esa Luz hace de guía segura para que el poeta no se extravíe en el camino de su vida terrena.

Recordemos de nuevo las palabras de los discípulos de Emaús: "¿Acaso no ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32). Su corazón ardía al mismo tiempo que su mente se aclaraba con la explicación que Jesús les iba dando acerca de las Escrituras. Ellos iban tristes por el camino porque habían perdido la Esperanza. Pensaban que Jesús sería quien redimiera a Israel y los librara del poder romano. No les cabía en la cabeza que Jesús el Nazareno, "profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y ante todo el pueblo" (Lc 24, 19) hubiera sido "entregado por los príncipes de los sacerdotes y por sus magistrados para ser condenado a muerte y crucificado" (Lc 24, 20)


La Cruz, otra vez y siempre ... "escándalo para los judíos y necedad para los gentiles" (1 cor 1, 23). No entendemos los caminos de Dios ni podemos entenderlos a menos que Él mismo nos los explique ... y eso fue precisamente lo que hizo enviándonos a su Hijo, "nacido de mujer, nacido bajo la Ley" (Gal 4, 4) ... "para redimir a los que estaban bajo la Ley" (Gal 4, 5). El Amor de Dios hacia los hombres le llevó a hacerse, Él mismo, hombre [en la Persona Única de su Hijo] tomando una naturaleza humana y haciéndose en todo "semejante a nosotros y probado en todo, excepto en el pecado" (Heb 4, 15). Se hizo uno de nosotros, un hombre de carne y hueso exactamente igual que nosotros ... sin dejar de ser Dios: éste es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. 

[Recordemos que el pecado no pertenece a la naturaleza humana: el hombre nació sin pecado. Éste no es natural ni es propio del hombre como tal hombre, sino un pegote, un añadido, un 'postizo', consecuencia de la rebeldía contra Dios de nuestros primeros padres ]

El pecado es un "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7). Todos nacemos con el pecado original, pues "en Adán todos pecamos" (1 Cor 15, 22). Como misterio de desamor que es el pecado sólo podía ser vencido con otro misterio aún más grande, un misterio de amor. Y, en concreto, por el misterio del Amor de Dios, que se manifestó en Jesucristo: "Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre [vino] la resurrección de los muertos" ( 1 Cor 15, 21). 

Hoy hay muchos que se dicen católicos y que niegan la existencia del pecado original. Hoy casi nadie habla del pecado, como si éste no existiera y fuera un cuento chino. Y en el caso de que exista tampoco debe ser para tanto ... Lo mejor es "vivir" y no calentarse la cabeza ... 

Parece ser, sin embargo, que Dios no piensa de la misma manera. Los criterios de Dios no son los nuestros. Y los suyos son verdad. Pues bien, para Dios, como se ha dicho, el pecado es un "misterio de iniquidad" (2 Tes 2,7); y tal es la gravedad del pecado que ha dado lugar a que Dios en la Persona del Hijo [idéntico al Padre en cuanto a su naturaleza, pues hay un solo Dios, pero distinto del Padre como Persona] se haya hecho hombre en Jesucristo y haya ofrecido su Vida por la Redención de todos aquellos hombres que quieran ser salvados [lo que antes de su venida era imposible]; además, no lo ha hecho de cualquier modo, sino muriendo en una cruz. La cruz se ha convertido así en la mayor manifestación de amor que es posible, en este mundo: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13)


El pensamiento del Dios real, el Único Dios, manifestado en Jesucristo "en quien todas las cosas fueron creadas" (Col 1, 16) viene bastante bien explicado en los siguientes versículos de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses: "Hermano, tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" ( Fil 2, 5-8) 

De este modo, san Pablo pudo decir: "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). Y san Agustín dijo aquello de "feliz culpa" refiriéndose al pecado original, pues gracias a eso, hemos conocido y podemos amar a Jesucristo. Esta expresión agustiniana, pronunciada en una homilía, está incluida en el himno Exultet o pregón pascual que la Iglesia Católica canta el Sábado Santo. He aquí la estrofa:


 "Necesario fue el pecado de Adán,
 que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!".

Lo que no podemos entenderlo si Jesús mismo no nos lo da a entender. Por eso debemos acudir a Él cada día y a cada instante, meditando atentamente el Nuevo Testamento pues ahí es donde se encuentran sus palabras: "Las palabras que os he hablado son Espíritu y son Vida" (Jn 6, 63)
[siempre interpretadas, como ya se ha dicho tantas veces, a la luz de la Tradición de la Iglesia de veinte siglos, que es la que posee la recta interpretación de los textos evangélicos]


Volviendo a los discípulos de Emaús, escuchemos las palabras que Jesús les dice: "¡Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?" (Lc 24, 25-26). "Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él" (Lc 24, 27)


La cruz hace referencia al dolor, el trabajo, los sufrimientos, las contrariedades, la lucha diaria contra las tentaciones, etc. La cruz no es cómoda. Pero desde el momento en que Dios se ha hecho uno de nosotros y ha tomado la cruz sobre Sí, a partir de ese momento, la cruz ya no es una maldición. Al ser la cruz la máxima expresión posible del amor y del olvido de uno mismo para entregarse a la persona amada, que fue lo que hizo Jesús al dar su vida por amor a nosotros (a cada uno), nuestra vida debe ser siempre una vida crucificada para ser una vida cristiana auténtica: "El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de Mí" (Mt 10, 38)


No debemos tener miedo de la cruz como si se tratase de una desgracia. Así era antes de la venida de Jesucristo, pero ahora -unidos a Jesucristo- la cruz cobra el más hermoso de los significados posibles en esta vida, pues se ha convertido en la máxima expresión de amor hacia Dios y hacia los demás y, por lo tanto, resulta que ahora, en el presente eón, es lo único que hace posible nuestra felicidad. 


Por una razón muy simple, y es que no se concibe la verdadera alegría ni la felicidad auténtica en una persona egoísta, que sólo va a lo suyo y a quien Dios y los demás le tienen sin cuidado. Una persona así es un auténtico desgraciado y digno de lástima, por mucha salud, dinero, poder o influencias que tenga; pues, en realidad, está solo; con una soledad que le sumerge en el más horroroso de los vacíos y le hace completamente desdichado, todo ello por no querer saber nada con ese Dios, que lo ama, y que por eso mismo, ha dado su vida por él, para salvarlo y hacerlo feliz. 


Ojalá que pudiéramos decir, con el apóstol san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado; y vivo, pero ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20); porque es así como la noche y la densa oscuridad en la que vive el poeta (que son el equivalente a la cruz de Cristo) se convierten en esa luz que arde en su corazón y de la que dice:

"Aquesta  me guiaba,
 más cierto que la luz del mediodía"

(Continuará)

lunes, 15 de septiembre de 2014

Breve comentario a la Noche Oscura del Alma de San Juan de la Cruz (3.3)

1
Recordemos el episodio evangélico en el que cuando los discípulos de Emaús reconocen a Jesús, y éste desaparece, se dicen luego el uno al otro: "¿No es verdad que nuestro corazón ardía dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lc 24, 32) ... Era de noche, también en el corazón de estos discípulos que habían perdido toda esperanza, pero la Luz, que era Jesucristo, iluminó sus corazones y los hizo vibrar, los hizo "arder", según sus propias palabras. La luz y el calor van siempre acompañados, no solo en la realidad física, sino también en la espiritual. "La luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9) es Jesucristo. Él mismo lo dijo muy claramente: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Cuando esa Luz invade nuestro corazón, toda tiniebla desaparece.

Porque así es: cuando alguien, de alguna manera, se ha encontrado con el Señor, ya no hay nada -en el mundo- que pueda proporcionarle satisfacción alguna: no tiene otro deseo ni vive para otra cosa que no sea el estar junto a su Maestro, su Amigo y su Señor; y vivir conforme a lo que entiende que es Su voluntad con relación a Él. Al fin y al cabo, no para otra cosa vino Jesús al mundo: "Yo he venido- decía- para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10) ... no la vida como la entiende el mundo, sino la Vida (con mayúscula), que se identifica con Jesucristo, quien dijo de Sí mismo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6). Y también: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn 11, 25)


Así pues: si Jesús está en mi corazón, mediante su Espíritu, entonces tengo su Vida y mi vida está iluminada por su Presencia. Esto es cierto ... pero es preciso recordar que para que sea realmente de este modo es preciso que yo le haya dado también mi vida a Él.  Por expresarlo de alguna manera: se podría decir que el amor es celoso y no quiere ser compartido con nadie. De ahí esas expresiones que, cuando menos, nos pueden parecer raras, en el mejor de los casos: " Si alguno viene a Mí y no odia a su padre y a su madre y a sus hijos y a sus hermanos y a sus hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 26). 


¿Cómo es posible que Jesucristo nos pueda pedir que "odiemos" si Él mismo es Amor? La expresión debe ser entendida como formando parte del conjunto del Evangelio, pues así es. Y si así lo entendemos no tendríamos por qué echarnos las manos a la cabeza, ni escandalizarnos.
[Esto supone, evidentemente, que hemos leído y meditado la Sagrada Escritura, en particular el Nuevo Testamento]. No olvidemos que el profeta Isaías, refiriéndose a Dios, decía: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos" (Is 55,8). ¿Por qué? Pues porque nuestro modo de pensar es según el mundo; y es, por lo tanto, muy distinto al modo de pensar de Dios ... ¡Pero es el pensamiento de Dios, y no el nuestro, el que está en conformidad con la realidad ...! Al fin y al cabo, es Dios quien lo ha creado todo,..., ¿ y quién, mejor que Él, puede conocer cómo son las personas y cómo son las cosas?  


Siempre, y por todas partes, aparece el misterio de la Cruz, de una u otra manera, porque no otra es la "noche dichosa" a la que se refiere San Juan de la CruzEl amor verdadero se manifiesta compartiendo el destino de la persona amada. Decía san Pablo: "Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni los principados, ni las cosas presentes, ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rom 8, 38-39) ... 


Y es en este sentido como pueden entenderse esas palabras de Jesús acerca del "odio a lo que más amamos" que tanto suelen "escandalizarnos". La respuesta la tenemos en el hecho de que, si queremos ser cristianos, es preciso anteponer a Dios a todas las cosas: ni siquiera nuestra familia (padre, madre, hijos, hermanos) e incluso ni siquiera nosotros mismos (buscando nuestra vida) debemos poner trabas a la acción de Dios, con la absoluta seguridad de que eso es lo mejor para nosotros

¿Qué es, si no, lo que hizo Jesús: "Estaba sentada a su alrededor una muchedumbre, y le dicen: 'Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas, te buscan fuera'. Y, en respuesta les dice: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?. Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice: 'Éstos son mi madre y mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mc 3, 32-35). ¿Y acaso no quería Jesús a su madre?
[aparte de que nadie ha habido, ni habrá, en el mundo, que haya hecho la voluntad de Dios mejor que María, la madre de Jesús que, en este sentido también, era aún más madre que ninguno de los que estaban allí escuchando] ... pero nada podía interponerse en el camino que su Padre Dios había pensado para Él. Otro ejemplo: cuando el niño Jesús se perdió a los doce años y lo encontraron tres días después, entre doctores, y su madre le dijo: "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, te buscábamos (...) Él les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que Yo esté en las cosas de mi Padre?" (Lc 2, 48-49)

El seguimiento de Jesús debe ser siempre en totalidad. Y es en ese sentido como debemos entender la palabra "odiar" [odiar todo aquello que nos impida cumplir la voluntad de Dios en nosotros, aunque eso suponga enfrentarse a nuestros seres más queridos]. En este contexto es donde hay que situarse para entender, por ejemplo, la contestación que dio Jesús a Pedro cuando éste, tomándolo aparte, se puso a reprenderlo y a decirle que eso de que había de padecer y de morir era algo que no le iba a suceder. "Jesús, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí, satanás! pues eres para mí escándalo, porque no gustas las cosas de Dios, sino las de los hombres" (Mt 16, 23). ¿Acaso "odiaba" Jesús a Pedro? [Por supuesto que no: Pedro era uno de los tres discípulos predilectos de Jesús]Y, sin embargo, tuvo que dirigirle esas palabras tan duras, e incomprensibles, si nos situamos en un plano meramente humano. A eso a lo que se refiere el Señor cuando habla de "odiar" al padre, a la madre, ..., incluso la propia vida.


Es necesario, por lo tanto, transformar nuestra mente y nuestro corazón para entender la Palabra de Dios y poder ser así iluminados por ella en nuestra corazón. Porque -y esto es muy importante- sólo en la noche; o si se quiere, pues viene a ser lo mismo, sólo llevando nuestra cruz con total disponibilidad a la voluntad de Dios, es posible que Cristo se nos haga el encontradizo y nos haga entender todo lo que nos parecía extraño y sin sentido [¡era porque no pensábamos como Dios sino como los hombres!].

Para ser iluminados por Él y para que nuestro corazón arda de amor, es preciso que sólo Él cuente, por encima de todas las cosas, por muy buenas que éstas sean, incluso por encima de nuestra propia vida: "El que quiera salvar su vida  la perderá; pero el que pierda su vida por Mí, la encontrará" (Lc 16, 25). Sólo si le entregamos nuestro corazón, Él nos dará, a cambio, el suyo; y entonces, y sólo entonces, seremos verdaderamente felices, con la máxima felicidad posible en este mundo.



Cuando sólo Tú cuentes,
porque haya mi cáliz apurado,
sentiré como sientes ...
Y, en tus ojos mirado,
veré mi cuerpo todo iluminado

(José Martí)

domingo, 14 de septiembre de 2014

Breves comentarios a la Noche Oscura del Alma, de San Juan de la Cruz (3.2)

Vistas así las cosas, la noche coincidiría, entonces, con la muerte corporal ... Y la expresión "noche dichosa" no sería nada raro ... puede tener sentido ... siempre y cuando hayamos trabajado mientras es de día!, del modo en que se ha dicho. Así se lee en el Apocalipsis: "Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2, 10). Y así fue la vida del apóstol Pablo: "He luchado el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe. Desde ahora me espera la corona de justicia, que el señor, justo juez, me entregará en aquel día" (2 Tim 4, 7-8). 

La noche coincidiría, por lo tanto, con el momento del encuentro definitivo con el Señor, lo que sólo es posible cuando nuestra vida terrena haya llegado a su fin, después de haber combatido duramente [y siempre con la ayuda de la gracia] por permanecer fieles a Jesús, en medio de grandes pruebas: todo habrá merecido la pena. De ahí que se pueda hablar de muerte dichosa, tal como hizo san Juan de la Cruz en esta estrofa.



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Como sabemos, la verdadera poesía siempre habla de Dios y conduce hasta Él ... y se nota, entre otras cosas, que es auténtica poesía porque, una vez escrita, cada persona que la lee es impactada por ella, aunque no necesariamente del mismo modo, en lo que a su interpretación se refiere. Ésta puede ser variada, según quien la lea. Y es más: ni siquiera tiene por qué coincidir con la interpretación que el mismo poeta le dio al escribirla.

En todo caso, sea cual fuere la interpretación que se le da, lo que suele ocurrir es que en la persona impactada [si es que ha habido realmente tal impacto] se produce un cambio de mentalidad, que se traduce en un cambio de actitud ante la vida ... lo que sucederá, probablemente, si el lector es una persona con ansias de encontrar la verdad. En la lectura atenta de la verdadera poesía es posible encontrar lo que se ha estado buscando durante toda una vida, incluso aun sin saber qué era exactamente lo que buscaba. 


Y es que en la verdadera poesía siempre es posible encontrar a Aquel que es la Vida y que, por lo tanto, es el único que puede dar sentido a cualquier vida humana, el cual no es otro que Jesucristo ... porque, aun cuando la poesía no se refiera a Él de modo directo ... Él siempre está ahí, de alguna manera. 


Y ésta es la clave que nos puede servir de pauta para averiguar si una poesía es o no auténtica: lo será en tanto en cuanto nos acerque a la realidad; es decir, en tanto en cuanto nos acerque a Dios.  Si la lectura de una determinada poesía influyera en nosotros en el sentido de alejarnos de Dios, si eso ocurriese, sería un claro indicio de que nos encontramos frente a una "falsa poesía", ...,  y esto aun cuando 
la tal "poesía" hubiese  recibido infinidad de premios y aun cuando, prácticamente, todo el mundo la proclamara como la poesía perfecta e ideal ... No sería tal : ¡todo el mundo estaría equivocado!. Y la razón de ello es muy simple. Dado que la perfección se encuentra en el amor... y dado que es el amor lo que define a Dios, según nos dice san Juan: "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) ... ¿cómo va a ser perfecta una poesía que separe de Dios, o sea, que separe del amor, rectamente entendido? Es un contrasentido. 



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Pero continuemos ...La interpretación que le hemos dado a esta estrofa nos puede servir, como hemos dicho. Pero hay muchas explicaciones posibles y, dado lo sublime de este escrito es seguro que ninguna de ellas podrá agotar su significado que está, la mayoría de las veces, más allá de los conceptos y de las palabras. No obstante, pienso que es bueno aventurarse a descifrar qué es lo que Dios nos quiere decir a través del poeta, porque de eso se trata, en definitiva. Teniendo eso en cuenta, hay otro enfoque que considero que es más correcto, pues el poeta, en esta estrofa, se está refiriendo a esta vida terrena y no a la otra. De modo que aunque la idea de noche como dormición y descanso después de una dura lucha mientras es de día, nos puede ser útil, como se ha dicho más arriba, podemos intentar ahora otra posible explicación.

El concepto de noche está directamente relacionado con el de oscuridad. Cuando es de noche -sobre todo, si se trata de una noche densa- no se ve ni se distingue absolutamente nada; por supuesto que no se puede trabajar puesto que nada se ve. Pero el poeta no habla de la noche en la que se encuentra una persona dormida y en completa inactividad, sino de una noche "dichosa" y en soledad, en la que nadie puede verte ni tú miras a nadie, ni hay nada que atraiga tu mirada. Y, sin embargo, algo -o Alguien- te ilumina con una luz segura, una luz de tal índole que hace que esa noche deje de serlo y se transforme en la más luminosa que mente alguna sea capaz de imaginar:  esa luz se encuentra localizada en el corazón del poeta (pero no proviene de su corazón: Alguien la ha puesto ahí)


Si 
también nosotros indagamos en nuestro interior, nos daremos cuenta de que, como decía Antoine de Saint-Exupéry, en su libro El Principito"sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos" . Pero la palabra definitiva la tiene Jesús cuando dice: "Si tu ojo es puro todo tu cuerpo estará iluminado" (Mt 6, 22). Una mirada pura y sencilla es aquella que deja nuestro corazón al descubierto y nos ilumina, haciéndonos ver las cosas como realmente son.


Todos tenemos experiencia de que esto es así. Cuando dos enamorados hablan del amor que se profesan mutuamente, es lo más normal (al menos lo ha sido hasta ahora) que, mirándose el uno al otro a los ojos, descubra cada uno el corazón del otro; y que se oigan expresiones, que son tan solo balbuceos, como: "estaré siempre contigo", "mi corazón es completamente tuyo", etc.  En el caso de los seres humanos se trata de metáforas o deseos, que nunca pueden ser cumplidos del todo. Sin embargo, cuando el interlocutor es el mismo Dios, esas palabras y otras mucho más bellas, dejan de ser simbólicas y se transforman en algo real.


¿Y cómo puede ser esto? En el Nuevo Testamento se encuentra la respuesta. Por ejemplo, 
cuando san Pablo, al dar una razón por la que la Esperanza no defrauda, dice que es porque "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu que se nos ha dado" (Rom 5, 5). En otra ocasión ya había dicho: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" (1 Cor 3, 16). Y así podemos hallar infinidad de citas en el mismo sentido: "Habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios" (Col 3, 3).


Con lo que resulta que "la luz y quía que en el corazón ardía" a la que se refiere San Juan de la Cruz no es otra que el mismo Espíritu de Jesucristo, o sea, el Espíritu Santo, el Amor de Dios, el Corazón mismo de Dios puesto en lugar del nuestro.


 (Continuará)

sábado, 13 de septiembre de 2014

Breves comentarios a la Noche oscura del alma, de San Juan de la Cruz (3.1)

1
2
3.1
3.2
3.3
4.1
4.2
4.3
4.4
4.5
5 a 8

3. En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía

La belleza de esta estrofa es tal que cualquier comentario la estropearía. Sólo cabría repetirla, una y otra vez, en nuestro interior, por si el Señor, en su inmensa bondad, quisiera concedernos esos sublimes sentimientos con relación a Él; o al menos que se les parecieran mucho.

¿Noche dichosa? ¿Cómo es esto posible? Decía Jesús: "Es necesario que nosotros hagamos las obras de Aquél que me ha enviado mientras es de día; pues llega la noche, cuando nadie puede trabajar" (Jn 9, 4). Se trabaja durante el día; y la noche es para descansar. 

Una poesía como ésta puede tener infinidad de interpretaciones, y todas ellas válidas si nos conducen al amor de Jesucristo, pues ése es su origen y también su finalidad. Lo primero que se me ocurre es que el día se refiere a nuestra existencia ... "mientras es de día" sería equivalente a decir: "mientras vivimos" ... pues queda claro que sólo es posible actuar si estamos vivos; aunque no se trata de actuar de cualquier manera, sino de hacer las obras del Padre: "Esta es la obra de Dios: que creáis en quien Él ha enviado" (Jn 6, 29). De modo que la fe en Jesucristo es para esta vida ("mientras es de día"). Y esta fe en Aquél que el Padre ha enviado es aquí y ahora cuando debe de manifestarse : "Ya es hora de que despertéis del sueño" (Rom 13, 11) nos dice el apóstol Pablo. 

Nos jugamos todo en este despertar, pues lo que entra en juego no es ya la felicidad en esta vida, sino el porvenir que nos aguarda en la vida futura, es decir, nuestra salvación eterna; una salvación que sólo Dios puede conceder, y que se encuentra en la unión con Jesucristo ... pero debemos estar atentos porque en esta unión con Cristo, su voluntad es muy clara con relación a cada uno de nosotros: "Me robaste el corazón, hermana mía, esposa" (Cant 4,9) ... "dame a ver tu rostro, dame a oir tu voz" (Cant 2, 14). Enamoramiento de Jesús que le llevó a dar su Vida para que pudiéramos salvarnos y tenernos junto a Él: "Padre, quiero que donde Yo estoy también estén conmigo los que me has confiado" (Jn 17, 24).  Pero, ¿es también clara nuestra voluntad de contestarle con un sí total y definitivo a sus requerimientos de amor ... tal y como respondió la esposa del Cantar: "Yo soy para mi Amado y a mí tienden todos sus anhelos" (Cant 7, 11)?

Dios, que es Amor, ha dejado en nuestras manos la posibilidad de salvarnos, si es que queremos tener parte con Él. Al estar completamente definido su amor para con nosotros (¡y eso es seguro!), para que este amor llegue a plenitud es preciso que también nuestro amor por Él esté igualmente definido por completo y en totalidad (...¡y eso, en cambio, es lo que falta por ver!).

De este modo se aclara la dificultad que algunos piensan que existe entre la justicia, la verdad y la misericordia divinas. Su Misericordia y su Amor son infinitos -y nos lo ha demostrado haciéndose hombre y dando voluntariamente su Vida por nosotros- pero Él es la Verdad, y esta verdad, que coincide con su Amor, requiere en Justicia -y para que el amor sea verdadero amor, es decir, recíproco y en totalidad- una respuesta amorosa y libre por nuestra parte. Dios está atado por su Palabra, de modo que si nuestra respuesta a su amor es de rechazo, Él no puede sino respetar nuestra decisión, pues el Amor jamás puede imponerse a nadie

Por eso es tan importante "trabajar" mientras es de día; un trabajo que consiste en hacer la voluntad de Dios, o sea, creer en Jesucristo y amarlo, como lo único que da sentido a nuestra vida y hace de ella una aventura ... sin olvidar el significado, rectamente entendido, de la palabra amor: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 9) ... "El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 21) ..."Si guardáis mis mandamientos permaneceréis en mi amor, como Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su Amor" (Jn 15, 10), etc. En todas estas expresiones queda suficientemente claro que nuestra actitud no puede ser pasiva y que el amor no puede quedarse en palabras, si es verdadero amor.

(Continuará)