sábado, 5 de noviembre de 2011

Para salir del aburrimiento [José Martí]



Para salir del aburrimiento debemos recuperar la capacidad de sorprendernos (el asombro ante la realidad). Nunca nos asombramos lo suficiente del mero hecho de existir o de que haya cosas. Debemos poner el máximo interés, detalle y esmero en lo que hagamos. Y, por supuesto, trabajar con metas concretas, con objetivos claros y bien definidos, porque forman parte del vivir: son los que nos empujan a seguir luchando con ilusión (aunque estemos cansados), siempre mirando hacia adelante.

Es bueno también aprovechar los posibles errores del pasado para aprender de ellos, pero viviendo siempre en el presente y estando proyectados hacia el porvenir, con afán de mejorar. La ilusión es el motor de la vida: si nos quedamos anclados en el pasado, nos hacemos dependientes de él en exceso, de modo enfermizo, lo que conduce a la pérdida de la esperanza con relación al futuro.

Luego, ante el exceso de información, que puede producir aturdimiento y dispersión mental, se hace necesario reaccionar adecuadamente. Esto significa, entre otras cosas, quedarse con lo esencial, haciendo una criba de la información que nos llega. Mantenerse informado, por supuesto, pero sin perder el equilibrio: ni por exceso, lo que nos llevaría a absolutizar lo relativo; ni por defecto, lo que nos conduciría a la indiferencia, propia de la ignorancia, lo que tampoco es bueno. 

El secreto, como siempre, se encuentra en las palabras del Señor: “A cada día le basta su propio afán” (Mt 6, 34). No debemos estar en dos o más cosas, sino vivir el momento presente:  Age quod agis (“Haz lo que haces”). Si  en todo lo que hacemos somos conscientes de que el Señor está a nuestro lado; y es su amor lo que nos lleva a actuar, la vida recobra su color y el aburrimiento se hace imposible. 

La alegría, aquella que sale del corazón y que proviene de la consciencia y de la seguridad del amor con el que somos amados por Dios, encarnado en Jesucristo, esa alegría viene a ser el tono normal de nuestra vida, aunque se sufra, porque todo tiene sentido.

Por otra parte, merece la pena hacerse algunas preguntas que son decisivas. Por ejemplo: ¿Cuál es nuestro proyecto de vida? ¿Qué queremos hacer exactamente con esta vida nuestra que Dios nos ha regalado? Y antes de dar una respuesta, es preciso hacer silencio en nuestro interior. Y no engañarnos. Debemos averiguar realmente nuestros sentimientos, aquellos que expresan nuestro “verdadero” modo de pensar, no ocultárnoslos a nosotros mismos, pues sólo se puede mejorar sobre la base de la verdad, sea ésta la que fuere. 

El autoengaño nos impide crecer, nos impide relacionarnos de modo normal con la gente y establecer con ellos una relación de verdadero diálogo, un diálogo en el que lo que importe no sea el que nuestras ideas sean las que primen, el tener siempre la razón o dejar de tenerla, sino el amor a la verdad. Aprender a rectificar si estamos en un error, agradeciéndoselo a quien nos lo haya hecho ver; y luego ayudar nosotros a los demás a hacer lo mismo. 

Es fundamental que el otro nos importe de veras, de corazón, escuchándolo y dando importancia a lo que dice, procurando meternos en su pellejo a fin de poder entenderlo y empatizar con él lo mejor posible. Esta escucha es esencial para que se produzca un verdadero encuentro entre los que dialogan; y consecuentemente la alegría.

Hay unos "rituales" que nos pueden ayudar también en este sentido (podíamos llamarlos también "hábitos"), relativos, sobre todo, a cómo distribuimos el tiempo de que disponemos: Comenzar y terminar el día, preparar el trabajo, ejecutarlo lo mejor posible, aprender a descansar, cambiar de tarea con cierta flexibilidad, etc.

Se trata de unas pautas naturales, a las que debemos dar su importancia, pues la tienen; y que nos pueden ayudar también en lo sobrenatural. Por poner algún ejemplo (se podían poner muchos otros): al levantarse, hacerlo inmediatamente, al toque del despertador  y darle gracias a Dios por el nuevo día que pone ante nosotros para que lo amemos y, sobre todo, para que seamos más conscientes del amor que Él nos tiene. Levantarse, además, con tiempo suficiente para poder lavarse, ducharse, desayunar, escuchar las noticias, hacer la oración, etc…; y todo ello con calma, sin prisas ni estrés, aunque -eso sí- sin dormirse tampoco en los laureles. Y en todo esto tener siempre presente al Señor como contertulio y amigo nuestro que es. Lo natural y lo sobrenatural no están reñidos, sino que se influyen y se ayudan mutuamente. 

Finalmente, no debemos olvidar la necesidad de la disciplina. Ésta es fundamental para combatir el desorden interior y no  dejarse arrastrar, para no evadirse de la vida y vivir conscientemente. El esfuerzo que se realice en este sentido viene luego recompensado con creces, en la paz interior que se respira cuando se actúa conforme a la naturaleza que de Dios hemos recibido. 

Escribo aquí algunas sugerencias, que suponen cierta disciplina pero que, en mi opinión compensa, con creces, el seguirlas:

- Luchar y no desanimarse ni abatirse ante las dificultades: la desgana, la apatía, la pereza, la gandulería,…, no son sino una consecuencia de la falta de ilusión por algo que merezca la pena. 
- No tener miedo al esfuerzo ni a lo que los demás puedan pensar; ni siquiera a lo que uno mismo pueda pensar.
-  Hacer ejercicio físico, aunque sea algo tan sencillo como pasear una hora todos los días, a ser posible acompañado de otra u otras personas.
-  Hablar con los amigos; no aislarse, ni pensar que los problemas que uno pueda tener le pertenecen a él en exclusiva. Todos estamos hechos de la misma pasta. Y todos tenemos problemas: aunque no sean iguales a los de los demás, nos permiten relacionarnos con ellos y comprenderlos, así como ser comprendidos. De esa interacción se produce, prácticamente siempre, un enriquecimiento interior –un crecimiento personal- en cada uno de los que se relacionan
- Salir a la calle, y disfrutar de la naturaleza. No enclaustrarse, sobre todo si eso nos lleva –o puede llevarnos- a deprimirnos, cuando es tan sencillo el remedio.
- Ponerse a trabajar, con orden y entusiasmo, en cuanto estemos descansados. No es bueno estar ociosos. Otra cosa es el descanso, como una necesidad humana fundamental, que no debe confundirse con la holgazanería.


A veces, si se toman en serio estos consejos –y otros por el estilo- , la mayor parte de los “problemas” suelen desaparecer solos porque resulta que, en realidad de verdad, no eran tales problemas, sino pseudo-problemas, problemillas inventados por nosotros mismos, hasta el punto de llegar a creérnoslos: desde luego, el ser humano es “increíble”.