domingo, 29 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [5 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943


43. Por lo cual Nos sentimos grandísima pena cuando llega a Nuestros oídos que no pocos de Nuestros Hermanos en el Episcopado, sólo porque son verdaderos modelos del rebaño [
 1 Pedro 5, 3] y por defender fiel y enérgicamente, según su deber, el sagrado depósito de la fe [ 1Tim 6, 20] que les fue encomendado; sólo por mantener celosamente las leyes santísimas, esculpidas en los ánimos de los hombres, y por defender, siguiendo el ejemplo del supremo Pastor, la grey a ellos confiada, de los lobos rapaces, no sólo tienen que sufrir las persecuciones y vejaciones dirigidas contra ellos mismos, sino también -lo que para ellos suele ser más cruel y doloroso- las levantadas contra las ovejas puestas bajo sus cuidados, contra sus colaboradores en el apostolado, y aun contra las vírgenes consagradas a Dios. Nos, considerando tales injurias como inferidas a Nos mismo, repetimos las sublimes palabras de Nuestro Predecesor, de i. m., San Gregorio Magno: Nuestro honor es el honor de la Iglesia universal; Nuestro honor es la firme fortaleza de Nuestros hermanos; y entonces Nos sentimos honrados de veras, cuando a cada uno de ellos no se le niega el honor que le es debido [Cf. Ep. ad Eulog., 30: Migne, P.L., LXXVII, 933.].


44. Mas no por esto se vaya a pensar que la Cabeza, Cristo, al estar colocada en tan elevado lugar, no necesita de la ayuda del Cuerpo. Porque también de este místico Cuerpo cabe decir lo que San Pablo afirma del organismo humano: No puede decir… la cabeza a los pies: no necesito de vosotros [1Cor 12, 21]. Es cosa evidente que los fieles necesitan del auxilio del Divino Redentor, puesto que El mismo dijo: Sin mí nada podéis hacer [Jn 15, 5]; y, según el dicho del Apóstol, todo el crecimiento de este Cuerpo en orden a su desarrollo proviene de la Cabeza, que es Cristo [ Ef 4, 16; Col 2 19.]. Pero a la par debe afirmarse, aunque parezca completamente extraño, que Cristo también necesita de sus miembros. En primer lugar, porque la persona de Cristo es representada por el Sumo Pontífice, el cual, para no sucumbir bajo la carga de su oficio pastoral, tiene que llamar a participar de sus cuidados a otros muchos, y diariamente tiene que ser apoyado por las oraciones de toda la Iglesia. Además, nuestro Salvador, como no gobierna la Iglesia de un modo visible, quiere ser ayudado por los miembros de su Cuerpo místico en el desarrollo de su misión redentora. Lo cual no proviene de necesidad o insuficiencia por parte suya, sino más bien porque El mismo así lo dispuso para mayor honra de su Esposa inmaculada.
Porque, mientras moría en la Cruz, concedió a su Iglesia el inmenso tesoro de la redención, sin que ella pusiese nada de su parte; en cambio, cuando se trata de la distribución de este tesoro, no sólo comunica a su Esposa sin mancilla la obra de la santificación, sino que quiere que en alguna manera provenga de ella. Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante, el que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la cooperación que Pastores y fieles -singularmente los padres y madres de familia- han de ofrecer a nuestro Divino Salvador.

45. A las razones expuestas para probar que Cristo Nuestro Señor es Cabeza de su Cuerpo social, hemos de añadir ahora otras tres, íntimamente ligadas entre sí.

46. Comencemos por la mutua conformidad que existe entre la Cabeza y el Cuerpo, puesto que son de la misma naturaleza. Para lo cual es de notar que nuestra naturaleza, aunque inferior a la angélica, por la bondad de Dios supera a la de los ángeles: Porque Cristo, como dice Santo Tomás, es la cabeza de los ángeles. Porque Cristo es superior a los ángeles, aun en cuanto a la humanidad… Además, en cuanto hombre, ilumina a los ángeles e influye en ellos.
Pero, si se trata ya de naturalezas, Cristo no es cabeza de los ángeles, porque no asumió la naturaleza angélica, sino -según dice el Apóstol- la del linaje de Abraham [Comm. in Ep.ad Eph  Cap. 1, Lect. 8; Hebr 2, 16-17.]. Y no solamente asumió Cristo nuestra naturaleza, sino que, además, en un cuerpo frágil, pasible y mortal se ha hecho consanguíneo nuestro. Pues si el Verbo se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo [Fil 2, 7], lo hizo para hacer participantes de la naturaleza divina a sus hermanos según la carne [ 2Pt 1, 4], tanto en este destierro terreno por medio de la gracia santificante, cuanto en la patria celestial por la eterna bienaventuranza.
Por esto el Hijo Unigénito del Eterno Padre quiso hacerse hombre, para que nosotros fuéramos conformes a la imagen del Hijo de Dios [Rom 8, 29] y nos renovásemos según la imagen de Aquel que nos creó [Col 3, 10]. Por lo cual, todos los que se glorían de llevar el nombre de cristianos, no sólo han de contemplar a nuestro Divino Salvador como un excelso y perfectísimo modelo de todas las virtudes, sino que, además, por el solícito cuidado de evitar los pecados y por el más esmerado empeño en ejercitar la virtud, han de reproducir de tal manera en sus costumbres la doctrina y la vida de Jesucristo, que cuando apareciere el Señor sean hechos semejantes a El en la gloria, viéndole tal como es [1Jn 3, 2].
47. Y así como quiere Jesucristo que todos los miembros sean semejantes a El, así también quiere que lo sea todo el Cuerpo de la Iglesia. Lo cual, en realidad, se consigue cuando ella, siguiendo las huellas de su Fundador, enseña, gobierna e inmola el divino Sacrificio. Ella, además, cuando abraza los consejos evangélicos, reproduce en sí misma la pobreza, la obediencia y la virginidad del Redentor. Ella, por las múltiples y variadas instituciones que son como adornos con que se embellece, muestra en alguna manera a Cristo, ya contemplando en el monte, ya predicando a los pueblos, ya sanando a los enfermos y convirtiendo a los pecadores, ya, finalmente, haciendo bien a todos. No es, pues, de maravillar que la Iglesia, mientras se halla en esta tierra, padezca persecuciones, molestias y trabajos, a ejemplo de Cristo.

Continuará

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