domingo, 29 de octubre de 2017

Carta Encíclica Mystici Corporis Christi del Papa Pío XII, promulgada el 29 de junio de 1943 [4 de 15]

Mystici Corporis Christi
SOBRE EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 29 de junio de 1943


36. Nos place, sin embargo, para común utilidad, tratar aquí sucintamente de esta materia. Y en primer lugar, es evidente que el Hijo de Dios y de la Bienaventurada Virgen María se debe llamar, por la singularísima razón de su excelencia, Cabeza de la IglesiaPorque la Cabeza está colocada en lo más altoY ¿quién está colocado en más alto lugar que Cristo Dios, el cual, como Verbo del Eterno Padre, debe ser considerado como primogénito de toda criatura?[Col 1, 15]. ¿Quién se halla en más elevada cumbre que Cristo hombre, que, nacido de una Madre inmune de toda mancha, es Hijo verdadero y natural de Dios, y por su admirable y gloriosa resurrección, con la que se levantó triunfador de la muerte, es primogénito de entre los muertos? [Col 1, 18; Ap 1, 5]. ¿Quién, finalmente, está colocado en cima más sublime que Aquel que como único… mediador de Dios y de los hombres[1 Tim 2, 5] junta de una manera tan admirable la tierra con el cielo; que, elevado en la Cruz como en un solio de misericordia, atrajo todas las cosas a sí mismo[Jn 12, 32]; y que, elegido -de entre infinitos millares- Hijo del Hombre, es más amado por Dios que todos los demás hombres, que todos los ángeles y que todas las cosas creadas?[San Cirilo de Alejandría, Com. in Joannem, I, 4. pg 73, 69; S Th, I, q.20 art 4 ad 1].

37. Pues bien: si Cristo ocupa un lugar tan sublime, con toda razón es el único que rige y gobierna la Iglesia; y también por este título se asemeja a la cabeza. Ya que, para usar las palabras de San Ambrosio, así como la cabeza es la ciudadela regia del cuerpo [San Ambrosio, Hexaem, VI, 55. PL 14, 265], y desde ella, por estar adornada de mayores dotes, son dirigidos naturalmente todos los miembros a los que está sobrepuesta para mirar por ellos[San Agustín, De Agone christiano, XX, 22. PL 40, 301], así el Divino Redentor rige el timón de toda la sociedad cristiana y gobierna sus destinos. Y, puesto que regir la sociedad humana no es otra cosa que conducirla al fin que le fue señalado con medios aptos y rectamente[STh I, q.22, art 1-4], es fácil ver cómo nuestro Salvador, imagen y modelo de buenos Pastores[Jn 10, 1-18; 1Pet 5, 1-5], ejercita todas estas cosas de manera admirable.

38. Porque Él, mientras moraba en la tierra, nos instruyó, por medio de leyes, consejos y avisos, con palabras que jamás pasarán, y serán para los hombres de todos los tiempos espíritu y vida [Jn 6, 64]. Y, además, concedió a los Apóstoles y a sus sucesores la triple potestad de enseñar, regir y llevar a los hombres hacia la santidad; potestad que, determinada con especiales preceptos, derechos y deberes, fue establecida por El como ley fundamental de toda la Iglesia.

39. Pero también directamente dirige y gobierna por sí mismo el Divino Salvador la sociedad por Él fundada. Porque Él reina en las mentes y en las almas de los hombres y doblega y arrastra hacia su beneplácito aun las voluntades más rebeldes. El corazón del rey está en manos del Señor; lo inclinará adonde quisiere [Prov 21, 1]. Y con este gobierno interior, no solamente tiene cuidado de cada uno en particular, como pastor y obispo de nuestras almas [1Pet 2, 25]; sino que, además, mira por toda la Iglesia, ya iluminando y fortaleciendo a sus jerarcas para cumplir fiel y fructuosamente los respectivos cargos, ya también suscitando del seno de la Iglesia, especialmente en las más graves circunstancias, hombres y mujeres eminentes en santidad, que sirvan de ejemplo a los demás fieles para el provecho de su Cuerpo místico. Añádase a esto que Cristo, desde el Cielo, mira siempre con particular afecto a su Esposa inmaculada, desterrada en este mundo; y cuando la ve en peligro, ya por sí mismo, ya por sus ángeles [Hech 8, 26; 9, 1-19; 10, 1-7; 12, 3-10], ya por Aquella que invocamos como Auxilio de los Cristianos, y por otros celestiales abogados, la libra de las oleadas de la tempestad, y, tranquilizado y apaciguado el mar, la consuela con aquella paz que supera a todo sentido [Fil 4, 7].

40. Ni se ha de creer que su gobierno se ejerce solamente de un modo invisible [León XIII, Lettre encyclique Satis cognitum du 29 juin 1896. ASSXXVIII (1895-1896) 725. CF. svs n. 630] y extraordinario, siendo así que también de una manera patente y ordinaria gobierna el Divino Redentor, por su Vicario en la tierra, a su Cuerpo místico. Porque ya sabéis, Venerables Hermanos, que Cristo Nuestro Señor, después de haber gobernado por sí mismo durante su mortal peregrinación a su pequeña grey[60], cuando estaba para dejar este mundo y volver a su Padre, encomendó el régimen visible de la sociedad por Él  fundada al Príncipe de los ApóstolesYa que, sapientísimo como era, de ninguna manera podía dejar sin una cabeza visible el cuerpo social de la Iglesia que había fundado. Ni para debilitar esta afirmación puede alegarse que, a causa del Primado de jurisdicción establecido en la Iglesia, este Cuerpo místico tiene dos cabezas. Porque Pedro, en fuerza del primado, no es sino el Vicario de Cristo, por cuanto no existe más que una Cabeza primaria de este Cuerpo, es decir, Cristo; el cual, sin dejar de regir secretamente por sí mismo a la Iglesia -que, después de su gloriosa Ascensión a los cielos, se funda no sólo en Él, sino también en Pedro, como en fundamento visible-, la gobierna, además, visiblemente por aquel que en la tierra representa su persona. Que Cristo y su Vicario constituyen una sola Cabeza, lo enseñó solemnemente Nuestro predecesor Bonifacio VIII, de i. m., por las Letras Apostólicas Unam sanctam [Bonifacio VIII, Bula Unam Sanctam del 18 de noviembre 1302. Cf Corp. Iur. Can., Extr. comm., Denzinger n. 468]; y nunca desistieron de inculcar lo mismo sus Sucesores.

41. Hállanse, pues, en un peligroso error quienes piensan que pueden abrazar a Cristo, Cabeza de la Iglesia, sin adherirse fielmente a su Vicario en la tierra. Porque, al quitar esta Cabeza visible, y romper los vínculos sensibles de la unidad, oscurecen y deforman el Cuerpo místico del Redentor, de tal manera, que los que andan en busca del puerto de salvación no pueden verlo ni encontrarlo.


42. Y lo que en este lugar Nos hemos dicho de la Iglesia universal, debe afirmarse también de las particulares comunidades cristianas tanto orientales como latinas, de las que se compone la única Iglesia Católica: por cuanto ellas son gobernadas por Jesucristo con la palabra y la potestad del Obispo de cada una. Por lo cual los Obispos no solamente han de ser considerados como los principales miembros de la Iglesia universal, como quienes están ligados por un vínculo especialísimo con la Cabeza divina de todo el Cuerpo -y por ello con razón son llamados partes principales de los miembros del Señor[San Gregorio Magno, Moralia, XIV, 35, 43. PL 75, 1062]-, sino que, por lo que a su propia diócesis se refiere, apacientan y rigen como verdaderos Pastores, en nombre de Cristo, la grey que a cada uno ha sido confiada [Cf. Concile du Vatican: Const. de Eccl, sess. IV, ch.3. Denzinger n. 1828]; pero, haciendo esto, no son completamente independientes, sino que están puestos bajo la autoridad del Romano Pontífice, aunque gozan de jurisdicción ordinaria, que el mismo Sumo Pontífice directamente les ha comunicado. Por lo cual han de ser venerados por los fieles como sucesores de los Apóstoles por institución divina [CDC C. 329,1], y más que a los gobernantes de este mundo, aun los más elevados, conviene a los Obispos, adornados como están con el crisma del Espíritu Santo, aquel dicho: No toquéis a mis ungidos [1 Par 26, 22; Sal 104, 15]. 


Continuará

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