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Para nosotros es imposible llegar a percibir la inmensa malicia del pecado, como "misterio" de iniquidad que es. Deberíamos adentrarnos en la inmensa bondad de Dios, en ese otro "misterio" aún mayor y más inmenso, cual es el del Amor de Dios. Sólo en la medida en la que Dios nos haga entender algo de su Amor hacia nosotros, en esa misma medida llegaremos a percibir también algo de aquello en lo que consiste el pecado, pues éste es la antítesis del Amor. Sólo desde el conocimiento de Dios, que es el Ser, podemos llegar a entender lo que supone el rechazo de Dios, el rechazo del Ser, el anti-Ser, que no otra cosa es el pecado.
Quisiera realizar aquí algunas reflexiones, que siempre serán muy pobres, acerca de este tremendo misterio que es el del Amor de Dios. En tanto en cuanto Dios nos dé a entender su Amor (porque se lo permitamos) y seamos conscientes de su relación personal amorosa con cada uno de nosotros, sólo en esa medida, podremos hacernos cargo también de la inmensa gravedad y de la malicia del pecado. El misterio de iniquidad, que es el pecado, sólo es comprensible desde el misterio del Amor de Dios.
El mundo no conoce a Dios y ni siquiera puede conocerle, pues le ha dado la espalda y no quiere oír hablar de Él, no quiere oír hablar de Jesucristo, el Único que le podría dar la felicidad a la que aspira. Una vez que Dios ha sido descartado de la propia vida, ¿qué sentido puede tener ya el pecado? El hombre de hoy ha decidido que Dios no existe y vive como si Dios no existiera. Cada uno se fabrica su propio "dios": el dinero, el placer, las drogas, etc... El resultado salta a la vista: jamás el hombre ha sido más desgraciado de lo que lo es ahora. Se ha alejado de la fuente de toda felicidad y se ha condenado a sí mismo, ya en este mundo, como un anticipo de lo que será su eterna condenación, si no cambia su enfoque de la existencia y se vuelve hacia Dios.
La realidad siempre se impone. El ansia de felicidad, que es connatural a todo ser humano, es infinita: así hemos sido creados por Dios, para que sea Él el objeto de nuestra vida. Sólo Él puede darle algún sentido. Ninguna criatura, absolutamente nada -por bueno que sea- es capaz de llenar nuestro corazón, pues hemos sido creados por el Amor y para el Amor y éste no sólo se encuentra en Dios, sino que se identica con Dios. Comenzaremos a salir de nuestra oscuridad y de nuestro vacío cuando comencemos a amar de verdad y nos abramos al Amor de Dios.
San Agustín lo expresó muy bellamente cuando, en diálogo con el Señor, pronunció esa famosa frase que todos conocemos y que expresa una realidad, la gran realidad de la vida: "Nos hiciste, Señor, para Tí. Y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí". Esa sed de infinito está en nosotros y no podemos evitarla, pues tal es nuestra condición como personas. Así hemos sido creados por Dios. Sólo Él, que es infinito, puede satisfacer todas nuestras inquietudes ... lo que ninguna otra criatura podrá hacer nunca.
Santo Tomás de Aquino definió el pecado como "aversio a Deo et conversio ad creaturas", es decir, como un dar la espalda a Dios y un volverse a las criaturas para que éstas cubriesen el hueco dejado por Dios ... lo que, como muy bien sabemos por experiencia personal, es completamente imposible. No existe criatura alguna que pueda sustituir al Creador. Por eso necesitamos convertirnos y volvernos a Dios, único modo de poder encontrar algún sentido a nuestra pobre vida. Sin Él estamos, simple y llanamente, perdidos. Y esto es así lo reconozcamos o no.
Si nos abrimos a la Verdad, esto es, a Dios, Él no nos rechazará nunca, porque nos ama; y no nos ama de cualquier manera, sino que nos ama con locura de verdadero enamorado; para Dios cada uno de nosotros es único; y no desea otra cosa de nosotros que nuestro amor. Sale a buscarnos todos los días ... pero tenemos que dejarnos encontrar por Él, con la absoluta seguridad de que su respuesta, con relación a nosotros, será el abrazo más amoroso que jamás nadie nos haya dada nunca ni pudiera hacerlo, aunque quisiera. Por grandes que fueran nuestros pecados, es mucho mayor su Amor, ese Amor que es el Único capaz de destruirlos, como si éstos nunca hubieran existido ... pues, como dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20).
Si hubiera que encontrar alguna palabra que definiera a Dios, suponiendo que eso fuera posible, puesto que Dios es infinito y ningún concepto humano puede encerrarlo; repito, si eso pudiera ser, no tendríamos más remedio que acudir a la Sagrada Biblia. Ésta, aunque usa el lenguaje humano, es la que más se aproxima a la realidad de Dios, puesto que es divinamente inspirada.
En ella se lee, por una parte, la revelación que el mismo Dios hace de su propio Nombre a Moisés, cuando le dice: "Yo soy el que soy. Esto dirás a los hijos de Israel: "Yo soy" me envía a vosotros" (Ex 3, 14). [En términos filosóficos, acuñados por santo Tomás de Aquino, diríamos que Dios es Aquél cuya esencia es "ser". Dios es el "Ipsum Esse subsistens", aquel que existe desde siempre y que no tiene el ser recibido de nadie]
Por otra parte, en el Nuevo Testamento, el apóstol san Juan, refiriéndose a Dios, hace esta otra afirmación: "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8). Y dada la simplicidad de Dios, dado que su Ser se identifica con cualquiera de sus atributos, los cuales sólo nos sirven a nosotros para hacernos una idea, muy remota, de cómo es Él, en realidad, podemos concluir que estas dos afirmaciones ("Dios es" y "Dios es Amor") son una y la misma cosa. Por decirlo de algún modo: su "Ser" es su "Amor" y todo ello en grado infinito e imposible de imaginar por nosotros; por más que nos empeñáramos, Él nos sobrepasa.
Pues bien: este Dios, que lo es todo, no se ha quedado en una simple abstracción mental o filosófica. No sólo es Amor, en sí mismo, sino que también se nos ha revelado como Amor ... en su Hijo. Así podemos leerlo en el Nuevo Testamento: "En diversos momentos y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos días nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el Universo" (Heb 1, 1-2).
De manera, pues, que para Dios somos importantes. Y lo somos hasta el extremo de que, Él mismo, en la Persona de su Hijo, se ha hecho uno de nosotros: éste es Jesucristo, verdadero Dios (el único Dios, consustancial al Padre) y verdadero hombre. Siendo Dios no nos pudo dar más de lo que nos dió, puesto que se dio a Sí mismo por Amor: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no muera sino que tenga la Vida Eterna" (Jn 3, 16).
Pero, ¿quién es Jesucristo? Todo el Nuevo Testamento habla de Él. Necesitaríamos una vida entera -y nos faltaría vida- para llegar a entender algo de Jesucristo ... y acabaríamos sin entender nada ... por nosotros mismos, lógicamente, pues aunque es cierto que "vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11), tal circunstancia no ocurrió con todos los hombres, pues hubo quienes sí le recibieron ... y "a cuantos le recibieron les dio la capacidad de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su Nombre, que no han nacido de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni del querer del hombre, sino de Dios" (Jn 1, 12-13). A éstos últimos van dirigidas, en verdad, las palabras contenidas en las Sagradas Escrituras, pues son los únicos que, en el Espíritu, son capaces de entenderlas.
A continuación escribo algunas de las citas bíblicas que, referidas a Jesucristo, muestran claramente que Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios Él mismo (el único Dios, consustancial al Padre) y el Único que, por lo tanto, puede dar sentido a la vida de cualquier persona, siempre que ésta se abra a su Gracia. Son tan solo una pequeña muestra de todo un conjunto que expresa, en todos los casos, una misma y única realidad: Jesucristo es Dios. Téngase en cuenta que todas estas expresiones no son inventos personales, sino que son palabra de Dios y tienen por autor al Espíritu Santo, que inspiró a quienes las escribieron. Deben de ser leídas, pues, como provenientes de Él.
"El es la imagen del Dios invisible (...). Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en Él (...) (Col 1, 15-17)
"Todo se hizo por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1, 3).
"Resplandor de la Gloria del Padre e impronta de su sustancia (Heb 1, 3) ... "por quien hizo también el Universo" (Heb 1, 2).
"Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para hacer las obras buenas que Dios había preparado para que las practicáramos" (Ef 2, 10) ...
"... conforme al plan eterno que ha realizado por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro, en quien tenemos la segura confianza de llegar a Dios, mediante la fe en Él" (Ef 3, 11-12)
... pues "uno solo es Dios y uno solo también el Mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, que se entregó a Sí mismo, en redención por todos" ( 1 Tim 2, 5)
"De su Plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia" (Jn 1, 16).
(Continuará)
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