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Sólo la fuerza de Dios mismo, actuando realmente en ellos por medio de su Espíritu, hizo posible que sus Apóstoles pudieran emprender y llevar a cabo con éxito la misión que les fue encomendada: una misión que les sobrepasaba: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar TODO lo que Yo os he mandado" (Mt 28, 18- 20a). Una labor que, junto a la de perdonar los pecados, les era absolutamente imposible de realizar ... ¡por sí mismos! Pero no estaban solos. Jesús había llevado a cabo la misión que su Padre le encomendó. Y ahora les tocaba a ellos hacer otro tanto: "Como el Padre me envió así os envío Yo a vosotros" (Jn 20, 21b). Y de la misma manera que "el Hijo nada puede hacer por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre ... pues lo que Él hace lo hace igualmente el Hijo" (Jn 5, 19) así también ahora nos ocurre a nosotros con relación a Jesús, quien dijo : "Sin Mí no podéis hacer nada" (Jn 5, 5b) ... pero aun siendo esto cierto, no lo es menos aquello que decía san Pablo: "Todo lo puedo en Aquél que me conforta" (Fil 4, 13). Ambas cosas son verdad: nada podemos y, sin embargo, lo podemos todo ... conforme a esta enseñanza y con los correspondientes matices.
Por eso el cristiano nunca puede estar triste ni desalentarse, aun cuando sufra, como también sufrió Jesús a causa de nuestros pecados. Por el contrario y conforme a las palabras de san Pablo a los corintios, los cristianos deberemos aparecer "como impostores, aun siendo veraces; como desconocidos, aunque conocidos; como a punto de morir, siendo así que vivimos; como castigados, pero no condenados a muerte; como tristes y, sin embargo, siempre alegres; como pobres, pero enriqueciendo a muchos; como quienes nada tienen, aunque poseyéndolo todo" (2 Cor 6, 8-10). Ciertamente tenemos que sufrir: la cruz es esencial para un cristiano que lo sea de verdad. Pero ha de tratarse de una cruz llevada junto a Jesús y por Jesús. Entonces se transforma en motivo de gozo, como le ocurría a san Pablo cuando dijo: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24).
El Espíritu de Cristo aparece bien reflejado en las siguiente palabras de san Pablo a los filipenses: "Tened, hermanos, entre vosotros, los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. El cual, teniendo la forma de Dios, no consideró una presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a Sí mismo, tomando la forma de sievo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz" (Fil 2, 5-8).
No tengamos miedo a la Cruz ... entendida ésta como la Cruz de Cristo; es decir, como la máxima manifestación posible de amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13) ... que fue, precisamente, lo que Él hizo por nosotros. Hasta tal extremo nos amó. La Cruz, así entendida, no puede producir nunca en nosotros sentimientos de tristeza ni de abatimiento. De ocurrir tal cosa, no estaríamos entonces ante la verdadera cruz de Cristo, pues en el centro de nuestro pensamiento y de nuestra vida ya no estaría Él sino que estaríamos nosotros: sufrir por sufrir no tiene ningún sentido. El que piense en la Religión católica de ese modo está en un error, rayano en la herejía: se trata de un pensamiento que tiene sus raíces en el luteranismo, ya que para Lutero la naturaleza está corrompida y debe de ser castigada. Pero no, ese no es el modo de pensar ni de actuar de Jesús ni el de su Iglesia.
Todo lo contrario. Esto son las palabras de Jesús: "Venid a Mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, que Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo. Y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera" (Mt 12, 28-30).
Qué bien entendieron estas palabras los Apóstoles cuando, después de haber sido azotados, "se retiraron gozosos de la presencia del Sanedrín por haber sido dignos de sufrir ultrajes a causa del Nombre de Jesús" (Hech 5, 41). Habían entendido muy bien lo que les dijo Jesús: "No es el siervo más que su señor. Si a Mí me persiguieron también a vosotros os perseguirán" (Jn 15, 20). Y "si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros" (Jn 15, 18). "Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que Yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia" (Jn 15, 19). Y dice el apóstol Santiago, por si quedara todavía alguna duda, que "quien desee hacese amigo del mundo se convierte en enemigo de Dios" (St 4, 4)
¿Por qué ese odio a Jesús por parte del mundo? ¿Qué es lo propio del mundo, lo que lo hace incompatible con Dios? En el lenguaje bíblico el mundo se refiere a todos aquellos que no recibieron sino que rechazaron la Palabra de Dios, manifestada en Jesucristo. De ellos dice Jesús: "Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado". Y continúa: "Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos las obras que ningún otro hizo, no tendrían pecado. Ahora, sin embargo, las han visto y me han odiado a Mí y también a mi Padre" (Jn 15, 22-24).
Sus discípulos, en cambio, reaccionaron de modo diferente ante los dichos y los hechos de Cristo. A ellos se refiere Jesús cuando se dirige a su Padre en la oración sacerdotal de la Última Cena: "Las palabras que me diste se las he comunicado; y ellos las recibieron y han conocido realmente que salí de Tí; y han creído que Tú me enviaste" (Jn 17, 8). Los apóstoles creyeron en Jesús. Le creyeron desde el principio cuando fueron llamados por Él y "al instante, dejando las redes, le siguieron" (Mc 1, 18). Y, con sus fallos y debilidades, le siguieron creyendo durante los tres años que estuvieron a su lado; por ejemplo, cuando dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 4, 6) o "las palabras que os he dicho son Espíritu y Vida" (Jn 6, 63), etc... De hecho, cuando muchos de sus discípulos se echaron atrás y no andaban ya con Él, ante la pregunta de Jesús a los Doce, Pedro, en representación de todos, dijo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida Eterna; y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 67-69).
Ante la incredulidad de su pueblo Jesús les reprocha: "¡Ay de tí, Corazaín! ¡Ay de tí, Betsaida! Porque si en Tiro y Sidón se hubieran realizado los milagros que se hicieron en vosotras, hace tiempo que, en saco y ceniza, hubieran hecho penitencia" (Mt 11, 21). A los escribas y fariseos, en concreto, les lanza terribles invectivas porque "ni entran ni dejan entrar a los que intentan pasar" (Mt 23, 14) hasta el punto de llamarles "¡Serpientes, raza de víboras!" (Mt 23, 33a) y amenazarles, si no cambiaban su conducta, con estas palabras: "¿Cómo podréis escapar a la condenación del infierno?" (Mt 23, 33b). [Obsérvese cómo Jesús hace referencia clara al infierno. Hoy mucha gente pasa por alto esta realidad, porque no la entiende ... pero no por ello deja de ser real]. Era tal la maldad de los príncipes de los sacerdotes y de los fariseos que después de que Jesús resucitara a Lázaro "decidieron darle muerte" (Jn 11, 53). Es más: decidieron "matar también a Lázaro, porque muchos, por su causa, se apartaban de los judíos y creían en Jesús" (Jn 12, 11).
La falta de fe de los judíos en Jesús es consecuencia de su rechazo a la verdad: "Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis?" (Jn 8, 46). Y, sin embargo, la reacción de Jesús ante esta increencia general por parte de los judíos es de queja amorosa: "¡Jerusalén, Jerusalén (...) ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas, y no habéis querido!" (Mt 23, 37). Aparece una frase en el evangelio de san Marcos en la que dice cómo Jesús, que es rechazado en Nazaret, pese a todos los milagros que había realizado entre los judíos, "se asombraba de su incredulidad" (Mc 6, 6), reacción muy humana por parte de nuestro Maestro y Señor, que nos está indicando, de alguna manera, el grado al que puede llegar un hombre cuando se empecina en no querer ver la verdad, por muy clara y manifiesta a todos que ésta sea.
Hoy, por ejemplo, se niegan verdades evidentes. Y es que el que rechaza a Dios, rechaza igualmente la razón, que es un don de Dios. No quiere ver. Hay bastante gente que piensa [¡ Bueno, piensa lo que los medios de comunicación quieren que piense, pero a lo que vamos!] que existe alguna incompatibilidad entre la fe y la razón. No hay tal. No sólo son compatibles sino que se exigen. El hilo de unión entre ambos es el amor a la verdad, adopte ésta la forma que sea. Una persona que, naturalmente, ama la verdad, la busca dondequiera que ésta se encuentre ... y nunca excluye lo sobrenatural, por principio. De hacerlo, tal búsqueda no sería sincera, sino con prejuicios: se quedaría a ras, a mitad de camino; al tomar la opción de cerrarse a las verdades que no entiende, deja de actuar como un verdadero amante de la verdad y lógicamente, tal cerrazón, le impide llegar a la Verdad (con mayúscula), que es Dios (y, en concreto, a Jesús), pues como bien decía santo Tomás de Aquino, lo sobrenatural no se opone a lo natural, sino que lo supone y lo perfecciona, llevándolo a plenitud. El no comprender estas cosas, por otra parte tan elementales, es lo que ha llevado a muchos "ciéntificos", de ayer y de hoy, a no admitir a Dios ... y es que, previamente, ya habían decidido en su corazón que Dios no existía, sin darse cuenta (o quizás dándose cuenta) de que tal decisión no era, precisamente, racional sino arbitraria, descartando (y negando) aquel plano de la realidad (precisamente el más rico) cuya mente era incapaz de asimilar y de entender completamente.
Algo semejante ocure con los hombres "progre" de nuestro tiempo, que son mayoría; y es que han optado por la mentira, mediante una opción que no se basa en razonamientos científicos, sino que es irracional y tiene su raíz en su propia voluntad; y esto lo han llevado hasta el extremo de rechazar la verdad, por muy clara y evidente que ésta se manifieste, incluso aun cuando esté demostrada científicamente. Todos los que así proceden rechazan, igualmente, a Dios; lo cual es lógico, dado que Dios es la suma Verdad y ellos odian la verdad. Muchos son los ejemplos que podrían ponerse y que saltan a la vista. Cito tan solo unos cuantos:
- Justificación del aborto como un derecho, aun estando más que demostrado que el aborto es un crimen y que es una persona humana la que es destruída: el hombre se arroga el poder de Dios, y es él quien decide quién tiene derecho a vivir y quien no.
- Ideología de género, que considera que no existe la naturaleza humana, en cuanto tal, sino que nuestras ideas son producto de la cultura recibida. Y así, aunque siempre se ha hablado de sexos en el caso del ser humano, conforme a lo que viene claramente especificado en el Génesis en el relato de la creación del hombre: "Hombre y mujer los creó" (Gen 1, 27) y aun cuando eso sea de sentido común y algo más que evidente ... aun así, se niega la evidencia en esta ideología: "No existen los sexos masculino y femenino en el ser humano. No existen el hombre y la mujer como tales sino que el ser hombre o el ser mujer estará en función de cómo se perciba cada uno a sí mismo, de las inclinaciones que posea, que son las únicas que cuentan. Por cierto, esta "ideología" se quiere imponer en los colegios como si se tratase de algo objetivo y científico.
- Matrimonio entre personas del mismo sexo: clara aberración (y consecuencia lógica de la ideología de género). El matrimonio, por definición, lo es entre un hombre y una mujer; y está abierto a la procreación. Esto es ley natural. Cualquiera con dos dedos de frente puede entender que es así. De la relación sexual entre dos hombres o entre dos mujeres no puede haber descendencia. Y esta idea de la familia natural que es, en realidad, el único tipo de familia que existe, es combatida. Un ejemplo más de opción por la mentira que llega hasta el extremo de que se legaliza y, además, se impone igualmente como materia de estudio en los colegios. La falsedad sustituyendo a la verdad. Y qué pocos son los que reaccionan ante estas anormalidades.
Así podríamos continuar y no acabaríamos nunca. Y es que cuando el hombre se aparta de Dios, cualquier aberración es justificada, y los concepto de bien y de mal desaparecen. Observamos cómo se hacen realidad hoy en día aquellas palabras que le dirigió el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: "Vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina sino que, dejándose llevar de sus caprichos, reunirán en torno a sí maestros que halaguen sus oídos, y se apartarán de la verdad, volviéndose a las fábulas" (2 Tim 4, 3-4).
(Continuará)
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