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Estábamos hablando de la necesidad de tener el Espíritu de Jesús, el Espíritu Santo, único modo de poder entender las realidades sobrenaturales que Dios, en su Hijo, nos ha querido comunicar, entre ellas, el inmenso Amor que nos tiene. Así nos lo dijo Jesús: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, Él os enseñará todo y os recordará todas las cosas que Yo os he dicho" (Jn 14, 26).
El Espíritu Santo es el gran Desconocido. Nunca habla de Sí mismo. Su misión es la de darnos a conocer el Amor de Dios. En realidad, el Espíritu Santo, que es Dios, el mismo y único Dios, en la Trinidad de Personas, viene a ser, por expresarlo de algún modo, como el corazón mismo de Dios pues es el Amor que el Padre profesa al Hijo y, a su vez, el Amor con que el Hijo profesa al Padre. La reciprocidad de Amor entre Padre e Hijo, en el seno de la Santísima Trinidad, tiene la misma Entidad que el Padre y el Hijo. Ese Amor que une al Padre y al Hijo (Personas Divinas distintas, en cuanto Personas) es también otra Persona Divina: es el Espíritu Santo. Y es ese el Espíritu que se nos ha dado para que podamos entender todas las cosas que Jesucristo nos dijo ... y aun las que no llegó a decirnos.
Pero no es un Espíritu cualquiera, pues "aunque sopla donde quiere" siempre nos habla de Jesucristo, en quien el Padre tiene sus complacencias. Un "espíritu" que nos llevara a separarnos de Jesús no sería el Espíritu Santo, no sería el verdadero Espíritu, Aquél que guía a la Iglesia, la única Iglesia verdadera, que es la Iglesia Católica.
Y el Espíritu de Jesucristo, que ese es el Espíritu Santo, si vive -de verdad- en nosotros, nos llevará, indefectiblemente, a compartir la Vida de Jesús, tomando su Cruz y haciéndola nuestra. Decía san Pablo a los colosenses: "Ahora me alegro en los padecimientos por vosotros y completo así en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). Jesucristo venció el pecado y nosotros, unidos a Él, podremos también vencerlo. Esta unión con Jesús sólo es posible si tenemos Su Espíritu. De ahí la importancia de conocer bien los Evangelios y el Nuevo Testamento, en donde se encuentra escrita la vida de Jesús y los comienzos de la Iglesia. Si así lo hacemos, y ponemos en ello toda nuestra ilusión, el Espíritu de Jesús vendrá a nosotros; lo que percibiremos cuando nos demos cuenta de que no podemos vivir sin ese Espíritu ... o lo que es igual, sin estar enamorados de Jesús, el cual se irá convirtiendo, cada día más, en Vida de nuestra vida,
Con Cristo -y sólo con Él- podemos vencer el pecado. Él ya lo ha hecho con su muerte en la cruz ... y ahora nos da la posibilidad de que nosotros podamos también hacerlo. Sabemos que tenemos su Espíritu si compartimos su Vida y tomamos la Cruz: No hay otro modo de vencer el pecado. El camino a seguir es el camino que Él tomó. Y ése es el camino que tenemos que seguir ... porque, además, dijo de Sí mismo: "Yo soy el Camino" (Jn 14, 6). La victoria sobre el pecado, causa de todos los males que asolan a la humanidad, pasa y va unida siempre al amor de Jesucristo. Y eso sí, Aquél que aparece en los Evangelios y no el que uno pueda inventarse: "Yo predico a Jesucristo y éste crucificado" (1 Cor 1, 23) hasta el punto de que "si alguien os anuncia un evangelio distinto del que recibisteis, ¡sea anatema! (Gal 1, 9).
Un cristianismo sin cruz no es auténtico cristianismo. Recordemos que "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y que Jesucristo, "habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). diciéndoles, después de haberles lavado los pies: "Os he dado ejemplo, para que como Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros" (Jn 13, 15), que no otra cosa hizo Él en su vida: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en redención por muchos" (Mt 20, 28). Y "no es el siervo más que su señor. Si a Mí me persiguieron, también a vosotros os perseguirán" (Jn 15, 20a).
De manera que no tenemos que extrañarnos si el mundo nos persigue y no nos comprende. Eso hicieron con Jesús. Pero no todos: "Si guardaron mi Palabra también guardarán la vuestra" (Jn 15, 20b). Y también: "Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron" (Jn 1, 11) ... mas "a cuantos le recibieron les dio la capacidad de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su Nombre" (Jn 1, 12)
El compartir la vida de Jesús y el tener sus mismo sentimientos es el secreto de una vida lograda ... aunque ello nos pueda llevar a la muerte. Al fin y al cabo "si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere, produce mucho fruto" (Jn 12, 24). ¿Cómo nos salva Jesús? La respuesta se encuentra en la Biblia: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que quien crea tenga en Él vida eterna" (Jn 3, 14-15). A los discípulos de Emaús: "¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su Gloria?" (Lc 24, 26) "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de Mí" (Lc 24, 44). "Así está escrito que el Cristo debía padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día" (Lc 24, 46).
Las citas pueden multiplicarse:
"Dios tuvo a bien que en Él habitase toda la Plenitud, y por Él reconciliar todos los seres consigo, restableciendo la Paz por medio de su Sangre derramada en la cruz" (Col 1, 19-20). "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). "Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir" (Jn 12, 32-33). La necesidad de la cruz en la vida cristiana es una realidad esencial al cristianismo: "Quien no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí" (Mt 10, 38) "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). ... hasta el punto de que "quien no carga con su cruz y viene tras de Mí no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 27).
¿Por qué esta necesidad?, podríamos preguntarnos. Y la respuesta es que estamos llamados a "tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Fil 2, 5) quien, para salvarnos, "se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 8). La entrega de Jesús fue libre pues esto dijo: "Nadie me quita mi vida sino que Yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Este es el mandato que he recibido de mi Padre" (Jn 10, 18). Libremente su voluntad se identificaba con la voluntad de su Padre, cuyo cumplimiento era su alimento y para eso había venido al mundo. Por amor: "El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?" (Rom 8, 32)
(Continuará)
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