sábado, 12 de enero de 2013

APUNTES SOBRE LA FE (3 de 3) [José Martí]


Jesús exige la fe (normalmente) antes de hacer sus milagros. Y se queja de que nuestra fe sea tan mezquina, tan diminuta. Así, cuando los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron por qué ellos no habían podido expulsar el demonio de un muchacho lunático, Él les contestó: "Por vuestra poca fe...Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este monte: 'Trasládate de aquí allá' , y se trasladaría. Y nada os sería imposible" (Mt 17, 20-21), porque "¡Todo es posible para el que cree!" (Mc 9,23). Con relación a nosotros, el gran milagro consistiría en transformar nuestra vida por completo y en hacer de nosotros personas "nuevas""Si alguno está en Cristo es una nueva criatura: lo viejo pasó, ya ha llegado lo nuevo" (1 Cor 5, 17). En realidad, nada importa más sino, como diría San Pablo, "la nueva criatura" (Gal 6,15).

Necesitamos pedirle con fe al Señor que nos conceda su gracia para que este milagro, del cambio radical de nuestra vida, sea posible. Y, por supuesto, actuar conforme a esa fe, haciendo aquello que el apóstol Pablo escribía a los efesios: "abandonad la antigua conducta del hombre viejo, que se corrompe conforme a su concupiscencia seductora, para... revestiros del hombre nuevo, que ha sido creado conforme a Dios, en justicia y santidad verdaderas" (Ef 4, 22-24).  Pero, ¿qué es revestirse del hombre nuevo sino vivir la misma vida de Jesús, quien nos dijo: "el que pierda su vida por Mí la encontrará" (Mt 16, 25). Éste es "el gran milagro" que debemos pedirle al Señor y que Él nos concederá si se lo pedimos con fe sincera. Es curioso, pero real, que "perdiendo" nuestra vida por amor a Jesús, encontramos "en Él" nuestra verdadera vida, que es la Suya propia: Él mismo viviendo en nosotros, sin perder, por ello, nuestra propia personalidad.


Las dificultades no van a desaparecer. Ya nos lo ha advertido Jesús: "En el mundo tendréis sufrimientos" (Jn 16,33b). Pero eso no debe agobiarnos, porque sabemos que  Él está a nuestro lado. Y también nos ha dicho: "Confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,33c). "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Esta es la razón fundamental por la que podemos estar siempre tranquilos. Y no tener miedo, porque todo lo podemos en Él: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Fil 4,13). 

Las palabras del Señor siempre están de moda y poseen más actualidad que nunca: "El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán" (Mt 24,35).  Estas Palabras, además, nos espolean (a cada uno de nosotros) y nos obligan a definirnos: "La Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón" (Heb 4,12).

Pues bien: ante la deserción de la mayoría, el Señor nos urge a que nos decidamos por Él, de una vez por todas y para siempre: "¿También vosotros queréis marcharos? " (Jn 6,67). Y nuestra respuesta debe de ser como la de Simón Pedro: Pero "¿a quién iremos, Señor? Tú tienes Palabras de Vida Eterna; y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Hijo de Dios?(Jn 6,68)

viernes, 11 de enero de 2013

APUNTES SOBRE LA FE (2 de 3) [José Martí]


Cuando la fe es grande no se tiene miedo, aunque se sufra mucho y se sufra horriblemente. El sufrimiento, por muy fuerte que sea, nunca es un motivo para desesperar y decaer en nuestra alegría. Y eso por una razón muy sencilla:  el Señor está junto a nosotros, como estaba junto a los apóstoles cuando parecía que la barca se hundía y que iban a perecer todos.




Él jamás dejará que nos hundamos. Pero es preciso que acudamos a Él con fe. Esto es muy importante. En realidad, el discípulo de Jesús, el cristiano que quiere serlo de verdad, no tiene otra arma para combatir al mundo y poder vencerlo: "Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4).Una fe que supone, entre otras cosas, una gran confianza en Dios, un dejarlo todo en sus manos y no abatirse cuando uno se sienta invadido por el mal y la oscuridad. Al contrario, acudir entonces con más fuerza al Señor: "Señor, auméntanos la fe" (Lc 17,5). Tal vez el Señor nos diga, como les dijo a sus apóstoles: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza , diríais a esta morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería" ( Lc 17, 6).

El vernos tan necesitados y con tan poca fe, sin embargo, no debe hundirnos. Por el contrario, debemos acudir al Señor, con insistencia;  y cuando Él nos diga: "¿Crees tú en el Hijo del Hombre?" (Jn 9,35), responderle como lo hizo el ciego de nacimiento: "Creo, Señor" (Jn 9,38).Y si no llegamos a tanto, al menos decirle, como hizo el padre del muchacho lunático: "¡Creo, Señor, pero ayuda Tú mi incredulidad!" (Mc 9,24). Podemos estar completamente seguros de que Él nos concederá esa fe que tanto necesitamos y de la que, con demasiada frecuencia, carecemos.

Lo que está claro, o debería de estarlo,  es que tenemos la urgente necesidad de acudir al Señor en busca de ayuda; y, además, con la absoluta seguridad de que Él nos escuchará y nos dará todo lo que le pidamos, y mucho más. Ya en el Antiguo Testamento aparece esa ternura de Dios hacia nosotros: "Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias" (Sal 34,7).  Pero es en el Nuevo Testamento donde esta ternura de Dios para con nosotros alcanza su máxima expresión en Jesucristo: "Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa" (Jn 16,24). "Todo lo que pidáis en mi Nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13).

No es necesario hablar mucho para ser escuchados. Él mira directamente al corazón, ve nuestra necesidad y acude en nuestra ayuda: "Bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis" (Mt 6,8). Además, "el Espíritu acude en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene;  pero el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inenarrables" (Rom 8,26).

Y, por supuesto, conociendo que "todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios" (Rom 8,28), debemos actuar, en nuestra vida, como el Señor nos decía que teníamos que hacerlo: "No andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados" (Mt 6, 31-32).  Nuestra única preocupación ha de ser la de "buscar primero el Reino de Dios y su justicia", pues "todas esas otras cosas" que, ciertamente, necesitamos, "se nos darán por añadidura" (Mt 6,33). Ésta, y no otra, es la actitud genuinamente cristiana, la propia de un cristiano que sigue a Jesús, que se fía de Él, de un modo absoluto,  y que pone en Él el destino de su vida: ninguna otra cosa mejor le puede ocurrir que ésto.



Sí, decididamente necesitamos la ayuda del Señor, le necesitamos a Él, y de un modo tal que afecta hasta las entrañas más profundas de nuestro ser. Él mismo nos lo dijo: "Sin Mí nada podéis hacer" (Jn 15,5). Eso sí: para que el Señor acuda en nuestra ayuda, debemos de tener fe en Él, tener fe en que sólo Él nos puede salvar: "No hay ningún otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podamos salvarnos" (Act 4,12). Sólo mediante la fe podremos vencer al mundo, un mundo del que nosotros mismos formamos parte, y cuya realidad negativa experimentamos en nuestra propia carne, hasta el punto de llevarnos a decir, con San Pablo: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero" (Rom 7,19). Ante esa realidad non grata, consecuencia del pecado, sólo nos queda, como remedio, la paciencia; aunque, más importante todavía, es el fiarnos de las palabras que el mismo San Pablo escuchó de Jesús: "Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la flaqueza" (2 Cor 12,9). Sólo mediante la fe podemos vencer a ese mundo que es enemigo de Dios y que se opone a Él: "¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Jn 5,5).
(continuará)

lunes, 7 de enero de 2013

APUNTES SOBRE LA FE (1 de 3) [José Martí]



El Señor da una importancia fundamental a la fe en Él, haciendo depender de esa fe la concesión de sus dones. E insiste en esta enseñanza, haciendo hincapié en ella, después de haber resucitado. Así, cuando se aparece de nuevo a sus discípulos, y estaba con ellos Tomás, el discípulo incrédulo, le dice a éste: "Porque me has visto has creído; bienaventurados los que sin haber visto, hayan creído" (Jn 20,29). Por eso nos encontramos con abundantes alabanzas del Señor hacia aquellos que tienen fe en Él.

Hay muchos ejemplos en el Evangelio que ilustran esta realidad. Y, curiosamente, se trata de personas que no eran judíos. Es el caso de la mujer cananea, que tenía una hija poseída por el demonio, y que rogaba insistentemente a Jesús para que la atendiera y curase a su hija, hasta tal extremo que mereció la alabanza de Jesús: " '¡Mujer, qué grande es tu fe! Que sea como tú quieres'. Y su hija quedó sana en aquel instante" (Mt 15,28).

O el caso del centurión, que tenía un criado paralítico en casa, con dolores muy fuertes. Y rogó a Jesús que le curara. Y cuando Jesús le dice: "Iré y le curaré", el centurión le responde: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado". Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "En verdad os digo que en ninguno de Israel he encontrado una fe tan grande". Y dijo al centurión: "Vete y que se haga conforme has creído". Y en aquel momento quedó sano el criado. (Mt 8, 5-11)

El caso más importante es, con mucho, el que se refiere a la fe de María, que creyó la promesa del Ángel, según la cual sería Madre, sin dejar de ser Virgen. Esta fe mereció la alabanza de su prima Isabel: "Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor" (Lc 1,45)

El Señor llama dichosos a aquellos que tienen fe y acude siempre en su ayuda. Le apena, por eso, la poca fe que, a veces, tienen en Él sus propios discípulos: "¿Por qué teméis, hombres de poca fe?" (Mt 8,26). Es bastante frecuente que nos extrañemos de estas palabras que les dice el Señor, puesto que había una gran tempestad que amenazaba con hundir la barca (barca que simboliza a la Iglesia) y Él, sin embargo, dormía. La reacción de los discípulos, al asustarse y despertar a Jesús, era muy humana; pero les falló la fe en su Maestro; fue por eso que tuvieron miedo y gritaron: "Señor, sálvanos, que perecemos" (Mt 8, 25).

Éste es, precisamente, el gran problema del mundo en el que hoy vivimos: se ha perdido la fe en Jesucristo. Y esto hasta el extremo de que no puede uno menos que preguntarse si no estaremos ya en la época de la Parusía y del fin del mundo. Recordemos las palabras de Jesús: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe en la tierra? (Lc 18,8). Y, desde luego, el panorama que vemos hoy no es muy alentador en ese sentido: el mundo, en su conjunto, le ha dado la espalda a Dios, se burla de los cristianos y los ridiculiza, los persigue y los maltrata, llegando incluso a matarlos por el mero hecho de seguir a Jesucristo. 

Aunque este post no trata sobre la Parusía, que será objeto de estudio en otro post, no deja de ser inquietante el hecho de que se estén cumpliendo, en el momento actual, bastantes de las profecías predichas por Jesús acerca de los últimos tiempos, entre ellas la Gran Apostasía. Recordemos que dijo que " si no se acortasen tales días, nadie se salvaría; pero por los elegidos se abreviarán aquellos días" (Mt 24,22). Sea lo que fuere, lo cierto es que no debemos asustarnos; más bien lo contrario. Es cierto que "seremos odiados por todos a causa de su Nombre" (Lc 21, 17). Esta realidad ya la estamos padeciendo en la actualidad. Pero, como Él mismo dijo entonces, y nos lo dice también ahora: "Ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas" (Lc 31, 18-19). 

Es más: "Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra Redención" (Lc 21,28). Pero, mientras tanto, "vigilad, orando en todo tiempo, para que podáis evitar todos estos males que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre"(Lc 21,36). San Pedro, por otra parte, también nos dice: "Carísimos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz, limpios y sin culpa, y considerad que vuestra salvación está en la paciencia de nuestro Señor" (2 Pet 3, 14-15).

En todo caso, lo que no deja lugar a dudas es la necesidad de la oración y la vigilancia en todo momento: "Estad preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre" (Mt 24,44). "Vigilad porque no sabéis ni el día ni la hora" (Mt 25,13). Y, sobre todo, no olvidemos las palabras del Señor, grabándolas a fuego en nuestro corazón: "No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, ante todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (Mt 10,28). Al fin y al cabo, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos en busca de la venidera" (Heb 13, 14), "en donde no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó" (Ap 21,4). Ésta es la fe que el Señor nos esta pidiendo a todos los cristianos, en especial a los que, por su gracia, tenemos la inmensa dicha de pertenecer a la Iglesia Católica que es, como sabemos, la Única Iglesia fundada por Jesucristo; y fuera de la cual no hay salvación.
(Continuará)