domingo, 13 de febrero de 2011

El mundo necesita de los cristianos (José Martí)

Es imposible progresar en el conocimiento de Dios si no hay un empeño serio por vivir cada día de acuerdo con la fe que se profesa. El conocimiento de Dios no es sólo de tipo intelectual. Es todo el ser de la criatura el que clama a Dios: inteligencia, voluntad, afectos,...
El conocimiento que se tiene de Dios es tanto más perfecto cuanto más orientada está la vida hacia Él. Y hasta tal punto esto es así que se puede decir, con toda certeza, que "sabe" más de Dios una persona humilde "de buena voluntad" que un "experto" teólogo, si carece de esa "buena voluntad".
Dios se manifiesta como realmente es (y "Dios es Amor") a aquellos que son sencillos: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes  y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien" (Mt 11, 25:26)
Jesucristo nos ha traído un mensaje de salvación, mensaje que es para todos los hombres y que puede ser por todos comprendido; pero este mensaje sólo se manifiesta a aquellos que tienen "buena voluntad", a aquellos que aman el bien y la verdad por encima de sus propios intereses.
Es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4), pero su mensaje se revela lo suficientemente claro para que crea el que quiera creer, y lo suficientemente oscuro para que no crea el que no quiera creer. 

No olvidemos que SIN FE NO HAY SALVACIÓN. Se pueden poner muchísimos ejemplos. Recordemos tan solo uno: el episodio de la hemorroísa, una mujer que tenía un flujo de sangre desde hacía doce años y que había gastado toda su hacienda en médicos, sin que ninguno hubiese podido curarla. Mientras Jesús iba de camino hacia la casa de Jairo para curar a su hija que se estaba muriendo, esta mujer se acercó por detrás del Maestro, tocó el borde de su manto y al instante cesó el flujo de sangre. Cuando se volvió Jesús, y ella le contó lo sucedido, le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz"  (Lc 8, 48)
Así pues: Dios se ha manifestado en la Persona de su Hijo hecho hombre (Jesucristo), de tal modo que no se nos impone con su Luz. Se ha hecho uno de nosotros, tomando nuestra naturaleza humana: es verdadero Dios y es verdadero hombre. Tal vez nos pudiera parecer que aquéllos que fueron contemporáneos de Jesús deberían haber creído en Él. Y, sin embargo, -dice el Evangelio-,  mientras que, por una parte "todos se maravillaban de las palabras de gracia que salían de su boca" (Lc 4, 22), en cambio otros decían: "¿Pero no es éste el hijo del carpintero?"(Mt 13, 55).
Y es que la Revelación de Dios en Jesucristo, que es un hecho histórico innegable, es, sin embargo, una revelación en penumbra. Tan es así que, como se ha dicho más arriba, de hecho, ya en su tiempo, no todos creyeron en Él, a pesar de sus milagros, patentes a todos.
Si Jesucristo se hubiese manifestado claramente, en toda su luz, como verdadero Dios que es, el ser humano no hubiera sido libre para poder creer en Él o no hacerlo. Necesariamente hubiera tenido que creer, ante la evidencia (si es que puede llamarse fe a lo que es evidente).
Pero Dios no actúa a nuestra manera; su manera de pensar, que es la que corresponde a la realidad, no es la nuestra: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos" (Is 55,8). Él es sumamente delicado y respetuoso con nuestra libertad. 

Si se manifestase tal cual es, plenamente, ya no seríamos libres para poder corresponder con amor al amor que Él nos tiene. Y no es esa su voluntad. Él nos quiere y quiere que tengamos total confianza en sus palabras y en su amor, aunque no lleguemos a comprenderlo del todo. Eso es lo propio de un cristiano, la fe en el amor que Dios nos tiene. Por eso decía San Juan: "Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene". (1 Jn 4,16).
Si nosotros, los que nos llamamos cristianos, creyéramos, de verdad, en el Amor que Jesús nos tiene, si nos fiáramos completamente de Él y de sus palabras, que se encuentran en el Evangelio, entonces sí que seríamos verdaderos discípulos suyos. Haríamos presente a Jesucristo en este mundo, que tanto lo necesita: seríamos sal de la tierra y luz del mundo. Así quiere el Señor que seamos para este mundo que anda tan falto de alegría (le falta la sal) y que está sumido en la oscuridad y en la mentira (le falta la luz). 
Es cierto y así nos lo dijo Jesús, y no debemos olvidarlo, que por nosotros mismos no podemos nada: " Sin Mï no podéis hacer nada" (Jn 15, 5), pero también es igualmente cierto que, con San Pablo, podemos decir, con absoluta seguridad: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta"(Fil 4,13)

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