Duración 21:06 minutos
En sentido general, concupiscencia es el deseo que el alma siente por todo aquello que le produce satisfacción.
A pesar de que hoy en día creemos que la concupiscencia se refiere únicamente a cuestiones de índole sexual, el concepto es más amplio y atañe a todas las dimensiones de la conducta humana. De acuerdo al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la concupiscencia es el deseo de los bienes terrenos y, en especial, el apetito desordenado de placeres deshonestos.
En sentido teológico la concupiscencia es la apetencia de los placeres de los sentidos y de los bienes terrenales.
Ello no quiere decir que todos esos apetitos sean malos, tal como analizaremos posteriormente, ya que todos los placeres de los sentidos y el deseo de bienes terrenos son, de por sí, buenos y forman parte de nuestra propia constitución desde que Dios nos creó.
Pero se convierte en algo negativo cuando nuestros deseos se oponen radicalmente a la voluntad divina.
Cuando los bienes terrenales y los placeres se convierten en el objeto último de la voluntad humana, la persona se cierra en sí misma, obstruye su apertura radical a los demás y su comunicación con Dios, quien debe ser el horizonte propio del ansia de felicidad para cualquier ser humano.
La concupiscencia de los ojos (1ª. Juan 2:16) lleva a la violencia y a la injusticia, prohibidas por el quinto mandamiento.
La concupiscencia de los ojos (1ª. Juan 2:16) lleva a la violencia y a la injusticia, prohibidas por el quinto mandamiento.
La codicia y la fornicación tienen su origen en la idolatría, condenada por las tres primeras prescripciones de la ley. El décimo mandamiento se refiere a la intención del corazón y resume, con el noveno, todos los preceptos de la ley.
En cuanto al desorden de la concupiscencia nos habla el catecismo, al decirnos que el apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos.
En cuanto al desorden de la concupiscencia nos habla el catecismo, al decirnos que el apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos.
Así, desear comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío, son deseos buenos en sí mismos, pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y que pertenece o es debido a otra persona.
Eudaldo Forment
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