martes, 27 de junio de 2017

Cristo fundó una sola Iglesia


Hemos llegado a tal ignorancia religiosa que hoy en día muchos fundan “su iglesia” o mejor dicho, su empresa familiar, y “predican la Biblia” a su modo, haciendo “discípulos”. ¿Es conforme a la voluntad de Cristo todo eso? Frente a la confusión provocada por los falsos profetas, ¿cómo saber con certeza cuál es la Iglesia que Cristo fundó? Este es un asunto que merece reflexión y buena voluntad.
La Iglesia Católica
Pruebas bíblicas e históricas
Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, dio su vida en la Cruz para salvar a los hombres del pecado y del poder del demonio. Fundó su Iglesia para continuar su obra de salvación. Única y exclusivamente a esta Iglesia que Él mismo fundó, confió su misión, su Evangelio, su autoridad y sus poderes divinos para predicar, bautizar, hablar en su nombre. Sin embargo, dieciséis siglos después de Cristo, Martín Lutero, un sacerdote católico excomulgado, inventó la teoría de la libre interpretación de la Biblia. Este libre examen produjo unas 30,000 sectas diferentes y opuestas, que sin ningún derecho se apropiaron del Evangelio, utilizándolo contra la legítima Iglesia. Para hacerse aceptar, todas estas sectas dicen ser de Jesucristo. Hemos llegado a tal ignorancia religiosa que hoy en día muchos fundan “su iglesia” o mejor dicho, su empresa familiar, y “predican la Biblia” a su modo, haciendo “discípulos”. ¿Es conforme a la voluntad de Cristo todo eso? ¿Reconoce Cristo a estas 30,000 “iglesias” como suyas o las rechaza? puesto que Él no las fundó y a nadie dio autoridad para fundarlas. Frente a la confusión provocada por los falsos profetas, para no dejarse engañar y perderse eternamente (Mateo 7, 15-23) ¿cómo saber con certeza cuál es la Iglesia que Cristo fundó? Este es un asunto que merece reflexión y buena voluntad.
Cristo fundó la Iglesia Católica
Toda persona que cree en lo que dice la Biblia y quiere hacer la voluntad de Dios, debería aceptar los principios siguientes basados en el sentido común:
1. La Iglesia que Cristo fundó debe necesariamente tener 21 siglos de existencia, puesto que Cristo vivió hace más de 2000 años en esta tierra.
2. Únicamente la Iglesia que tiene 21 siglos viene de Cristo, a través de sus doce Apóstoles, es decir, sus doce enviados y legítimos sucesores.
3. Ahora bien, la historia nos dice que la Iglesia Católica, que es la Iglesia cristiana universal, es la única Iglesia que tiene 21 siglos, y que esta misma Iglesia viene de los Apóstoles, a través de sus legítimos sucesores. Desde San Pedro, martirizado en el año 67 en Roma por el emperador Nerón, hasta el Papa Benedicto XVI, esta Iglesia tiene un jefe, representante de Cristo y sucesor de San Pedro, ahora llamado Papa.
4. Únicamente la Iglesia Católica, que ha tenido 265 Papas, puede proporcionarnos una lista de sus jefes, desde San Pedro hasta el Papa actual. Ninguna otra iglesia puede ofrecernos esta lista de la sucesión apostólica. Si no puede mostrarnos este documento, significa que fue fundada después; y si fue fundada después, no es una iglesia legítima, ni verdadera; no puede ser obra de Cristo; si no es obra de Cristo, esta “iglesia” fundada por supuestos profetas, no puede ni predicar correctamente el Evangelio, ni santificar ni salvar, aunque afirme ser de Cristo (Mateo 7, 15-23). Es un instrumento de perdición, ya que Cristo afirma explícitamente que habrá supuestos “profetas que engañarán a muchos” (Mateo 24, 11).
5. A los que afirman, muy a la ligera, que la Iglesia se terminó en el siglo cuarto, contestamos: Cristo, por ser Dios, no puede equivocarse ni engañarnos: prometió a sus Apóstoles y a sus sucesores que Él estaría con ellos hasta el fin del mundo y que las fuerzas del mal no podrían prevalecer contra su Iglesia (Mateo 28, 17-19). Por consiguiente, pretender que la Iglesia verdadera se acabó en el siglo cuarto y que el emperador Constantino “fundó la Iglesia Católica”, es antibíblico y antihistórico; es una afirmación indigna de un hombre sensato. Además, los que inventan supuestas iglesias desobedecen a Cristo y sus legítimos representantes a quienes Él dijo: “Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha y quien a vosotros rechaza, me rechaza a Mí; ahora bien, quien me rechaza a Mí rechaza a Aquel que me envió.” (Lucas 10, 16).
6. A los que rechazan la Iglesia Católica, pero se sirven de la Biblia, que la misma Iglesia Católica nos transmitió durante dieciséis siglos, decimos: Cristo, por ser Dios, es sabio, no dejó la Biblia como una manzana de la discordia entre sus discípulos. Fundó una Iglesia, dejó un representante, que fue San Pedro y sus legítimos sucesores, para predicar, interpretar y defender su Evangelio contra los manipuladores de la Biblia (II Pedro 1, 20; Gál. 1, 8; II Cor. 11, 13-14). La Biblia en manos de los fundadores de sectas, no puede defenderse, no tiene boca para desmentir las falsas interpretaciones.
7. Cristo no escribió una Biblia, sino que fundó una Iglesia: formó hombres y los mandó a hablar en su Nombre (II Timoteo 2, 2).
8. La Iglesia verdadera necesariamente es UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA y debe tener 2000 años; debe tener la misma fe, la misma moral, la misma autoridad mediante la sucesión apostólica y la misma enseñanza, desde Cristo hasta hoy. Ahora bien, aparte de la Iglesia Católica, ninguna de las iglesias evangélicas cumple con estas características.
La Biblia nos habla de una Iglesia
San Pedro, después de haber declarado que Cristo es el Hijo de Dios vivo, recibe del propio Cristo esta respuesta: “Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré MI IGLESIA, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que atares sobre la tierra, será atado en los cielos, y lo que desatares sobre la tierra, será desatado en los cielos.” (Mateo 16, 17-19).
Nuestro Señor dice mi Iglesia, no dice mis iglesias. Aunque la Iglesia esté en el mundo entero, es una, así como el cuerpo está compuesto de muchos miembros, y sin embargo es uno. Jamás de los jamases nuestro Señor habla de varias iglesias. Al contrario, nos advierte de no dejarnos engañar por supuestos profetas, que fundan “sus iglesias”.
Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2, 5), así la Iglesia Católica es la única Iglesia que conduce a Jesucristo, puesto que ella sola fue fundada por Él, para continuar su obra. Ella sola recibió al Espíritu Santo y la promesa de ser asistida por Él hasta el fin del mundo (Hechos 1, 8; Mateo 28, 20); ella sola es “la Iglesia del Dios viviente, columna y sostén de la verdad.” (I Timoteo 3, 15). Que esta Iglesia tenga hijos buenos o malos es otro asunto.
Cristo, sacerdote supremo del Nuevo Testamento, formó a los Apóstoles y les comunicó sus poderes. Los Apóstoles, es decir, los enviados y depositarios exclusivos de la autoridad de Cristo, antes de morir dejaron sucesores legítimos, esto es, formaron otros presbíteros y obispos, a quienes dieron el poder y la misión de predicar conforme a la Fe que ellos recibieron, predicaron y transmitieron (Hebreos 4 y 5; II Timoteo 2, 2). Desde el siglo I hasta el XXI, siempre la Iglesia Católica tuvo sacerdotes, obispos y papas. Ella sola tiene esta sucesión apostólica y legitimidad. San Pablo escribe a su discípulo, el obispo Tito: “Te he dejado en Creta [isla griega] para que arregles las cosas que faltan y para que constituyas presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené” (Tito 1, 5). Los presbíteros son los sacerdotes. El mismo San Pablo dice a los fieles de la ciudad de Corinto: “Sed imitadores míos, tal cual yo lo soy de Cristo” (1 Cor. 11, 1). “Os alabo porque observáis las tradiciones conforme os las he transmitido” (I Cor. 11, 1-2). Una secta que nació 2000 años después no ha visto nada, no recibió nada, no tiene ninguna tradición apostólica. La palabra tradición viene del latín; significa transmisión, entrega del mensaje de Cristo, comunicado verbalmente o por escrito. En la Iglesia Católica, los fieles con sus presbíteros observaron lo que les fue transmitido, y ellos lo transmitieron a la generación siguiente; así fue desde el siglo I hasta hoy. La más antigua secta protestante fue fundada por el mal sacerdote, Martín Lutero, 1521 años después de Cristo. Ahora bien, los protestantes, que nacieron dieciséis siglos después de los Apóstoles, nunca los conocieron ni los escucharon. De ninguna manera pueden saber la correcta interpretación de la Biblia, que es el libro Sagrada de la Iglesia Católica. San Pablo dice: “Aun cuando nosotros mismos, aun cuando un ángel del cielo os anuncie un evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea maldito. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema.” (Gálatas 1, 8-9). Toda interpretación de la Biblia que contradice la Fe católica y apostólica de 2000 años es un evangelio distinto. Todas las sectas predican un evangelio diferente del que predicaron los Apóstoles y sus legítimos sucesores. Hablando de los predicadores no autorizados por la legítima Iglesia, San Pablo dice: “Esos tales son falsos apóstoles, obreros engañosos, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. No es maravilla, ya que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. No es mucho, pues, que también sus ministros se disfracen de ministros de justicia; su fin será el que corresponde a sus obras”. (II Cor. 11, 13-15). Así como el demonio se hace pasar por ángel bueno, así sus ministros se hacen pasar por representantes de Cristo. Esto es algo tremendo. Cristo dijo: “Se levantarán muchos falsos profetas que engañarán a muchos […] y obrarán grandes señales y prodigios….” (San Mateo 24, 11, 24). Los falsos profetas harán falsos milagros.
La verdadera Iglesia es católica y apostólica
Cristo mandó a sus Apóstoles y sucesores anunciar su Evangelio (Mateo 28, 20). Los Apóstoles predicaron y dejaron representantes. La Biblia lo dice: San Pablo escribe a Timoteo, a quien consagró Obispo: “Lo que oíste de mí transmítelo a hombres fieles, los cuales serán aptos para enseñarlo a otros” (II Timoteo 2, 2). En la Iglesia Católica, desde San Pablo los obispos transmitieron a otros obispos lo recibido y los dejaron como guardianes de este depósito de la Fe (I Timoteo 6, 20).
Las palabras Iglesia y Católica vienen del griego y significan la asamblea universal de todos los fieles cristianos. Decir católico y decir cristiano es la misma cosa. “La Iglesia –dijo San Agustín– es el pueblo cristiano esparcido por toda la redondez de la tierra.”. Desde el año 107, San Ignacio mártir, segundo Obispo de Antioquía de Siria, después de San Pedro, utilizó el término Iglesia Católica. Los rusos y griegos “ortodoxos”, por ejemplo, se separaron de la Iglesia Católica en el año 1054. Los protestantes empezaron con Martín Lutero en 1521. Los anglicanos fueron fundados en 1534 por el rey de Inglaterra, Enrique VIII, porque el Papa no le permitió divorciarse. Todas las demás sectas nacieron de la revolución luterana. Los Testigos de Jehová fueron fundados en Estado Unidos en 1871 por Charles Taze Russell; los Mormones en 1830 por Joseph Smith; los de la “Luz del mundo” en 1926 por Eusebio Joaquín González. Los que se llaman “cristianos” son protestantes disfrazados. De todas estas sectas, ninguna tiene veintiún siglos y ninguna viene de los Apóstoles. Ahora bien, si Cristo no las fundó ¿qué garantía de veracidad y legitimidad pueden tener? Ninguna. Al contrario, la Biblia, la historia, el sentido común y la justicia las condenan como usurpadoras de misión y función.
Cristo nos advierte: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas; mas por dentro son lobos feroces… No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; mas el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, éste entrará en el reino de los cielos. Muchos me dirán en aquel día (del Juicio): Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu nombre, en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre obramos muchos prodigios? Y entonces le declararé: nunca jamás os conocí; apartaos de mí los que obráis la iniquidad.” (Mateo 7, 15-23). Seguramente muchos de buena fe siguen a las sectas, pensando estudiar la Biblia. Sin embargo, se separaron de la única Iglesia de Cristo para seguir gente que fundó iglesias ilegítimas que no tienen la autentica interpretación de la Biblia, y que no salvan. La solución es regresar a la Iglesia Católica, que es la única que fundó Cristo.
Un Sacerdote Católico

martes, 16 de mayo de 2017

lunes, 1 de mayo de 2017

San José Obrero (Homilía del padre Luis Mª Canale)

Duración 15:56 minutos

Campanas bajo las olas (The wanderer)



Luego de algunas semanas de alejamiento del blog, aprovechando para ello el tiempo sagrado de la Pascua del Señor, retomo la tarea con una breve reflexión acerca de la necesidad de detenerse, de tanto en tanto, a “escuchar”. 

Dicen que a veces, quienes caminan por las costas del sudeste de Inglaterra, escuchan campanas sonando bajo las olas del mar del Norte. Son las campanas de las ocho iglesias y dos monasterios que poseía la ciudad de Dunwich, que fue sepultada por el mar en el siglo XIII luego de una tempestad.

Las campanas de las iglesias sumergidas de Dunwich, que tañen de vez en cuando y que sólo pueden oír aquellos que se atreven a caminar, desafiando el viento y la lluvia, por los acantilados y las playas pedregosas de Suffolk, llaman también a cualquier cristiano que se detiene a reflexionar en algunos de los arrecifes que Dios siempre pone en su camino para que tome un descanso en su camino. Sólo hay que agudizar el oído para acceder al recuerdo de lo que perdimos y caer en la cuenta, una y otra vez, que vivimos en un páramo de barbarie. No se trata de idealizar el pasado; simplemente de escuchar sus campanadas que resuenan bajo las olas de los ruidos externos e internos que nos agobian. 

El tañido de las campanas de Dunwich no son sólo recuerdo del pasado sino también esperanza del futuro. La ciudad sumergida no es más que el reflejo de la ciudad con siete iglesias y dos monasterios que siempre existió y sigue existiendo en el hyperuránios tópos, el “lugar más allá de los cielos” del que hablaba Platón y que los cristianos del Medioevo identificaron con el Reino de los Cielos, al cual todos deseamos alcanzar.

El problema que aparece una y otra vez es descubrir el modo de tener el oído atento para escuchar el tañido de las campanas. Dicho de otra manera, ¿cómo podemos detenernos en el arrecife a escuchar? ¿No es ese, acaso, el oficio del monje? Como hemos dicho en otras ocasiones, la llamada a la vida monástica se dirige a todo cristiano. Todo cristiano debe ser monje en algún lugar oculto del corazón. ¿Qué otra cosa sino una exigencia universal de vida monástica es lo que nos manda el Señor: “Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto...” (Mt. 6, 6)? 

Es en el jardín cerrado de nuestro corazón donde nos encontramos con el Padre que habita -así nos lo asegura el Hijo- en “el secreto” (κρύπτω), en lo oculto, en un lugar cubierto y al abrigo de las miradas extrañas. Y es allí donde nos habla; es allí donde escuchamos el tañido de las campanas de Dunwich, las que están sumergidas y las que están más allá de los cielos.

The Wanderer

jueves, 27 de abril de 2017

"Cuando la conciencia ya no te habla" (Por el Padre SANTIAGO MARTIN FM)

Duración 11:36 minutos

En el jardín escondido (The wanderer)



No es necesario aclarar que no existe ninguna “visita fraterna” pontificia. El comentario no fue más que una humorada de un ocurrente lector que me divirtió. 

No existe más que algunos días de descanso que nunca pueden ser más propicios para tomarlos que la Semana Santa y los días pascuales. Más que un descanso es la necesidad de sentarse algunos días en el jardín secreto. 

Y si me disculpan el esnobismo, es esto lo que quiero decir: 

I should find that low door in the wall which opened on an enclosed and enchanted garden, which was somewhere, not overlooked by any window, in the heart of that grey city. 

La cita es de Evelyn Waugh en “Retorno a Brideshead”

Y la verdad es que todos tenemos la necesidad de buscar, de tanto en tanto, esa puerta escondida que nos lleva al lugar encantado que no puede ser observado desde ninguna ventana, pero que realmente existe.

La otra opción es no buscarlo y contentarse con vivir en la dispersión, o en la diversión, de todo lo que nos aliena: desde la televisión hasta la escritura de un blog. 

Y esa pequeña puerta escondida no siempre es fácil de encontrar aunque el Señor suele ubicarla muy cerco nuestro

La pequeña Téseris dice: “Los iconos no son obras, señorita Prim; los iconos son ventanas”. Y muchas veces pueden ser también puertas disimuladas a través de las cuales nos asomamos al jardín cerrado del rostro de Cristo en el que encontramos nuestro propio rostro olvidado.

Otras veces la puerta se encuentra en la liturgia que es, o debiera ser, la escotilla a través de la cual el cielo se derrama sobre la tierra y nosotros, con los ojos elevados y el oído atento, podemos atisbar las orlas del manto de alguno de los ángeles que celebran la eterna liturgia frente al Trono del Cordero.
 
O puede ser un libro, o una poesía, o las montañas nevadas que se observan desde un bosquecillo de amarillos álamos otoñales

Cada uno sabrá dónde buscarla y encontrarla.

Me quedaré, por tanto, todavía algunos días en el jardín escondido.

The Wanderer

sábado, 22 de abril de 2017

"La crisis vocacional" (Padre SANTIAGO MARTIN FM)

Duración 4:18 minutos

Es preciso rogar al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies. La crisis de vocación se debe, entre otras cosas, a una crisis de amor a Dios, el cual tiene que ocupar el primer lugar en la vida de todo cristiano.

domingo, 16 de abril de 2017

La grandeza de la Eucaristía (Padre Alfonso Gálvez)

Parte final de la homilía del Jueves santo (13 de abril de 2017) pronunciada por el padre Alfonso Gálvez.

Duración 13:52 minutos

lunes, 10 de abril de 2017

Homilía del Domingo de Ramos (Padre Javier Martín)

Habla el padre Javier Martín, en esta homilía del domingo de Ramos (9 de abril de 2017) de la necesidad de la cruz de Cristo.

Duración 8:38 minutos

domingo, 2 de abril de 2017

La Santa Misa (Padre Alfonso Gálvez)

Homilía del padre Alfonso Gálvez, pronunciado el 20 de marzo de 2008. se encuentra en audio (con imagen continua) cuya duración es de 22:40 minutos.



domingo, 26 de marzo de 2017

La muerte (por Monseñor Ronald A. Knox)


Érase una vez un caballero que tenía mucho dinero y pensaba que esta vida no es tan mala, después de todo. Lo único que le preocupaba era que se estaba haciendo viejo y que cualquier día tendría que abandonarla. Cierta noche, alguien se le apareció en sueños y le dijo que si salía al jardín y buscaba en el basurero encontraría un silbato mágico, como esos de los cuentos de hadas. Si lo tocaba mientras expresaba un deseo, este se haría realidad; ahora bien, solo podía tocar tres veces, por lo que tendría que tener cuidado con lo que pedía...Cuando el caballero se despertó, fue corriendo al basurero, donde, en efecto, encontró el silbato. Lo limpió bien con un pañuelo y se dispuso a tocar lo único que sabía ( unos compases de la Marcha Real) al tiempo que expresaba su deseo. Ya os habréis imaginado cuál era: la inmortalidad.

Al principio no las tenía todas consigo. ¿Habrá dicho aquella aparición la verdad? Pero, a medida que fue pasando el tiempo se convenció: perdió un poco de oído, estuvo enfermo dos o tres veces, pero pronto se recobró. Los médicos estaban asombrados porque, según le dijeron, tenía el corazón como un joven de veinte años y era perfecta su presión arterial. Siguió, pues, viviendo, sosegado y feliz, aunque pronto algo vino a perturbar su tranquilidad: todos sus amigos fueron muriendo uno tras otro, hasta que se quedó solo. Además, nadie quería hablar con él, porque siempre contaba las mismas historias de tiempos pasados, que, ni que decir tiene, eran mucho mejor que los presentes. Luego, empezó a cansarse de todo: de la casa, de las comidas, de los libros...y, por supuesto, de la televisión. Hasta que, un buen día, tomó una resolución: fue a su escritorio, sacó el silbato, tocó la Marcha Real y expresó otro deseo: morir, sí, pero en el momento que él mismo escogiera; ni antes, ni después.

RONALD A. KNOX

Pero nada cambió. Después de todo, ¿qué prisa tenía en morir, ahora que podía escoger el momento? Siguió viviendo, pues, con la misma tranquilidad. Y así, después de desayunar, resolvía los jeroglíficos del periódico y hacía crucigramas hasta la hora de almorzar. ¿Cómo iba a desear morir sin haberlos terminado? Luego, después de comer, se echaba la siesta y a las cinco tomaba el té, lo cual le daba vigor y una sensación de bienestar que borraba la idea de la muerte. A veces, sí, le rondaba la idea después de cenar, pero le parecía que hubiese sido descortés despertar al servicio en plena noche, llamar a la funeraria y todas esas cosas, solo porque a él se le antojaba morir.

Cuando pasó cierto tiempo empezó a admitir que se estaba engañando, que, en el fondo, temía la muerte. Quería estar muerto, pero no morir, y cuando pensaba en el trance de la muerte, se echaba para atrás. Imposible enumerar todos los intentos que hizo: bebió como un cosaco con objeto de animarse a desear la muerte, pero, cuando más bebía, más ganas le entraban de vivir; leyó novelas rusas para convencerse que vivir no valía la pena, pero se quedaba dormido a la mitad. Hasta que, finalmente, sintiéndose como una especie de gusano al no tener más remedio que admitir que le faltaba valor para afrontar el trance definitivo, fue por el silbato, tocó la tercera vez la Marcha Real y pidió morir cuando Dios quisiera, como todo el mundo. Pero como era - olvidé decirlo - un hombre piadoso, formuló un último deseo: que no se lo llevase hasta haber terminado de hacer los nueve primeros viernes del mes...

Se puso, pues, a hacerlos y experimentó un gran alivio. Como ya había pedido la terrible responsabilidad de escoger la hora de su propia muerte, empezó a interesarse por los problemas del prójimo, y cuando los pocos amigos que le quedaban iban a verlo, se quedaban sorprendidos por su cambio de actitud y la tranquilidad con que aguardaba la muerte.

Ni que decir tiene que fue haciendo todos los primeros viernes de mes, hasta que llegó el último. Ese día se despertó temprano, y como le sobraba tiempo para llegar a Misa, se quedó un rato en la cama, pensando en las revelaciones de Paray-le-Mon y preguntándose si, después de todo, las promesas del Sagrado Corazón a Santa Margarita María de Alacoque serían ciertas ya que, al fin y al cabo, eran unas revelaciones privadas y no formaban parte del depósito de la fe; además, no estaba seguro de haber hecho buenas confesiones, pues había algunas cosillas de las que no estaba arrepentido del todo; y luego estaba el Purgatorio, que sin duda le esperaba por haber sido egoísta y comodón...Y empezó a sudar, y a tener miedo. Y entonces se despertó, porque, como ya habréis sospechado, toda esta historia del silbato es pura fantasía, y el anciano caballero sólo la soñó. Os la he contado para haceros ver que el hecho de la muerte, mejor dicho, el hecho de no saber cuándo moriremos, es lo que más nos conviene.

EXTREMAUNCIÓN

Moriremos, sí, pero no sabemos cuándo. Lo cual nos hace comprender, de entrada, que este mundo no es nuestra definitiva patria; estaremos aquí algún tiempo, pero ese tiempo siempre se nos antojará demasiado corto, por mucho que vivamos; algo así como si tuviéramos reservada plaza en un hotel durante unas cortas vacaciones y, al final, tuviéramos que dejarla a un nuevo huésped. O como decía Santa Teresa de Jesús, que comparaba la vida con una mala noche en una pobre posada.

Ni que decir tiene que tal situación es consecuencia del Pecado Original, pero es un hecho innegable. El padre Vaugham, famoso predicador jesuita, lo explicaba con vivas pinceladas, poniendo de relieve la participación de Eva en el asunto, lo que solía irritar bastante a su auditorio femenino. Una vez una señora que le escuchaba, le interpeló diciendo: "De acuerdo, Eva pecó, pero ¿dónde estaría usted si no hubiera existido?" A lo que el buen jesuita replicó con humor. "Señora: estaría sentado a la sombra de uno de los árboles del Paraíso, disfrutando de lo lindo..." Bromas aparte, es indudable que sin la Caída de nuestros primeros Padres, no existirían ni el dolor ni la muerte. Pero la realidad es que existen, que esta vida es corta y que es inútil y estúpido intentar hacer de la tierra morada permanentemente, como lo prueba el cuento del anciano caballero. A la larga, terminaríamos hartándonos de esta vida terrena. ¿No es un indicador, acaso, el elevado número de suicidios, en aumento en aquellos países que gozan de un nivel de vida más alto? Me viene a la memoria el caso de un joven de Eton que se suicidó en la misma pensión en que se alojaba; la patrona no podía explicarse por qué lo había hecho, así que, al día siguiente, convocó a todos sus huéspedes y les preguntó si tenían idea de los motivos. Nadie quería decir nada hasta que un estudiante tímidamente apuntó: "Bueno, quizá tengo algo que ver con la comida"...Sí, indudablemente, quien se suicida tiene motivos para hacerlo, aunque, como en este caso, puedan ser desproporcionados o ridículos. Y es que si se pierde el sentido trascendente de esta vida, si se la considera como lo único que existe, nos aferramos a ella cuando es placentera y la rechazamos cuando nos fastidia o nos aburre.

Es bueno, por eso, saber que, aunque no sepamos cuándo, hemos de morir, y pensar en ello. Somos tan miopes, tan limitados, que constantemente tendemos a aferrarnos a lo que nos rodea: amigos, placeres, riquezas. Seguramente habrás experimentado, como yo, lo que ocurre cuando alguien a quien no conoces demasiado te invita a una fiesta. Supones que te divertirás, pero como no has estado nunca, a medida que se acerca el momento,te apetece cada vez menos asistir e incluso te arrepientes de haber aceptado la invitación, y tienes que hacer un esfuerzo. Además, para colmo, tus amigos se van al cine, donde se seguro que lo pasarán pipa. Al final, terminas yendo a la fiesta, porque eres hombre de palabra, pero a regañadientes. Y, sin embargo, una vez allí, comprendes que eras un estúpido incapaz de salir de la rutina, porque la fiesta es espléndida, y lo pasas estupendamente...Pues bien, ¿no es parecida nuestra postura muchas veces cuando pensamos en el Cielo? Sabemos que allí seremos felices, y, sin embargo, el hábito y la rutina de nuestras diarias ocupaciones y entretenimientos nos atraen de tal manera que no nos permiten pensar en el otro mundo, y nos mostramos reacios a la idea de emprender el viaje definitivo.

Pero Dios conoce nuestra debilidad; sabe que la vida de aquí abajo se nos antoja más real que la del Paraíso y nos atrae con más fuerza. Por eso se ha tomado la molestia de dejar en sus manos el momento del viaje, ya que nosotros no seríamos capaces de tomar la iniciativa. Es como ese amable anfitrión que pone a nuestra disposición un taxi para que venga a recogernos y no lleguemos tarde a la fiesta.

Eso es la muerte: un taxi divino que nos espera a la puerta. Supón que fueras un prisionero, encerrado en una celda, en espera de ser ejecutado; supón que esa celda fuera relativamente amplia y confortable; supón que, cada mañana, el verdugo viniera a verte para saber lo que necesitabas y al final te dijera: "¿Quier ser ejecutado hoy, señor?". Seguro que le responderías: "No, mejor déjelo para mañana". Y así, día tras día, porque siempre tendrás algo que hacer; terminar de leer un libro, escribir un poema, pintar un cuadro o algo por el estilo. Y es que si nos dejaran escoger el momento de la muerte, jamás estaríamos preparados para recibirla. ¿Qué de extraño tiene que, en tales circunstancias, Dios se haya reservado ese derecho?

Hay además otra razón por la que es bueno saber que hemos de morir, y recordarlo de vez en cuando: que nos espolea a obrar bien y a hacer las cosas cuanto antes. A menudo, el motivo por el que emprendemos tareas difíciles o costosas es que el tiempo nos apremia. Quizá algunos conozcáis la anécdota de un catedrático de Cambrigde al que le desagradaba profundamente que las chicas estudiasen y no desperdiciaba la ocasión de meterse con ellas en sus clases.Un día que estaba hablando de las Islas Salomón, donde al parecer hay muchos más hombres que mujeres dijo: "De hecho, se estima que, allí, hasta las chicas universitarias no tendrían dificultad en encontrar marido". Naturalmente, las que asistían a clase se dieron por aludidas, se pusieron en pie, tomaron sus libros y empezaron a abandonar el aula. Viendo lo cual, el catedrático hizo el siguiente comentario: " No veo por qué tienen ustedes tanta prisa, ya que el próximo barco no sale hasta el sábado...".

Es ese sentimiento de urgencia el que espolea, incluso a los más perezosos, a hacer algo. Los turistas, cuando visitan una ciudad, quieren verlo todo en un día, porque tienen prisa. Sin embargo, los que viven allí, no se toman esa molestia. Piensan que ya tendrán tiempo de ver este o aquel monumento, este o aquel museo y, al final, muchos se mueren sin verlo. Recuerdo que, una vez, al pasar en coche por un pequeño pueblo, pregunté a un viandante cómo se llamaba aquel sitio. A lo que respondió: "No sé; solo llevo viviendo aquí una semana..."

El tiempo apremia. La vida es corta. Eso es lo que hace que los que son ambiciosos empiecen pronto, demasiado pronto a veces, a escribir libros, a medrar en la política, a aparecer en las pantallas cinematográficas o a lo que sea. Y eso es lo que deberías hacer, si eres buen cristiano, que te preguntaras con frecuencia: ¿Me doy cuenta de que esta vida es un capital que hay que hacer producir? ¿Me acuerdo de que tengo un alma?¿No será ya tiempo de enfrentarme seriamente con mi comodidad, con mi pereza, con mi rutina? ¿A qué espero para esforzarme por hacer oración, tener presencia de Dios, amar a los demás y sacrificarme por ellos?...Mucho me temo que todavía no te hayas planteado seriamente todo esto. Si es así, créeme: plantéatelo cuanto antes. No tienes ni idea de lo pronto que te encontrarás al filo de los cuarenta.

Otro aspecto de la cuestión es que la muerte puede sorprendernos en cualquier momento. Lo cual quiere decir que, si no somos unos insensatos, debemos estar preparados para recibirla en todo momento, siempre.

Al llegar a este punto, algunos predicadores suelen ponerse serios y decir con voz engolada: "Dentro de un año, alguno de los que me escucháis habrá muerto..." Yo no pienso hacerlo, entre otras cosas porque desconozco las actuales estadísticas sobre la mortalidad juvenil. Lo que sí os diré es que Nuestro Señor insistió una y otra vez en que estuviésemos preparados; que fuéramos como esos servidores fieles que están esperando siempre que llegue su amo para atenderle y así, si aparece por sorpresa, nunca les encontrará fumándose sus cigarros puros en la biblioteca.

Conocí una vez a una señora que me contó que una noche, encontrándose en la Riviera, empezaron a hacer experimentos con un potentísimo reflector. Una amiga suya, con la que estaba paseando por la playa, se asustó sobremanera al proyectarse en el cielo aquel haz de luz y, creyendo que se acercaba el fin del mundo, cayó de rodillas en la arena y empezó a confesar sus culpas. Pero cuando se dio cuenta de que se trataba tan solo de un reflector, se sintió avergonzadísima y casi le dio un ataque de nervios.

Aquello fue solo un cómico error, pero lo cierto es que, cuando mueras, una potentísima luz iluminará tu conciencia y verás hasta los más oscuros rincones de tu vida. Ojalá, en ese momento, no tengas nada grave de qué arrepentirse, porque no tendrás tiempo.

Sí, deberíamos pensar un poco más en la muerte. Lo cual no quiere decir que tengamos que comprarnos un diccionario médico para empaparnos de todas las enfermedades habidas y por haber y descubrir sus síntomas. No. La vida es algo sumamente frágil y no hace falta comprarse un diccionario médico para saber que podemos morir en cualquier momento; basta con leer los periódicos...Me contaron una vez que la madre de un joven que se encontraba en China cuando estalló allí la guerra civil, le puso un telegrama que decía: "Dime dónde te encuentras. Temo por ti". A lo que el joven respondió con otro redactado así: "Estoy en Pekín. Temo por mi". Y es que lo que debemos hacer cuando pensamos en la muerte, en nuestra propia muerte, es resolvernos inmediatamente a portarnos bien, a confesarnos frecuentemente y a mantenernos siempre en la gracia y en la presencia de Dios.

Recuerdo con qué sencillez monseñor Paine - que ya ha muerto también - me contó el fallecimiento de su amigo, monseñor Dunn. Fue a verle al hospital en que se hallaba internado y se encontró en el pasillo al médico que le atendía, el cual le dijo que aunque estaba plenamente consciente, no tardaría en morir. Así pues, entró en la habitación y se lo comunicó a monseñor Dunn, que estaba oyendo la radio: "Amigo, el médico que ha dicho que el momento se acerca...vas a morir". A lo que el enfermo respondió: "¿Ah, sí?...Entonces quita la radio, sal al pasillo cinco minutos y vuelve luego para oírme en confesión". Murió media hora más tarde; estoy seguro que monseñor Paine ha tenido una muerte tan tranquila y sosegada como aquél; ojalá nosotros la tengamos también.

Sí, la muerte puede sobrevenir en cualquier momento. Y conviene que sea así. Somos criaturas tan frágiles, tan olvidadizas y perezosas, que si supiéramos a ciencia cierta que habíamos de vivir todavía diez años, por ejemplo, pasaríamos nueve sin esforzarnos demasiado. ¿Acaso estudiamos intensamente una asignatura cuando sabemos que quedan todavía seis meses para examinarnos?. El centinela que tiene que velar toda la noche, se mantiene despierto no solo porque no sabe cuándo pasará el oficial su ronda habitual, sino también porque puede llegar en cualquier momento. Así nos ocurre a nosotros. Somos soldados que cumplimos con nuestro deber, y deberíamos estar orgullosos de ello; pero no nos mantendríamos siempre vigilantes si supiéramos la hora exacta del relevo. Nos dejaríamos llevar más fácilmente por la tentación si estuviéramos absolutamente seguros de que íbamos a tener tiempo para arrepentirnos.

Quizás te parezca que al obrar así Dios no nos trata como un amigo, sino más bien como un profesor severo. Bien, eso sería cierto si hubiese en el mundo muchos hombres que, a su vez, le trataran a Él como Amigo y no como un profesor severo. Pero no es así. Muchos hombres le tienen miedo, le traicionan con frecuencia y tratan de esquivar sus mandamientos. No ocurre así con los santos, que son sus amigos más sinceros. Y te diré una cosa. A muchos de ellos, Dios les concede la gracia de saber cuándo van a morir, precisamente porque están siempre dispuestos. Y es que en la medida en que tu vida se desarrolle en la amistad con Dios, el temor a la incertidumbre de la muerte desaparece.

Hay, por fin, un último aspecto de la muerte que merece la pena tener en cuenta: que es la coronación de nuestras vidas. En primer lugar, porque después de ella viene el juicio particular de cada uno y ya no hay rectificación posible. Cabe, por supuesto, arrepentirse en el último momento y estoy convencido de que muchos lo hacen; si no, el Cielo estaría más bien vacío. Pudiera ser que - Dios no lo quiera - alguno de vosotros equivocara su vida, hiciera oídos sordos a las enseñanzas que ha recibido y se alejara de Dios. Pues bien, que no dude jamás de que si en el último momento de su vida pidiera perdón sinceramente a Dios e hiciera un acto de contrición invocando a Nuestro Señor Jesucristo, se salvaría. Aunque olvidéis todo lo demás que os he dicho, recordad esto.

Pero la muerte debe ser la coronación de nuestras vidas también en otro sentido. En el sentido de que es la hora en la que todo se consuma, en la que todo se cumple. No uso estas palabras en el sentido en que se utilizan para rendir tributo a la memoria de esos grandes hombres que realizan grandes hazañas,no. Lo que los demás piensen sobre nosotros cuando muramos importa más bien poco. Para nosotros, los cristianos, la consumación de una vida, sus verdaderos logros, nada tiene que ver con esas grandes hazañas que provocan la admiración del público. Cuando Nuestro Señor, al morir en la Cruz, dijo: "Todo está consumado", se refería al sacrificio redentor de su vida, que ofrecía al Padre.

Y nosotros, si de verdad hemos comprendido lo que el Señor quiere, debemos hacer lo mismo: ofrecer nuestra vida en sacrificio al Padre en unión con Él. Decirle, ya desde ahora y cuando llegue el momento: "Toma mi vida, Señor. Sé que a menudo no me he portado bien. No siempre he seguido tus huellas y me he extraviado muchas veces. Pero, a pesar de todo, quiero ofrecerte mi vida en sacrificio redentor, como tu Hijo. Tómala en tus manos y haz con ella lo que quieras..."

Así debe ser la vida de un cristiano, así debe ser su muerte.

Ronald A. Knox
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CURIOSIDADES: Ronald A. Knox nació el 17 de febrero de 1888 y murió de cáncer el 24 de agosto de 1957, a la edad de 69 años. Era escritor de novelas de detectives. Se convirtió al catolicismo en 1917, debido -entre otras cosas- a la influencia de G.K. Chesterton, también converso.  Cuando éste murió el 14 de junio de 1936, Ronal A. Knox  fue el encargado de realizar la homilía de Requiem en la catedral de Westminter. 

Curso de retiro 4º día (1ª charla) Última cena׃ Caridad [Padre Luis de Moya]

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