domingo, 21 de octubre de 2018

Adán, ¿dónde estás?



Oyeron los pasos de Dios, que paseaba por el jardín a la hora de la brisa y el hombre y su mujer se escondieron de Dios, entre los árboles del jardín. Dios llamó entonces al hombre: “Adán, ¿dónde estás?”. Y Adán respondió: “Oí tus pasos por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo y me escondí.” (Gén 3, 8-10).
“¿Dónde estás?”. Es la primera palabra de Dios tras el pecado (terrible pecado del rechazo de Dios) de los progenitores Adán y Eva. Es el punto de partida de una larga, larguísima historia de reconciliación entre Dios y el hombre, historia que no se realizará sino al final de los tiempos.
Adán se escondió porque, tras la caída del pecado original, se vio desnudo, esto es, privado de los dones de la gracia santificante y elevante, que es la única que lleva a su realización a nuestra humanidad sedienta de infinito, sedienta de Dios. Y entonces lo agarra el temor y el temblor de Dios, el pánico de la vida que se convierte en escuálida y sin sentido, absurda y desesperada.
En la historia de los siglos, desde aquel día, hay una terrible “desnudez” del hombre, aun cuando crea el Partenón de Atenas, la Domus aurea de Roma, los arcos de triunfo de los generales y de los emperadores, aun cuando elabora los más complejos sistemas filosóficos, sin Dios y con sus solas fuerzas, aun cuando pretende con la fuerza del derecho, fundado solamente en el hombre, constituir las bases y la organización de la así llamada civilización del progreso, el futuro tecnológico de un mundo que pretende tener todo sin Dios Padre.
Mirad al hombre de hoy: se cree que ha construido la verdadera naturaleza, exaltante vida y sociedad, fruto de su ingenio y de su obra, pero a cada momento, siente el tormento secreto, pronto evidente, de la violencia, que explota por su complejidad; las tinieblas de sistemas filosóficos y de mentalidades que conducen a la desesperación; el “colocón” sin fin de vidas juveniles o de edad madura que se disuelven en la droga, en el sexo desordenado, en la borrachera y en la alteración de todos los valores.
Pero Dios desciende, sigue descendiendo al jardín que ya no es el del paraíso terrenal, sino que dejado en manos del hombre se ha convertido en “l’aiuola che ci fa tanto feroci / el parterre que nos hace tan feroces”[1], que nos desencadena contra nosotros mismos y contra los demás hombres. Dios sigue descendiendo y permanece entre nosotros, preguntando con su corazón de padre: “Adán, ¿dónde estás?”; “Oh hombre, ¿dónde estás?”. 
Esta pregunta, bajo una forma u otra, resuena a lo largo de la historia de los hombres. Resonó potente, infinitamente potente, en Jesús, Hijo de Dios hecho hombre. Cuando Jesús llama a Sí a los hombres, “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15); “La obra que debéis hacer es creer en Aquel que el Padre ha enviado”, esto es, en Él (Jn 6, 29); “Venid, vosotros todos que estáis oprimidos y Yo os aliviaré” (Mt 11, 28); “Yo soy la luz del mundo, Yo soy el agua que salta y sacia hasta la vida eterna, Yo soy el Pan de la vida, Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6); es Dios quien repite su pregunta hecha ya al primer Adán: “Hombre, ¿dónde estás?”.
El hombre está llamado, no ya a esconderse por estar despojado de todo como el hombre viejo, el hombre decaído, sino a no tener ya miedo porque Dios, en Cristo, “nuevo Adán” lo quiere revestir de su mismo Hijo, el “Hombre nuevo” en la gracia divina y en la santidad. Sucede que, en Cristo, el hombre, también el hombre de hoy, como el hombre de siempre, encuentra luz para las “preguntas profundas” sobre el sentido de la vida, del dolor y de la muerte, pero también para las preguntas sobre cómo construir o reconstruir la sociedad, la economía, el trabajo, la cultura, la medicina, la justicia, la política y todo lo que de humano existe, porque todo ha sido pensado y querido por Dios solamente en Cristo. 
No es difícil comprender cómo el hombre aspira al humanismo completo, que sacie al hombre y le haga sentir la plenitud, pero el verdadero humanismo se realiza solamente en Jesucristo. No puede existir un humanismo ateo, ni un humanismo comunista, aunque digan que el joven Marx fue un humanista. Existe solamente el humanismo en Jesucristo nuestro Señor, como escribe San Pablo 164 veces en sus cartas. 
Por lo tanto, hermano y amigo que me lees, debes vivir “en Cristo Jesús”. A Dios que te interpela: “Hombre, ¿dónde estás?”, debes poder responder, no: ‘voy por donde me da la gana’, ni: ‘estoy en la luna’, esto es, donde no debo estar, sino que debes responder, sin miedo: “¡Estoy en Cristo Jesús, Hijo tuyo y Salvador, y no quiero separarme jamás de Él!”.
Como escribe La imitación de Cristo“Estar sin Jesús es el infierno, estar con Jesús es dulce Paraíso”. Como predica San Pablo: “Ser uno en Cristo”.
Insurgens
[1] Dante Alighieri, Paraíso XXII, 151.
(Traducido por Marianus el eremita /Adelante la Fe)

lunes, 15 de octubre de 2018

Fiesta de Santa Teresa de Ávila - 15 de octubre

SANTA TERESA DE ÁVILA
Santa Teresa de Ávila (1515-1582), cuya fiesta celebramos el 15 de octubre, fue la fundadora de las carmelitas descalzas. Apóstol incansable, escritora, poeta, mística excepcional. Es una de las grandes maestras de la vida espiritual.

"En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo...".

En este mes de octubre misionero el santoral nos ofrece la vida de dos insignes carmelitas, ambas de nombre Teresa, que unieron a Jesús. Teresa de Lisieux, de cuya trayectoria se hizo puntual eco esta sección de ZENIT hace unos días, y la fundadora Teresa de Cepeda y Ahumada, considerada una de las grandes figuras de la Iglesia, de poderoso influjo en santos y beatos. Imposible precisar el número de personas anónimas que la eligieron y continúan tomándola como modelo, pero seguro que son multitud. Se han vertido tantas reflexiones en torno a ella que nada nuevo se puede añadir. Seguimos admirados de su entrega, agradeciendo a Dios su fecunda existencia. Hoy se inician los actos programados para el V centenario de su nacimiento y año jubilar teresiano.
Vino al mundo el 28 de marzo de 1515 en Ávila, España; tenía una personalidad impactante. Mujer de empuje, audaz, soñadora, apóstol incansable, mística y doctora de la Iglesia, primera a la que se le confirió tan alto honor, escritora, poeta…, ha logrado que su vida y obra, que mantiene su frescura original, prosiga en lo alto de este podium de santidad. Se enamoró de Cristo precozmente, y quiso derramar su sangre por Él siendo mártir a la edad de 6 años; huyó para ello con su hermano Rodrigo, pero los encontraron. La vida eremítica formó parte de sus juegos infantiles. Después, pasó un tiempo entre devaneos, atrapada por el contenido de libros de caballería y el cortejo de un familiar. Su madre murió dejándola en la difícil edad de los 13 años. Internada por su padre a los 16 en el colegio de Gracia, regido por las madres agustinas, echaba de menos a su primo, que era el galán que la pretendía.
Aunque se hallaba en contacto con la vida religiosa, el mundo seguía disputándosela a Cristo; ser monja no estaba en sus planes. Hasta que en 1535, después de ver partir a Rodrigo, casarse a una de sus hermanas, e ingresar una amiga en el monasterio de la Encarnación, hablando con ésta descubrió su vocación, y entró en el convento a pesar de la oposición paterna. Una grave enfermedad la devolvió a los brazos de su padre en 1537. Luchó contra la muerte y venció, atribuyéndolo a san José, aunque le quedaron secuelas. En 1539 volvió a la Encarnación. La vida en el convento era, como hoy se diría, demasiado light. Tanta apertura y comodidades, entradas y salidas, no eran precisamente lo más adecuado para una consagrada. Y en la Cuaresma del año 1544, el de la muerte de su padre, ante la imagen de un Cristo llagado, con ardientes lágrimas suplicó su ayuda; le horrorizaba ofenderle.
Era su amor vehemente, sin fisuras, alimentado a través de una oración continua: «La oración no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Comenzó a experimentar la vida de perfección como ascenso de su alma a Dios, y a la par recibía la gracia de verse envuelta en místicas visiones que incendiaban su corazón, aunque hubo grandes periodos templados por una intensa aridez. Susurros de su pasión impregnaban sus jornadas de oración: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero...». Demandaba fervientemente la cruz cotidiana: «Cruz, descanso sabroso de mi vida, Vos seáis la bienvenida […]. En la cruz está la vida, y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo…».
Hacia 1562 vivió la experiencia mística de la transverberación: «Veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla [...]. No era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan. Deben ser los que llaman querubines [...]. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios».
En otra de las visiones le fue dado a contemplar el infierno. Fue tan terrible que determinó el rigor de su entrega y emprendió la reforma carmelitana así como su primera fundación. Tenía 40 años, y Dios iba marcándole el camino que debía seguir. San Juan de la Cruz se unió a su empeño. La reforma no fue fácil. Las pruebas de toda índole, insidias del diablo, contrariedades, problemas internos, dudas y vacilaciones de su propio confesor, así como el trato hostil dispensado por la Iglesia, entre otros, le infligieron grandes sufrimientos. A pesar de su frágil salud, tenía un potente temperamento y no se dejaba amilanar; menos aún, cuando se trataba de Cristo. Así que, acudió a los altos estamentos, se codeó con reyes y nobleza, fue donde hizo falta, y se entregó en cuerpo y alma a tutelar y enriquecer espiritualmente las fundaciones con las que regó España. Todas nacieron a impulso del mismo Dios que las inspiraba.
Era una excepcional formadora. Tenía alma misionera; lloró amargamente pensando en las necesidades apostólicas que había en tierras americanas, donde hubiera querido ir. Plasmó sus experiencias místicas en obras maestras, imprescindibles para alumbrar el itinerario espiritual como «El camino de la perfección», «Pensamientos sobre el amor de Dios» y «El castillo interior», que no vio publicadas en vida. La Inquisición estuvo tras ella; incluso quemó uno de sus textos por sugerencia de su confesor. Fortaleza y claridad, capacidad organizativa y sabiduría para ejercer el gobierno, confianza y entereza en las contrariedades, humildad, sencillez, sagacidad, sentido del humor, una fe y caridad heroicas son rasgos que también la definen.
Devotísima de San José decía: «solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no creyere y verá por experiencia cuan gran bien es recomendarse a ese glorioso Patriarca y tenerle devoción».Aunó magistralmente contemplación y acción. Recibió dones diversos: éxtasis, milagros, discernimiento… Murió en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582. Pablo V la beatificó el 24 de abril de 1614. Gregorio XV la canonizó el 12 de marzo de 1622. Pablo VI la declaró doctora de la Iglesia el 27 de septiembre de 1970.

Oración de Santa Teresa

Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,

La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.

Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.

Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.

Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.

Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.

Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.

"El amor no es amado" P JAVIER MARTIN FM


Duración 12:28 minutos

“Hacer las cosas por agradecimiento " P SANTIAGO MARTIN FM


Duración 15:48 minutos

sábado, 29 de septiembre de 2018

Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, Santos Fiesta Litúrgica, 29 de septiembre




Los 3 Arcángeles, los únicos cuyos nombres constan en la Biblia

Martirologio Romano: Fiesta de los santos arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael. En el día de la dedicación de la basílica bajo el título de San Miguel, en la vía Salaria, a seis miliarios de Roma, se celebran juntamente los tres arcángeles, de quienes la Sagrada Escritura revela misiones singulares y que, sirviendo a Dios día y noche, y contemplando su rostro, a él glorifican sin cesar.
Breve Semblanza

Son los nombres con que se presentan en la Sagrada Escritura estos tres príncipes de la corte celestial.
Miguel aparece en defensa de los intereses divinos ante la rebelión de los ángeles malos; Gabriel, enviado por el Señor a diferentes misiones, anunció a la Virgen Maria el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y su maternidad divina; Rafael acompañó al joven Tobías cuando cumplia un difícil encargo y se ocupó de solucionar difíciles asuntos de su esposa.
Actualmente, se habla mucho de los ángeles: se encuentran libros de todo tipo que tratan este tema; se venden "angelitos" de oro, plata o cuarzo; las personas se los cuelgan al cuello y comentan su importancia y sus nombres.
Hay que tener cuidado, pues se puede caer en dar a los ángeles atribuciones que no les corresponden y elevarlos a un lugar de semidioses, convertirlos en "amuletos" que hacen caer en la idolatría, o crear confusiones entre lo que son las inspiraciones del Espíritu Santo y los consejos de los ángeles.
Es verdad que los ángeles son muy importantes en la Iglesia y en la vida de todo católico, pero son criaturas de Dios, por lo que no se les puede igualar a Dios ni adorarlos como si fueran dioses.
A pesar de que están de moda, por otro lado, es muy fácil que nos olvidemos de su existencia, por el ajetreo de la vida y principalmente, porque no los vemos.
Este olvido puede hacernos desaprovechar muchas gracias que Dios ha destinado para nosotros a través de los ángeles.
Por esta razón, la Iglesia ha fijado dos festividades para que, al menos dos días del año, nos acordemos de los ángeles y los arcángeles, nos alegremos y agradezcamos a Dios el que nos haya asignado un ángel custodio y aprovechemos estos días para pedir su ayuda.
Misión de los ángeles
Los ángeles son seres espirituales creados por Dios por una libre decisión de su Voluntad divina. Son seres inmortales, dotados de inteligencia y voluntad.
Debido a su naturaleza espiritual, los ángeles no pueden ser vistos ni captados por los sentidos.
En algunas ocasiones muy especiales, con la intervención de Dios, se han visto y oído materialmente. La reacción de las personas al verlos u oírlos ha sido de asombro y de respeto. Por ejemplo, los profetas Daniel y Zacarías.
En el siglo IV, el arte religioso representó a los ángeles con forma de figura humana. En el siglo V, se le añadieron las alas, como símbolo de su prontitud en realizar la Voluntad divina y en trasladarse de un lugar a otro sin la menor dificultad.
En la Biblia encontramos algunos motivos para que los ángeles sean representados como seres brillantes, de aspecto humano y alados. Por ejemplo, el profeta Daniel escribe que un "ser que parecía varón" -se refería al arcángel Gabriel- volando rápidamente, vino a él (Daniel 8, 15-16; 9,21). Y, en el libro del Apocalipsis, son frecuente las apariciones de ángeles que claman, tocan las trompetas, llevan mensajes o son portadores de copas e incensarios; otros que suben, bajan o vuelan; otros que están de pie en cada uno de los cuatro puntos cardinales de la tierra o junto al trono del Cordero, Cristo.
La misión de los ángeles es amar, servir y dar gloria a Dios, ser mensajeros y cuidar y ayudar a los hombres. Ellos están constantemente en la presencia de Dios, atentos a sus órdenes, orando, adorando, vigilando, cantando y alabando a Dios y pregonando sus perfecciones. Se puede decir que son mediadores, custodios, guardianes, protectores y ministros de la justicia divina.
La presencia y la acción de los ángeles aparece a lo largo del Antiguo Testamento, en muchos de sus libros sagrados. Aparece frecuentemente, también, en la vida y enseñanzas de Nuestro Señor, Jesucristo, en la Carta de san Pablo, en los Hechos de los Apóstoles y, principalmente, en el Apocalipsis.
Con la lectura de estos textos, podemos descubrir algo más acerca de los ángeles: nos protegen, nos defienden físicamente y nos fortalecen al combatir las fuerzas del mal.luchan con todo su poder por y con nosotros.
Como ejemplo, está la milagrosa liberación de San Pedro que pudo huir de la prisión ayudado por un ángel (Hechos 12, 7 y siguientes). También, aparece un ángel deteniendo el brazo de Abraham, para que no sacrificara a su hijo, Isaac.
Los ángeles nos comunican mensajes importantes del Señor en determinadas circunstancias de la vida. En momentos de dificultad, se les puede pedir luz para tomar una decisión, para solucionar un problema, actuar acertadamente y para descubrir la verdad.
Por ejemplo, tenemos las apariciones a la Virgen María, a San José y a Zacarías. Todos ellos recibieron mensajes de los ángeles.
Los ángeles cumplen, también, las sentencias de castigo del Señor, como el castigo a Herodes Agripa (Hechos de los Apóstoles) y la muerte de los primogénitos egipcios (Exódo 12, 29).
Los ángeles presentan nuestras oraciones al Señor y nos conducen a Él. Nos acompañan a lo largo de nuestra vida y nos conducirán, con toda bondad, después de nuestra muerte, hasta el trono de Dios para nuestro encuentro definitivo con Él. Este será el último servicio que nos presten pero el más importante. El arcángel Rafael dice a Tobías: "Cuando ustedes oraban, yo presentaba sus oraciones al Señor", (Tob 12, 12 - 16).
Ellos nos animan a ser buenos pues ven continuamente el rostro de Dios y también ven el nuestro. Debemos tener presentes las inspiraciones de los ángeles para saber obrar correctamente en todas las circunstancias de la vida. "Los ángeles se regocijan cuando un pecador se arrepiente", (Lucas 15, 10).
Jerarquía de los ángeles
Se suelen enumerar nueve coros u órdenes angélicos. Esta jerarquía se basa en los distintos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. Dentro de esta jerarquía, los superiores hacen participar a los inferiores de sus conocimientos.
Cada tres coros de ángeles constituyen una jerarquía y todos ellos forman la corte celestial.
Jerarquía Suprema:
  • Serafines
  • Querubines
  • Tronos
Jerarquía Media:
  • Dominaciones
  • Virtudes
  • Potestades
Jerarquía Inferior:
  • Principados
  • Arcángeles
  • Ángeles
Serafines: Son los "alabadores" de Dios. Serafín significa "amor ardiente". Los serafines alaban constantemente al Señor y proclaman su santidad.
(Isaías 6, 17)
Querubines: Son los "guardianes" de las cosas de Dios. Aparecen como encargados de guardar el arca de la alianza y el camino que lleva al árbol de la vida. Entre dos querubines comunica Yahvé sus revelaciones. "Se sienta sobre querubines".
(Génesis, Éxodo, en la visión de Ezequiel, 1, 4 y Carta a los Hebreos, 9,5).
Potestades, Virtudes, Tronos, Principados y Dominaciones:
En la Biblia encontramos estos diversos nombres cuando se habla del mundo angélico. Hay quien interpreta los nombres de los ángeles como correspondientes a su grado de perfección. Para San Gregorio, los nombres de los ángeles se refieren a su ministerio:
  • los principados son los encargados de la repartición de los bienes espirituales
  • las virtudes son los encargados de hacer los milagros
  • las potestades son los que luchan contra las fuerzas adversas
  • las dominaciones son los que participarán en el gobierno de las sociedades
  • los tronos son los que están atentos a las razones del obrar divino.
Existe, también, una jerarquía basada en los distintos nombres que se encuentran en la Biblia para referirse a ellos. A los arcángeles les podríamos llamar los "asistentes de Dios". Son ángeles que están al servicio directo del Señor para cumplir misiones especiales.
Arcángel San Miguel: es el que arrojó del Cielo a Lucifer y a los ángeles que le seguían y quien mantiene la batalla contra Satanás y demás demonios para destruir su poder y ayudar a la Iglesia militante a obtener la victoria final. El nombre de Miguel significa "quien como Dios". Su conducta y fidelidad nos debe invitar a reconocer siempre el señoría e Jesús y buscar en todo momento la gloria de Dios.
Arcángel San Gabriel: en hebreo significa "Dios es fuerte", "Fortaleza de Dios". Aparece siempre como el mensajero de Yahvé para cumplir misiones especiales y como portador de buenas noticias. Anunció a Zacarías el nacimiento de Juan, el Bautista y a la Virgen María, la Encarnación del Hijo de Dios.
Arcángel San Rafael: su nombre quiere decir "medicina de Dios". Tiene un papel muy importante en la vida del profeta Tobías, al mostrarle el camino a seguir y lo que tenía que hacer. Tobías obedeció en todo al arcángel San Rafael, sin saber que era un mensajero de Dios. Él se encargó de presentar sus oraciones y obras buenas a Dios, dejándole como mensaje bendecir y alabar al Señor, hacer siempre el bien y no dejar de orar. Se le considera patrono de los viajeros por haber guiado a Tobías en sus viajes. Es patrono, también, de los médicos (de cuerpo y alma) por las curaciones que realizó en Tobit y Sara, el padre y la esposa de Tobías.
Los ángeles custodios
Dios ha asignado a cada hombre un ángel para protegerle y facilitarle el camino de la salvación mientras está en este mundo. Afirma sobre este tema San Jerónimo: "Grande es la dignidad de las almas, cuando cada una de ellas, desde el momento de nacer, tiene un ángel destinado para su custodia".
En el Antiguo Testamento se puede observar como Dios se sirve de sus mensajeros para proteger a los hombres de la acción del demonio, para ayudar al justo o librarlo del peligro, como cuando a Elías lo alimentó un ángel, (1 Reyes, 19, 5).
En el Nuevo Testamento también se pueden observar muchos sucesos y ejemplos en los que aparecen estos seres: el mensaje a San José para que huyera a Egipto y los ángeles que sirvieron a Jesús, después de las Tentaciones en el desierto, entre otros ejemplos.
Se puede decir que los ángeles custodios son compañeros de viaje, que siempre estarán al lado de cada uno de nosotros, en las buenas y en las malas, sin separarse ni un solo momento. Está a nuestro lado mientras trabajamos, descansamos, cuando nos divertimos y cuando rezamos, cuando le pedimos ayuda y cuando le olvidamos. Y, lo más importante, es que no se aparta de nosotros ni siquiera cuando perdemos la gracia de Dios por el pecado. Nos presta auxilio para enfrentar de mejor ánimo las dificultades y tentaciones de la vida diaria.
Muchas veces se piensa en el ángel de la guarda como si fuera algo infantil. Pero, si pensamos que al crecer la persona se enfrentará a una vida con mayores tentaciones y dificultades, el ángel custodio será de gran ayuda.
Para que la relación de la persona con el ángel custodio sea eficaz, necesita hablar con él, llamarle, tratarlo como el amigo que es. Así podrá convertirse en un fiel y poderoso aliado nuestro.
Debemos confiar en nuestro ángel de la guarda y pedirle ayuda, pues además de que él nos guía y nos protege, está muy cerca de Dios y le puede decir directamente lo que queremos o necesitamos.
Recordemos que los ángeles no pueden conocer nuestros pensamientos ni deseos íntimos si nosotros no se los hacemos saber de alguna manera, ya que sólo Dios sabe lo que hay dentro de nuestro corazón. Ellos, en cambio, sólo pueden conocer lo que queremos intuyéndolo por nuestras obras, palabras, gestos, etc.
También podemos pedirle favores especiales a los ángeles de la guarda de otras personas para que las protejan de determinados peligros o las guíen en situaciones difíciles.
¿Qué nos enseñan los ángeles?
Nos enseñan a:
  • glorificar al Señor, proclamar su santidad y rendirle sus homenajes de adoración, de amor y de ininterrumpida alabanza.
  • cumplir con exactitud y prontamente todas las órdenes que recibimos del señor y a cumplir su Voluntad sin discutir sus mandatos ni aplazando el cumplimiento de éstas.
  • servir al prójimo, pues ellos están preocupados por nosotros y quieren ayudarnos en las diversas circunstancias que se nos presentan en la vida. Esto nos anima a compartir con nuestros hermanos penas y alegrías.
¿Quiénes son los ángeles caídos?
Dios creó a los ángeles como espíritus puros, todos se encontraban en estado de gracia. Pero algunos, encabezados por Luzbel, el más bello de los ángeles, por su malicia y soberbia se negaron a adorar a Jesucristo, Dios hecho hombre, por sentirse seres superiores. Así, rechazaron eternamente a Dios con un acto inteligente y libre de su parte.
A Luzbel -también denominado Lucifer, Diablo o Satán- junto con los ángeles rebeldes que le siguieron -convertidos en demonios- fueron arrojados del Cielo al infierno. Quedaron confinados a un estado eterno de tormento en donde nunca más podrán ver a Dios.
No cambiaron su naturaleza, siguen siendo seres espirituales y reales.
Lucifer es el enemigo de Dios. Jesús le llama “el engañador”, “el padre de la mentira”. Su constante actividad en el mundo busca apartar a los hombres de Dios mediante engaños e invitaciones al mal. Quiere evitar que lo conozcan, que lo amen y que alcancen la felicidad eterna. Es un enemigo con el que se tiene que luchar para poder llegar al Cielo.
Los demonios se encuentran organizados en jerarquías, tal y como fueron creados en un principio, subordinados los inferiores a los superiores.
Satanás y sus demonios comenzaron sus maléficas acciones con Adán y Eva y no se dan por vencidos en su labor. Aprovechan la inclinación del hombre hacia el mal por su naturaleza que quedó dañada después del pecado original. Son muy astutos, disfrazan el mal de bien. Su acción ordinaria en el hombre es la tentación. Por ello rezamos en el Padrenuestro: “...no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.”
¿Por qué creer en los ángeles?
Toda la Sagrada Escritura está llena de versículos y capítulos completos que hablan de los ángeles. Si creemos en la Sagrada Escritura, no podemos negar la existencia y la acción de los ángeles.
Además del testimonio de la Revelación, tenemos el de los Santos Padres de la Iglesia quienes nos dejaron bellas y sugestivas descripciones de los ángeles que fueron retomadas por Santo Tomás no sólo en el aspecto teológico sino en un dinamismo cristiano. La Iglesia ha definido dogma de fe la existencia de los ángeles.
El culto a los ángeles de la guarda comenzó en la península Ibérica y después se propagó a otros países. Existe un libro acerca de esta devoción en Barcelona con fecha de 1494.
El Concilio IV de Letrán, en 1215, se señaló que Dios es creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles, de las criaturas espirituales y las corporales. Se señaló que a unas y a otras, las creó de la nada.
En 1870, debido al materialismo y racionalismo que imperante en esa época, el Concilio Vaticano I afirmó de nuevo la existencia de los ángeles.
Pablo VI volvió a poner de manifiesto la existencia de los ángeles en 1968, al formular el Credo.
En la reforma litúrgica de la Iglesia de 1969, quedó establecido el día 29 de septiembre para dar culto a los arcángeles San Miguel, San Rafael y San Gabriel y el día 2 de Octubre, para rendir culto a los ángeles custodios.
Oración a San Miguel Arcángel
    San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
    Ayúdanos a luchar contra el mal.
    Que Dios oiga tu voz y tú, como jefe del ejército del Cielo,
    combate y vence a Satanás
    y a todos los espíritus malos que andan por el mundo
    deseando la ruina de las almas.
    Amén.
Oración al Ángel de la Guarda
    Ángel del Señor, que eres mi custodio,
    Puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
    Ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname
    en este día.
    Amén.
    Ángel de la Guarda, dulce compañía
    No me desampares, ni de noche ni de día,
    hasta que me encuentre en los brazos de Jesús y de María.
Por: Tere Fernández | Fuente: Catholic.net 

domingo, 23 de septiembre de 2018

"Ante la angustia y el sufrimiento, Señor en Ti confío» (Padre Santiago Martín)


Duración 14:18 minutos



Una poesía comentada (José Martí)



Tras la escondida senda,
por la que nunca nadie ha transitado,
quise dejar, en prenda,
el tesoro encontrado
en mí, y tan querido por mi Amado.

A modo de poesía, el autor del poema, más de corazón que de forma, por su escaso vocabulario, como puede notarse, expresa a su modo, aquello que conoce como cierto, aunque se trate de un secreto escondido,  que sólo es conocido por Dios y por él mismo. 

En un intento de realizar un comentario o glosa de su propia composición, el autor de este escrito, un escrito con el que me encontré rebuscando en una vieja librería, escribe como pensando en voz alta, reflexionando para sí mismo. No obstante, puede verse que siente lo que dice, aunque más como un deseo que como una realidad. 

En los dos primeros párrafos comienza hablando en primera persona, pero luego continúa de manera que parece estar hablando para otros, en un intento, probablemente fallido, de hacerles ver que lo mismo que él siente (en el sentido más fuerte de la palabra sentimiento) pueden sentirlo también ellos, cada uno a su manera, si se percatan, con la gracia de Dios, de la verdad de lo que afirma en su poesía… unas afirmaciones -justo es decirlo- que, propiamente hablando, son más bien ansias y nostalgia de aquello que quisiera que fuese una realidad en su vida.

El autor es consciente de lo lejos que se encuentra de esa posesión de su amado, a la que alude, lo cual, sin embargo, no es para él motivo de desaliento, pues tiene la seguridad y sabe muy bien que este deseo se cumplirá algún día … ¡en cierto modo, ha comenzado ya a cumplirse, aunque de un modo incompleto!

Cuando llegue ese momento no será ya un mero deseo, sino un hecho real -inmerecido, por supuesto- cual es la participación en la misma vida divina intratrinitaria: Unidos al Hijo, y en el Hijo, por la acción de su Espíritu, seremos capaces, todos y cada uno, de amar al Padre. Y del mismo modo en el que el Padre ama a su Hijo, seremos también nosotros amados por el Padre.

De este modo se cumplirá el deseo ardiente de Jesús en su oración sacerdotal, en la que, dirigiéndose a su Padre, hablándole de sus discípulos, le decía: “Que todos sean uno: como Tú, Padre, en Mí y Yo en Ti. Que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17, 21)

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“Donde está tu tesoro está tu corazón”(Mt 6,21)Mi tesoro es Jesús. Él da sentido a mi vida. Adondequiera que vaya, Él está conmigo. No puedo verlo con estos ojos, sensibles a la luz, pero tengo, por la fe, la certeza de su realidad en mí. Aunque sufra, si estoy a su lado y Él está conmigo, nada temo: la alegría de saber, sin ninguna duda, que Él está en mi corazón y que me quiere, de un modo total y único, es un anticipo del cielo, aquí en la tierra.

El conocimiento de esta realidad es lo que me ha llevado a entregarle, en prenda, mi corazón … para que Él lo vea: cuando eso ocurra se encontrará con la sorpresa de que es Él mismo -y no yo- quien reside en mi corazón. 

Él es mi vida y mi todo. Sin Él estoy completamente perdido. Le necesito … y quiero que Él sepa que le necesito. Esta necesidad que tengo del amor de Jesús es un regalo que Él mismo me hace, porque es lo propio de los enamorados el desearse, el necesitarse y también el poseerse mutuamente: 

“Yo soy para mi Amado y mi Amado es para mí. Y hacia mí tienden todos sus anhelos” (Cantar 7, 11). ¿Hay algo más hermoso que saberse amado de Dios y, además, del modo en el que Dios ama? ¡Dios está enamorado de mí y yo lo soy todo para Él: esta realidad sobrepasa cualquier entendimiento!

¿Cómo no enamorarse, a su vez, de Aquél que tanto nos quiere? Porque, además, nos quiere a cada uno como si sólo él existiera

“Es única mi Paloma, mi preciosa” (Cantar 6,9). 

“Paloma mía … muéstrame tu cara, hazme escuchar tu voz: porque tu voz es dulce y tu cara muy bella” (Cantar 2, 14). 

Es Dios mismo quien así se expresa. Y esas palabras van dirigidas a mí, a cada uno.

- Un mundo que languidece, como es el actual, necesita de Dios, más que nunca. Cada persona necesita que le llegue este Mensaje; y que le llegue a lo más profundo de su ser, a su corazón. Y deberíamos repetirnos muchas veces, cada uno a sí mismo: 

“Dios, encarnado en Jesucristo, está completamente enamorado de mí”

“Soy importante para Él, soy único y me quiere hasta el extremo de haber dado por mí su Vida, para que yo no me pierda”

Si le pedimos con insistencia que nos conceda estos deseos, podemos tener la completa seguridad de que lo hará: “Hasta ahora no habéis pedido nada en mi Nombre. Pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa” (Jn 16,24)

Él nos concederá la Gracia necesaria sin la cual no seríamos capaces de darle la respuesta amorosa que Él está deseando que le demos. Y entonces nuestra vida cambiaría radicalmente: veríamos las cosas como Dios las ve, que es como realmente son. 

Y nadie sería ya capaz de quitarnos esa Alegría, que proviene de estar enamorados de Aquél que sabemos que está enamorado de nosotros: “Ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría”(Jn 16, 22)  

José Martí
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NOTA: Yo le diría al autor que, aunque artísticamente hablando su poesía deja mucho que desear, sin embargo, está escrita con tal cariño que, puestos a elegir me quedo con la poesía, más que con el comentario que hace de ella, aun cuando sea él mismo quien la comenta. Y no sé por qué, pero me da la impresión de que a él le sucederá exactamente igual que a mí. Bueno, eso creo.

“El ruido del mundo y el silencio de Dios” – P. Santiago Martin F.M.


Duración 9:06 minutos