“Bendito sea DIOS, Padre de nuestro Señor Jesucristo… que NOS CONSUELA EN TODAS NUESTRAS TRIBULACIONES PARA QUE TAMBIÉN NOSOTROS SEAMOS CAPACES DE CONSOLAR A LOS QUE SE ENCUENTRAN EN CUALQUIER TRIBULACIÓN, MEDIANTE EL CONSUELO CON EL QUE NOSOTROS MISMOS SOMOS CONSOLADOS POR DIOS” (2 Cor 1, 3-4)
No estamos solos, como digo. Le tenemos a Él. Y para Él somos, cada uno, lo más importante. Si acudimos al Antiguo Testamento podemos leer:
“Aunque camine por valles oscuros, nada temo, porque Tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan” (Sal 23, 4)
No temas que Yo estoy contigo (Is 43, 5)
¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues aunque ellas se olvidaran, Yo no te olvidaré! (Is 49, 14-15)
Mi delicia es estar con los hijos de los hombres (Prov 8, 31)
En el Evangelio, podemos escuchar palabras que proceden directamente de la boca de nuestro Señor:
No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros (Jn 14, 18). Padre, quiero que donde Yo estoy estén también conmigo los que Tú me has confiado,…, (Jn 17,24),…, para que el amor con el que Tú me amaste esté en ellos, y Yo en ellos (Jn 17,26)
Venid a Mí todos los que andáis fatigados y agobiados que Yo os aliviaré. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga es ligera (Mt 11, 28-30)
Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano (Jn 10, 27-28)
Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14,23)
Y en el resto del Nuevo Testamento se insiste por doquier en la misma idea. Y es que somos importantes para Dios, de modo que somos realmente importantes; lo somos porque Él así lo ha querido, pero lo somos. Es como para estar enormemente agradecidos por este inmenso bien que nos ha dado con la vida: a Él mismo:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1 Cor 3, 16)
Tenemos, además, la seguridad de la fe, que no es un mero sentimiento, sino una realidad. Dios no es ningún invento, ni un producto de nuestra fantasía: Él se ha revelado a Sí Mismo por Amor. Y es precisamente nuestro amor lo que él busca de nosotros. Ese es su deseo con relación a nosotros. ¿Cuándo caeremos en la cuenta de que ninguna otra cosa merece la pena en esta vida? Hemos sido creados para amar y para ser amados. Todo lo que separa de Dios nos separa del Amor, y nos hace esclavos. “Todo el que comete pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34). Y Él nos quiere libres, para que podamos amarle sin trabas, y experimentar así –de verdad- el Amor que Él nos tiene.
Por otra parte no debemos olvidar algo que es vital para nosotros y es que “si tenemos puesta la esperanza en Cristo sólo para esta vida, somos los más miserables de todos los hombres (1 Cor 15, 19). Jesucristo, que es verdadero hombre; y que sufrió, padeció y murió crucificado… es también verdadero Dios: ha resucitado y vive con su cuerpo glorioso en el cielo, junto a su Padre, por toda la eternidad. Y ése es también nuestro destino, y lo que hace de nuestra vida una maravillosa aventura de amor; un amor, aquí incoado, pero que no tiene fin. “El amor es fuerte como la muerte” (Ca, 8, 6). Por eso nos esforzamos y trabajamos: “Amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es vano en el Señor” (1 Cor 15,58).
Ésa es la razón por la que no debemos tener miedo. Si lo tenemos a Él, ¿qué podemos temer? Cuando Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quien iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Hijo de Dios” (Jn 6, 67-68). El Señor se emociona cuando se ve correspondido con amor al gran Amor que Él nos tiene. Por eso, clama dirigiéndose a su Padre: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-26). Y esa es también la razón por la que podemos decir, con San Pablo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10)
Sólo los sencillos, los humildes, los limpios de corazón, los misericordiosos, los que ansían la santidad, los pobres, los pacíficos,…, sólo ellos tienen capacidad para entender esta maravilla. A los demás les está vedada: Dios nunca se impone al hombre. El Amor no puede imponerse. Desgraciadamente, hay mucha gente que no quiere saber nada con Él. ¿Qué más quisiera Él sino que se convirtieran y le abrieran su corazón, porque entonces Él los sanaría? Pero Él no puede obligar a nadie a que lo quiera, pues la libertad es característica esencial del amor. Un amor que no fuese libre sería una contradicción en sí mismo.
(Continúa)
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