viernes, 9 de marzo de 2012

NO ESTAMOS SOLOS (1 de 3) [José Martí]




Cuando vemos cómo el mundo se va apartando de Dios, cómo los cristianos son ridiculizados, perseguidos e incluso asesinados por confesar su fe; cuando vemos que estos ataques tienen lugar incluso por parte de los propios gobiernos que, en el mejor de los casos se inhiben si es que no son, ellos mismos, claramente, los que promueven dichos ataques; cuando vemos que las palabras que pronunció el Papa Pablo VI en 1972, hace cuarenta años (“El humo de Satanás se ha infiltrado en la Iglesia”) son hoy aún más verdaderas que entonces, pues el modernismo y el racionalismo han calado, por desgracia, en muchos jerarcas de la propia Iglesia, con lo que eso supone para los fieles, según lo que está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mt 26, 31). Cuando vemos que este mundo parece haberse vuelto loco de atar, erigiéndose a sí mismo como “dios” y dictando e imponiendo leyes que van contra la propia naturaleza humana, es casi inevitable que se nos pase por la mente aquellas palabras dichas por el mismo Señor, como anuncio de su segunda venida: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18, 8).

Cuando vemos todo esto que está ocurriendo (y mucho más que aquí omito para no alargarme demasiado), los cristianos no podemos menos que sufrir y, lógicamente, nos sentimos tristes; y es fácil caer en la tentación de pensar que Dios se ha olvidado de nosotros y que nos ha dejado solos. 

Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad. Tenemos la inmensa suerte de poder acudir a la Sagrada Escritura, donde está contenida la Palabra de Dios, una Palabra que nos sitúa de nuevo en la realidad, si la meditamos con sosiego, haciendo silencio en nuestro interior y escuchando lo que el Señor nos quiere decir a cada uno en la intimidad. Tenemos la inmensa suerte de tenerlo realmente presente entre nosotros en la Sagrada Eucaristía: podemos visitarlo y hablar con Él como se hablaría con el más bondadoso y el más amable y el más inteligente y el más comprensivo de todos nuestros amigos. Podemos recibirlo en la comunión, si previamente nos hemos arrepentido de nuestros pecados y nos hemos confesado bien con un sacerdote y hemos cumplido la penitencia que se nos haya impuesto. Tenemos la inmensa suerte de que todavía podemos encontrar buenos sacerdotes, fieles a las enseñanzas de Jesucristo, en el seno de la Iglesia Católica, los cuales pueden iluminar nuestra mente y renovar nuestro corazón con la Palabra de Dios, rectamente interpretada. Es cuestión de buscar y de preguntar  y de moverse, porque “haberlos, haylos”, aunque, por desgracia, cada vez en menor número.

Ante nuestra aparente soledad, puesto que somos discípulos de Jesucristo y queremos seguir sus pasos, podríamos preguntarnos: ¿Está solo Jesús? Y la respuesta no se hace de esperar: EL QUE ME HA ENVIADO está conmigo. NO ME HA DEJADO SOLO, porque Yo hago siempre lo que le agrada  (Jn 8, 29). En otra ocasión ”dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad que llega la hora, y ya llegó, en que os dispersaréis cada uno por su lado y me dejaréis solo; aunque NO ESTOY SOLO PORQUE EL PADRE ESTÁ CONMIGO (Jn 16,32)

De modo que Él no está solo. Tiene a su Padre. Su alimento es hacer la voluntad de su Padre. Y nosotros, unidos a Él,  si hacemos su voluntad, tampoco estamos solos, incluso aun cuando nos sintiéramos solos lo que, por otra parte, es muy humano. “Si tuviéramos fe como un grano de mostaza” (Lc 17,6) veríamos las cosas de otra manera. Las contrariedades no son motivo de tristeza, sino precisamente todo lo contrario, porque en ellas se pone de manifiesto que el amor que decimos tenerle al Señor no es una farsa, no se queda tan solo en palabras bonitas, sino que es coherente y va mucho más allá, adonde Él quiera llevarnos.

Prestemos atención a lo que escribía San Pablo a los primeros cristianos: “Queridísimos: no os extrañéis-como si fuera algo insólito- del incendio que ha prendido entre vosotros para probaros; (se refiere al incendio que causó Nerón en Roma y del que culpó a los cristianos) sino alegraos, porque así como participáis en los padecimientos de Cristo, así también os llenaréis de gozo en la revelación de su gloria. 

Bienaventurados si os insultan por el nombre de Cristo, porque el Espíritu de la gloria, que es el Espíritu Santo, reposa en vosotrosQue ninguno de vosotros tenga que sufrir por ser homicida, ladrón, malhechor o entrometido en lo ajeno; pero si es por ser cristiano, que no se avergüence, sino que glorifique a Dios por llevar este nombre” (1 Pet 4, 12-16)


(Continúa)

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