sábado, 20 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (9): VALOR UNIVERSAL DE LA SENTENCIA PAULINA



 VALOR UNIVERSAL DE LA SENTENCIA PAULINA


9. Podría pensarse que estas cosas fueron dichas sólo para los Gálatas. En ese caso, también las demás recomendaciones que se hacen en el resto de la carta serían válidas solamente para los Gálatas. Por ejemplo: si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No seamos ambiciosos de vanagloria, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos recíprocamente (Gal 5, 25-26)

Pues si esto nos parece absurdo, ello quiere decir que esas recomendaciones se dirigen a todos los hombres y no sólo a los Gálatas; tanto los preceptos que se refieren al dogma, como las obligaciones morales, valen para todos indistintamente. Así, pues, igual que a nadie es lícito provocar o envidiar a otro, tampoco a nadie es lícito aceptar un Evangelio diferente del que la Iglesia Católica enseña en todas partes.

 ¿Quizá el anatema de Pablo contra quien anunciase un Evangelio diferente del que había sido predicado sólo valía para aquellos tiempos y no para ahora?

En este caso, también lo que se prescribe en el resto de la carta: Os digo: proceded según el Espíritu y no deis satisfacción a los apetitos de la carne (Gal 5, 16), ya no obligaría hoy.

Si pensar una cosa así es impío y pernicioso, necesariamente hay que concluir que, puesto que los preceptos de orden moral han de ser observados en todos los tiempos, también los que tienen por objeto la inmutabilidad de la fe obligan igualmente en todo tiempo.

Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida.

Así las cosas, ¿habrá alguien tan osado que anuncie una doctrina diferente de la que es anunciada por la Iglesia, o será tan frívolo que abrace otra fe diferente de la que ha recibido de la Iglesia?

Para todos, siempre, y en todas partes, por medio de sus cartas, se levanta con fuerza y con insistencia el grito de aquel instrumento elegido, de aquel Doctor de las Gentes, de aquélla campana apostólica, de aquel heraldo del universo, de aquel experto de los cielos: «si alguien anuncia un nuevo dogma, sea excomulgado».

Pero vemos cómo se eleva el croar de algunas ranas, el zumbido de esos mosquitos y esas moscas moribundas que son los pelagianos. Estos dicen a los católicos: «Tomadnos por maestros vuestros, por vuestros jefes, por vuestros exegetas; condenad lo que hasta ahora habéis creído y creed lo que hasta ahora habéis condenado. Rechazad la fe antigua, los decretos de los Padres, el depósito de vuestros mayores, y recibid...» ¿Recibid, qué? Me produce horror decirlo, pues sus palabras están tan llenas de soberbia que me parece cometer un delito no ya el decirlas, sino incluso refutarlas.

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