Consecuencia: la Alegría surge espontáneamente, pues siempre va unida al Amor. De ahí que se pueda sufrir (y sufrir mucho e intensamente) y, al mismo tiempo, ser feliz y no perder la Alegría. Para lo que es necesario que, en nuestra intención y en nuestro corazón, siempre que suframos, lo hagamos en unión real con Jesús, teniendo su Espíritu.
La muerte tiene ahora sentido, porque Jesús ha muerto. Si Jesús ha tomado sobre sí la muerte, ésta ha dejado de ser un castigo, pues no es el acabamiento de la vida, sino el comienzo de la verdadera Vida o, si se quiere, la continuación de una vida que ya ha comenzado aquí en este mundo. Decía bellamente Paul Claudel que “todo el sufrimiento que hay en este mundo no es dolor de agonía, sino dolor de parto”.
Pero, sobre todo, tenemos las palabras de Jesús: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 25b). La verdad es que no deberíamos de tenerle miedo a la muerte. Son numerosas las citas bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que nos pueden ayudar a superar ese miedo. No olvidemos que cuando se cita la Biblia debemos tener siempre “in mente” que las palabras que leemos o escuchamos son Palabra de Dios, quien no puede errar jamás. Lo que ocurre es que nuestra fe es muy débil. Recordemos algunas de estas palabras. Son reconfortantes:
Pero, sobre todo, tenemos las palabras de Jesús: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 25b). La verdad es que no deberíamos de tenerle miedo a la muerte. Son numerosas las citas bíblicas, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, que nos pueden ayudar a superar ese miedo. No olvidemos que cuando se cita la Biblia debemos tener siempre “in mente” que las palabras que leemos o escuchamos son Palabra de Dios, quien no puede errar jamás. Lo que ocurre es que nuestra fe es muy débil. Recordemos algunas de estas palabras. Son reconfortantes:
Con relación a la muerte nos dice Jesús: “No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed, sobre todo, al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt 10, 28). Cuando Jesús llegó a la casa del magistrado Jairo, “viendo a los flautistas y a la gente alborotada, dijo: Retiraos, la niña no ha muerto, sino que duerme… Después de despachar a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó” (Mt 9, 23:25). Y en otro lugar: “Lázaro, nuestro amigo, duerme pero voy a despertarle” ( Jn 11, 11). Jesús les hablaba de la muerte de Lázaro, pero los discípulos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vayamos adonde está él” (Jn 11, 14:15). Como sabemos Jesús resucitó a Lázaro, “gritando con voz potente: ¡Lázaro, sal fuera!” (Jn 11,43).
De todo lo anterior se deduce que, para Jesús, la única verdadera muerte, la única que debemos temer, está relacionada con el pecado, pues éste (si no nos arrepentimos de corazón) nos puede conducir, en cuerpo y alma, al infierno. A eso se refería Jesús cuando dice en el Apocalipsis: "Sé fiel hasta la muerte, y te daré la corona de la vida... Quien venza no será dañado por la muerte segunda" (Ap 2, 10:11).
Lo que nosotros consideramos muerte ordinaria no es, en realidad, más que un sueño: "la niña no está muerta sino dormida" (Mt 9, 24).Así lo piensa Jesús, y Jesús es Dios. No debemos olvidar que la realidad acerca de las cosas es lo que Dios piensa de ellas: "la niña no ha muerto, sino que duerme". Tengámoslo presente. Recordemos que estamos de paso por esta tierra, como peregrinos; que ésta no es nuestra patria, sino que nuestra patria verdadera es el Cielo, como nos enseñaba San Pablo:
Lo que nosotros consideramos muerte ordinaria no es, en realidad, más que un sueño: "la niña no está muerta sino dormida" (Mt 9, 24).Así lo piensa Jesús, y Jesús es Dios. No debemos olvidar que la realidad acerca de las cosas es lo que Dios piensa de ellas: "la niña no ha muerto, sino que duerme". Tengámoslo presente. Recordemos que estamos de paso por esta tierra, como peregrinos; que ésta no es nuestra patria, sino que nuestra patria verdadera es el Cielo, como nos enseñaba San Pablo:
“Somos ciudadanos del Cielo, de donde esperamos también como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de bajeza en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del Poder que tiene para someter a su dominio todas las cosas” ( Fil 3, 20:21). “Sabemos que si esta tienda, que es nuestra mansión terrena, se deshace, tenemos otra casa que es de Dios, una morada eterna en los cielos, no construida por mano humana” (2 Cor 5, 1). “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe” (1 Cor 15, 14). “Si sólo para esta vida tenemos puesta la esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres. Pero no: Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicia de los que durmieron” (1 Cor 15,19:20). “No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como aquellos que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13)
San Pedro, por su parte, escribe, refiriéndose a Jesús que: “según su promesa, esperamos nuevos cielos y nueva tierra en los que habita la justicia” (2 Pet 3, 13). Y en el Apocalipsis podemos leer también la misma idea: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo de parte de Dios, preparada como una esposa que se engalana para su esposo. Y oí una voz fuerte que decía desde el trono: ¡Ésta es la morada de Dios con los hombres! Él habitará con ellos y ellos serán su pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó” (Ap 21, 1:4).Por eso, se entiende aquella expresión bíblica, hablando de la muerte de los que intentan vivir como discípulos de Cristo: “¡Qué hermosa es a los ojos de Dios la muerte de sus fieles!” (Sal 116,15).
Y es que la vida cristiana es una aventura de Amor y un ir entregándole al Señor, poco a poco, todo aquello que antes Él nos ha dado primero. Y se lo entregaremos completamente cuando nos llegue el momento de la muerte, un momento que nadie conoce. El consejo del Señor, mientras peregrinamos, es el mismo que dio a sus apóstoles: "Vigilad y orad para que no caigáis en tentación" (Mt 26, 41). De ahí la necesidad de estar siempre preparados.
La muerte, para un cristiano, es el cumplimiento de la máxima donación que se le puede hacer a Dios siendo, por lo tanto, la máxima expresión de amor posible, tal como dijo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y "la víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1).
A Aquél que nos lo dio todo, que nos dio el ser como el regalo esencial, que nos dio la existencia, le devolvemos ahora ese mismo ser, pero enriquecido con nuestra fidelidad “en lo poco”, confiando en poder entrar así en Su gozo y en vivir junto a Él por siempre que es, con mucho, lo mejor.
Y es que la vida cristiana es una aventura de Amor y un ir entregándole al Señor, poco a poco, todo aquello que antes Él nos ha dado primero. Y se lo entregaremos completamente cuando nos llegue el momento de la muerte, un momento que nadie conoce. El consejo del Señor, mientras peregrinamos, es el mismo que dio a sus apóstoles: "Vigilad y orad para que no caigáis en tentación" (Mt 26, 41). De ahí la necesidad de estar siempre preparados.
La muerte, para un cristiano, es el cumplimiento de la máxima donación que se le puede hacer a Dios siendo, por lo tanto, la máxima expresión de amor posible, tal como dijo Jesús: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Y "la víspera de la fiesta de Pascua, como Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1).
A Aquél que nos lo dio todo, que nos dio el ser como el regalo esencial, que nos dio la existencia, le devolvemos ahora ese mismo ser, pero enriquecido con nuestra fidelidad “en lo poco”, confiando en poder entrar así en Su gozo y en vivir junto a Él por siempre que es, con mucho, lo mejor.
Cuando sólo Tú cuentes
porque haya mi caliz apurado
sentiré como sientes;
y en tus ojos mirado
veré mi cuerpo todo iluminado.
(José Martí)
La conclusión es bien clara: la visión cristiana de la vida es la única auténticamente realista y optimista. Considera el más acá y es consciente y sabe, por experiencia personal, que este mundo es un “valle de lágrimas”; pero no se queda sólo en el más acá, como ocurre con las otras visiones materialistas de la vida. El cristiano, que vive de la fe, considera también, y sobre todo, el más allá, su verdadera Patria. "Estoy convencido de que los sufrimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria futura que se va a manifestar en nosotros" (Rom 8, 18). El cristiano sabe que aquí no se acaba todo, que su Patria se encuentra en el cielo, junto al Señor. Ese es el motivo profundo de su alegría, una alegría que los que son del "mundo" no conocen ni pueden conocer mientras no se decidan a conocer a Jesús y a dejarse conocer por Él.
Definitivamente, DIOS NO ES UN AGUAFIESTAS
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