viernes, 9 de septiembre de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (16): CONDENAS Y BENDICIONES



16. Pero ya es tiempo de hacer una breve síntesis, para recordarlo con mayor facilidad, de todo lo que hemos dicho en torno a las herejías y a la fe católica. Cuando se repiten las cosas, se comprenden mejor y se graban más profundamente en la memoria.

Condena, pues, de Fotino, que rechaza la plenitud de la Trinidad y enseña que Cristo fue pura y simplemente un hombre.
Condena de Apolinar, el cual sostiene que la divinidad de Cristo se transformó y se corrompió, negando así la propiedad de una humanidad perfecta.
Condena de Nestorio, el cual afirma que Dios no ha nacido de una Virgen, admite dos Cristos y, rechazando la fe en la Trinidad, nos propone una cuaternidad.

Bendita, en cambio, la Iglesia Católica, que adora a un solo Dios en la plenitud de la Trinidad y la igualdad de las Tres Personas Divinas en una única Divinidad, de manera que ni la unidad de sustancia diluye la propiedad de las Personas, ni su distinción rompe la unidad de la Divinidad.

Bendita la Iglesia, la cual cree que en Cristo hay dos sustancias reales y perfectas, pero que es única la persona de Cristo; la distinción entre las dos naturalezas no escinde la unicidad de persona, ni la unicidad de persona confunde las dos naturalezas diferentes.

Bendita la Iglesia, que para proclamar que Cristo es y ha sido siempre uno profesa que el hombre se unió a Dios en el seno mismo de la Madre, y no después del parto.

Bendita sea esta Iglesia, la cual comprende que Dios se ha hecho hombre, no por una modificación de su naturaleza, sino en virtud de la persona, no de una persona ficticia o provisional, sino real y permanente.

Bendita la Iglesia, la cual enseña que esta unicidad de persona es hasta tal punto profunda, que atribuye al hombre, por un misterio admirable e inefable, lo que es de Dios y a Dios lo que es del hombre. En virtud de esta unicidad, la Iglesia no teme afirmar que el hombre, en cuanto Dios, descendió del cielo, y creer que Dios, en cuanto hombre, nació en la tierra, padeció y fue crucificado. Consecuencia de esta unicidad, la Iglesia confiesa que el hombre es Hijo de Dios y que Dios es Hijo de una Virgen.
                                                         
Bendita, pues, y veneranda, bendita y sacrosanta es esta profesión de fe, totalmente comparable a la alabanza angélica que da gloria al único Señor Dios con una trina exaltación de su divinidad (Is 6, 3). La Iglesia predica la unicidad de Cristo principalmente por esto: para respetar el misterio de la Trinidad.

Todo lo que he dicho en esta digresión, si a Dios place, lo trataré de manera más amplia y completa en otra ocasión. Ahora volvamos a nuestro tema.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (15): MARÍA «MADRE DE DIOS»



15. Esta unicidad de persona en Cristo se actuó y fue perfecta no después del parto virginal, sino en el mismo seno de la Virgen.

Por lo tanto, debemos atender con todo cuidado a profesar no solamente que Cristo es uno, sino que siempre ha sido uno. Sería una blasfemia intolerable sostener que ahora Cristo es uno, pero que durante un determinado período de tiempo existieron dos: un Cristo después del bautismo; dos, en cambio, en el momento de la natividad. Podremos evitar tan grande sacrilegio sólo si creemos que el hombre se unió a Cristo en la unidad de persona ya desde el seno materno, en el mismo instante de la concepción virginal, y no en el momento de la ascensión o de la resurrección, o en el del bautismo.

En virtud de esta unidad de persona se atribuye indiferentemente y de manera indistinta al hombre lo que es propio de Dios, y a Dios lo que es propio de la carne.

Por inspiración divina fue escrito que el Hijo del hombre bajó del cielo (Jn 13, 3) y que el Señor de la majestad fue crucificado en la tierra (1 Cor 2, 8). Así nosotros decimos que el Verbo de Dios fue hecho (Jn 1, 14), que la Sabiduría misma de Dios fue perfeccionada, que su ciencia fue creada, cuando es la carne del Señor la que ha sido hecha, creada, como fue predicho que sus manos y sus pies serían traspasados (Sal 21, 17).

A causa de esta unidad de persona y en razón de este mismo misterio, es perfectamente católico creer que cuando nació la carne del Verbo de una Madre incontaminada, fue el mismo Dios Verbo quien nació de una Virgen. Negarlo sería una impiedad grande.

Nadie, pues, intente jamás privar a María Santísima del privilegio de esta gracia divina y de una gloria tan especial.  Por el querer determinado del Señor, Dios nuestro e Hijo suyo, debemos proclamarla con toda verdad y acierto Theotokos, Madre de Dios.

No, ciertamente, entendiéndolo en el sentido de una herejía impía, la cual sostiene que María puede ser dicha Madre de Dios sólo de nombre, en cuanto que ha engendrado a un hombre que después se convirtió en Dios; al modo como usamos comúnmente la expresión: madre de un sacerdote o madre de un obispo, no porque estas mujeres hayan engendrado a un presbítero o a un obispo, sino porque han puesto en el mundo hombres que después se han hecho sacerdotes u obispos.

No en este sentido, repito, María Santísima es Madre de Dios, sino, como se ha dicho antes, porque en su sagrado seno se realizó el misterio sacrosanto por el cual, en razón de una particular y única unidad de persona, el Verbo es carne en la carne, y el hombre es Dios en Dios.

El Conmonitorio a cámara lenta (14) REALIDAD DE LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO


14. Puesto que estamos pronunciando con mucha frecuencia el término «persona», y decimos que Dios se ha hecho hombre in persona, es preciso prestar atención a que no parezca que afirmamos que el Verbo de Dios ha asumido sólo externamente lo que es propio de la naturaleza humana, limitándose a imitar nuestras acciones; y que no ha tomado parte en la actividad humana como un verdadero hombre, sino sólo aparentemente, como se hace en el teatro, donde un solo actor puede hacer el papel de varios personajes, sin ser realmente ninguno de ellos.

Cada vez que los actores imitan la conducta de otros, aunque reproduzcan a la perfección su modo de actuar y de comportarse, ellos no son los personajes representados. En realidad, sirviéndome de términos profanos, cuando un actor hace el papel de un sacerdote o de un rey, él no es ni sacerdote ni rey; terminada la representación teatral, cesa de existir también el personaje representado.

Lejos de nosotros este impío e ignominioso insulto hacia Cristo, propio de la demencia maniquea. Estos predicadores de tonterías fantásticas afirman que el Hijo de Dios, Dios mismo, no ha asumido realmente la naturaleza humana, sino sólo una apariencia de hombre en sus actos y en todo su comportamiento.

La fe católica, en cambio, afirma que el Verbo de Dios se hizo hombre hasta el punto de asumir todo lo que pertenece a nuestra naturaleza, y no por vía de ficción o de apariencia, sino de una manera real y sustancial. Los actos humanos que llevaba a cabo eran actos suyos propios, y no imitación de actos de otro; su actuar era expresión de su ser. Como cuando nosotros hablamos, conocemos, vivimos, existimos, no imitamos a los hombres, sino que somos realmente tales.

Pedro y Juan, por ejemplo, eran hombres porque tal era su ser, no por imitación; Pablo no fingía ser Apóstol o Pablo: él era Apóstol, él era Pablo. Así, el Verbo de Dios, asumiendo y poseyendo la carne, predicando, actuando, sufriendo en la carne -sin ningún menoscabo de la propia naturaleza divina- se dignó mostrar que Él no imitaba o fingía ser un hombre perfecto, sino que realmente era lo que parecía: hombre verdadero y no apariencia humana.

Igual que el alma uniéndose a la carne, sin transformarse en carne, no imita al hombre, sino que lo constituye realmente, así también el Verbo de Dios, uniéndose a la naturaleza humana, sin modificarse o confundirse con ella, se ha hecho realmente hombre, no una imitación o una apariencia de hombre.

Es preciso, pues, evitar absolutamente dar al término «persona» un significado que suponga una imitación, una diferencia entre el que finge y el personaje objeto de la ficción, en la que quien actúa no es nunca aquel a quien representa.

Por eso, no suceda nunca que creamos que el Verbo Dios ha asumido de manera ficticia semejante la naturaleza humana. Al contrario, nosotros debemos creer que, permaneciendo inmutable su sustancia divina, ha asumido una naturaleza humana completa en sí, que lo ha hecho ser carne, hombre, realidad humana no simulada, sino verdadera; no imaginaria, sino entitativa; no destinada a cesar de existir como al término de una acción escénica, sino a persistir para siempre de manera sustancial.

lunes, 5 de septiembre de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (13) LA VERDADERA FE TRINITARIA Y CRISTOLÓGICA



13. Estas son las cosas que Nestorio, Apolinar y Fotino, como perros rabiosos, ladran contra la Iglesia Católica

Fotino no admite la TrinidadApolinar afirma la convertibilidad de la naturaleza humana del Verbo y niega la existencia de dos sustancias en Cristo, en cuanto que no admite en Cristo un alma entera, o por lo menos no admite en ella la inteligencia y la razón, pretendiendo que el lugar de la inteligencia lo ha ocupado el Verbo de Dios. Por último, Nestorio dice que ha habido siempre, o al menos durante un cierto tiempo, dos Cristos.  

En cambio, la Iglesia Católica, que piensa rectamente acerca de Dios y acerca de nuestro Salvador, no profiere blasfemias ni contra el misterio de la Trinidad ni contra la Encarnación de Cristo.

La Iglesia adora una sola divinidad en la plenitud de la Trinidad y la igualdad de la Trinidad en una única y misma majestad; profesa un solo Cristo Jesús, no dos; el cual es igualmente Dios y hombre. Cree que en El hay una sola persona, pero dos sustancias; dos sustancias, pero una sola persona. Dos sustancias porque el Verbo de Dios es inmutable, y por eso no puede transformarse en carne; una sola persona, porque, admitiendo dos Hijos, podría parecer que la Iglesia adora una cuaternidad y no una Trinidad.  

Pero quizá sea necesario tratar más detenidamente y con mayor precisión este punto. En Dios hay una sola sustancia y tres personas; en Cristo, dos sustancias, pero una sola persona. En la Trinidad hay diversas personas, pero la sustancia es una; en el Salvador hay más sustancias, pero es única la persona.  
                                                          
[UNIÓN HIPOSTÁTICA: El Magisterio de la Iglesia, al proponemos el dogma de la Santísima Trinidad, emplea los conceptos filosóficos de esencia, naturaleza, sustancia, hipóstasis y persona. 

Los conceptos de esencia, naturaleza y sustancia designan la esencia física de Dios, común a las tres divinas Personas, es decir, todo el conjunto de perfecciones de la esencia divina. Hipóstasis es una sustancia individual, completa, totalmente subsistente en sí. Persona es una hipóstasis racional. 

La hipóstasis y la naturaleza están subordinadas recíprocamente, de forma que la hipóstasis es la portadora de la naturaleza y el sujeto último de todo el ser y de todas sus operaciones, y la naturaleza es aquello mediante lo cual la hipóstasis es y obra.

En virtud de la unión hipostática, Cristo participa de las prerrogativas divinas y de las propiedades que pertenecen a la naturaleza humana

En el plano lógico esta unión se traduce en una recíproca predicación de las propiedades humanas y divinas, no en una atribución directa de naturaleza a naturaleza, sino de las propiedades de cada naturaleza a la única Persona del Verbo subsistente en Jesucristo como Dios y como hombre]

¿De qué manera hay en la Trinidad diferentes personas y no diferentes sustancias? Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; y, sin embargo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no tienen diferentes naturalezas, sino una única y la misma naturaleza

¿Y cómo es que en el Salvador hay dos sustancias, pero no dos personas? Porque, evidentemente, una cosa es la sustancia divina y otra la sustancia humana; sin embargo, la divinidad y la humanidad no son dos Cristos, sino un único y el mismo Hijo de Dios, una sola y misma persona, la de un único y mismo Cristo e Hijo de Dios

Igual que en el hombre una cosa es la carne y otra es el alma, y el alma y el cuerpo no forman sino un único y mismo hombre. En Pedro y en Pablo una cosa es el alma y otra cosa es el cuerpo; pero el cuerpo y el alma de Pedro no forman dos Pedros, ni existe un Pablo-alma y un Pablo-carne, subsistentes cada uno por una doble y diferente naturaleza, la del alma y la del cuerpo.

Así, en un único y mismo Cristo hay dos sustancias, pero una es divina y la otra humana, una procede de Dios Padre, la otra de la Virgen Madre; la primera es coeterna e igual al Padre, la segunda es temporal e inferior al Padre; una es consustancial al Padre, la otra consustancial a la Madre, sin embargo, es un único e idéntico Cristo en ambas sustancias.

No tenemos, pues, un Cristo-Dios y un Cristo-hombre; el primero increado y el segundo creado; uno impasible y el otro capaz de sufrir; uno igual al Padre y el otro inferior a Él; uno engendrado por el Padre y el otro por la Madre. 

Existe un único y  mismo Cristo que es Dios y hombre, increado y creado, inmutable, impasible, pero que al mismo tiempo ha estado sujeto a cambios y a sufrimientos; un único y mismo Cristo, el cual es juntamente igual e inferior al Padre, generado por el Padre antes de todos los siglos y nacido de la Madre en el tiempo, perfecto Dios y perfecto hombre. 

En cuanto Dios, posee la plenitud de la divinidad; en cuanto hombre, una humanidad perfecta. Perfecta, repito, que comprende alma y carne: una carne verdadera como la nuestra, tomada de la Madre; un alma inteligente, dotada de pensamiento y de razón.  En Cristo está, pues, el Verbo, el alma y el cuerpo, pero todo eso es un solo Cristo, un único Hijo de Dios, un Único Salvador y Redentor nuestro

Un solo Cristo, no por una mezcolanza corruptible de la divinidad con la humanidad -por lo demás, incomprensible-, sino por una total y singular unidad de persona. Esta unión no modificó ni transformó ni una sustancia ni la otra (que es el error propio de los arrianos*), sino que más bien con juntó en una sola cosa las dos naturalezas, de modo que en Cristo permanecen eternamente tanto la unicidad de una sola y misma persona como también las propiedades específicas de cada naturaleza

De aquí se sigue que Dios no ha comenzado nunca a ser cuerpo, ni el cuerpo cesará en ningún momento de ser tal. El ejemplo de la naturaleza humana puede damos alguna luz al respecto. Cada hombre está compuesto de alma y cuerpo, y así será siempre, y nunca sucederá que el cuerpo se cambie en alma o el alma en cuerpo. Puesto que cada hombre vivirá para siempre en lo sucesivo, en cada uno permanecerá necesariamente siempre la diferencia en las dos sustancias. Así también en Cristo la propiedad característica de cada sustancia persistirá por toda la eternidad, quedando siempre a salvo la unidad de persona.

*NOTA: No es exacto que este error fuera el propio de los arrianos; éstos afirmaban que el Hijo era inferior al Padre. San Vicente de Lerins debería de referirse aquí a los monofisitas, que decían que la naturaleza humana de Cristo se había transformado o había sido absorbida en la naturaleza divina.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Para un cristiano el abrazarse a la cruz y el ejercicio de la caridad no son una opción sino un deber (Padre Javier Martín)


Duración 9:52 minutos

Homilía pronunciada el 21 de Agosto de 2016 acerca de "la puerta estrecha" de la que habla Jesús en el Evangelio cuando dice que sólo se salvarán aquéllos que entren por ella. ¡Y que éstos son pocos!

El Conmonitorio a cámara lenta (12). DOCTRINA DE ESTOS HEREJES




12. Antes de seguir adelante, quizá se espera que me detenga a exponer las doctrinas heréticas de quienes acabo de mencionar: Nestorio, Apolinar y Fotino.

En verdad, esto se saldría de mi intento, porque no me he propuesto refutar los errores uno a uno. Si he echado mano de algunos ejemplos ha sido para demostrar, con claridad y evidencia, que cuanto dice Moisés es verdad, o sea, para demostrar que, si un doctor de la Iglesia -un profeta, podríamos decir- que interpreta los misterios proféticos, intenta introducir alguna novedad en la Iglesia de Dios, es la Providencia de Dios quien lo permite para probarnos.

No obstante, no será inútil exponer, de pasada, las doctrinas de los herejes antes citados.

- En cuanto a Fotino, dice que existe un Dios único y solo, que hay que entender según la mentalidad judaica. Niega, por tanto, la plenitud de la Trinidad y mantiene que ni el Verbo de Dios ni el Espíritu Santo son personas reales. Afirma, además, que Cristo fue solamente un hombre que tuvo su origen en María. Reafirma, de todas las maneras posibles, que debemos honrar a la sola persona de Dios Padre, y a Cristo como puramente hombre.

- Apolinar declara que está de acuerdo con nosotros sobre la unidad de la Trinidad, aunque luego, sobre este mismo punto, su fe no es del todo íntegra. Acerca de la Encarnación del Señor blasfema abiertamente. Dice que en la carne de Nuestro Salvador no había realmente un alma humana, o si la había, no tenía inteligencia ni razón humanas.

 La carne del Señor no fue tomada de la carne de la Santísima Virgen María -afirma-, sino que descendió del cielo al seno de la Virgen. Siempre inconcreto y vacilante, a veces afirmaba que esa carne es coeterna al Verbo de Dios, otras veces que es creada por la divinidad del Verbo. No admitía que en Cristo hay dos sustancias, una divina y una humana, una proveniente del Padre y otra de la Madre.

Pensaba realmente que la misma naturaleza del Verbo estaba dividida, como si una parte de Él permaneciese eternamente en Dios, mientras que otra parte se había encarnado.  Así, mientras la verdad afirma que hay un solo Cristo, formado por dos sustancias, él sostenía, al contrario, que dos sustancias se formaron de una sola divinidad de Cristo.

- Nestorio está infectado por un morbo totalmente opuesto al de Apolinar
A primera vista parece que distingue sencillamente dos sustancias en Cristo, pero de repente introduce dos Personas. Cometiendo un crimen inaudito, afirma que hay dos Hijos de Dios, dos Cristos, uno es Dios y el otro es hombre, uno es engendrado por el Padre, el otro es nacido de la Madre. Por eso concluye que María Santísima no puede ser llamada Theotokos, Madre de Dios, sino solamente Christotokos, Madre de Cristo, en cuanto que de ella nació no el Cristo que es Dios, sino el Cristo que es hombre.

Solamente alguien que no reflexione puede creer que Nestorio, en sus escritos, admite un solo Cristo y predica una sola persona de Cristo. En realidad, se expresó de una manera engañosa, para poder más fácilmente insinuar el mal a través del bien, según nos dice el Apóstol: "por medio de lo que es bueno me ha dado la muerte" (Rom 7, 13).

Si en alguna parte de sus escritos proclama que cree en un solo Cristo y en una sola persona de Cristo, lo dice solamente para engañar. En realidad afirma que después de haber nacido de la Virgen, las dos personas se reunieron en un solo Cristo, manteniendo así que en el tiempo de la concepción o del parto virginal -e incluso durante un cierto tiempo después- hubo dos Cristos. Según esto, Cristo habría nacido primero como un simple hombre ordinario, sin estar todavía asociado en la unidad de persona al Verbo de Dios; sólo después habría descendido en él la persona del Verbo que lo asumiría. Y si ahora Cristo sigue asumido en la gloria de Dios, hubo, no obstante, un tiempo durante el cual no había ninguna diferencia entre Él y los demás hombres.

lunes, 29 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (11): EJEMPLOS DE NESTORIO, FOTINO, APOLINAR



 11. Llegados a este punto, alguno podrá pedirme que contraste las palabras de Moisés con ejemplos tomados de la historia de la Iglesia. La petición es justa y respondo a continuación.

- Partiendo, en primer lugar, de hechos recientes y bien conocidos, ¿podríamos alguno de nosotros imaginar la prueba por la que atravesó la Iglesia, cuando el infeliz Nestorio se convirtió repentinamente de oveja en lobo y comenzó a desgarrar el rebaño de Cristo, al mismo tiempo que aquellos a quienes él mordía, teniéndolo aún por oveja, estaban así más expuestos a sus mordiscos?

En verdad que difícilmente podía pasarle por la cabeza a nadie que pudiese estar en el error quien había sido elegido por la alta judicatura de la corte imperial y era tenido en la mayor estima por los Obispos.

Rodeado del afecto profundo de las personas piadosas y del fervor de una grandísima popularidad, todos los días explicaba en público la Sagrada Escritura, y refutaba los errores perniciosos de judíos y paganos. ¿Quién no habría estado convencido de que un hombre de esta clase enseñaba la fe ortodoxa, que predicaba y profesaba la más pura y sana doctrina?

Pero sin duda para abrir camino a una sola herejía, la suya, era por lo que perseguía todas las demás mentiras y herejías. A esto precisamente es a lo que se refería Moisés, cuando decía: Te está probando Yahvé, tu Dios, para ver si lo amas.

- Más dejemos de lado a Nestorio, en el que siempre hubo más brillo de palabras que verdadera sustancia, relumbrón más que efectiva valentía y al cual el favor de los hombres, y no la gracia de Dios, hacía aparecer grande ante la estimación del vulgo. Recordemos mejor a quienes, dotados de habilidad y del atractivo de los grandes éxitos, se convirtieron para los católicos en ocasión de tentaciones no sin importancia.

Así, por ejemplo, sucedió en Pannonia en tiempos de nuestros Padres, cuando Potino intentó engañar a la iglesia de Sirmio. Había sido elegido obispo con la mayor estima por parte de todos, y durante un cierto tiempo cumplió con su oficio como un verdadero católico. Pero llegó un momento en que, como el profeta o visionario malvado del que habla Moisés, comenzó a persuadir al pueblo de Dios, que le había sido confiado, de que debía seguir a otros dioses, es decir, a novedades erróneas nunca antes conocidas.

Hasta aquí nada de extraordinario. Mas lo que lo hacía particularmente peligroso era el hecho de que, para esta empresa tan malvada, se servía de medios no comunes.  En efecto, poseía un agudo ingenio, riqueza de doctrina y óptima elocuencia; disputaba y escribía abundantemente y con profundidad tanto en griego como en latín, como lo muestran las obras que compuso en una y otra lengua.

Por fortuna, las ovejas de Cristo que le habían sido confiadas eran muy prudentes y estaban vigilantes en lo que se refiere a la fe católica; inmediatamente se acordaron de las advertencias de Moisés, y aunque admiraban la elocuencia de su profeta y pastor, no se dejaron seducir por la tentación. Desde ese momento empezaron a huir, como si fuera un lobo, de aquel a quien hasta poco antes habían seguido como guía del rebaño.

- Aparte de Fotino, tenemos el ejemplo de Apolinar, que nos pone en guardia contra el peligro de una tentación que puede surgir en el seno mismo de la Iglesia, y que nos advierte de que hemos de vigilar muy diligentemente sobre la integridad de nuestra fe.

Apolinar introdujo en sus auditores la más dolorosa incertidumbre y angustia, pues por una parte se sentían atraídos por la autoridad de la Iglesia y, por otra, eran retenidos por el maestro al que estaban habituados.  Vacilando así entre uno y otro, no sabían qué es lo que convenía hacer.

¿Era, quizá, aquél un hombre de poco o ningún relieve?   Al contrario, reunía tales cualidades que se sentían llevados a creerlo, incluso demasiado rápidamente, en gran número de cosas. ¿Quién podía hacer frente a su agudeza de ingenio, a su capacidad de reflexión y a su doctrina teológica? Para hacerse una idea del gran número de herejías aplastadas, de los errores nocivos a la fe desbaratados por él, basta recordar la obra insigne e importantísima, de no menos de treinta libros, con la que refutó, con gran número de pruebas, las locas calumnias de Porfirio.

[Porfirio: Filósofo neoplatónico (232-305), discípulo de Plotino, escribió hacia el año 270 quince libros titulados Contra los cristianos. San Metodio fue el primero que refutó estos escritos con su obra Libros contra Porfirio, que San Jerónimo cita con frecuencia alabándolos mucho, pero esta obra se ha perdido.]

Nos alargaríamos demasiado si recordásemos aquí todas sus obras; merced a ellas habría podido ser igual a los más grandes artífices de la Iglesia si no hubiese sido empujado por la insana pasión de la curiosidad a inventar no sé qué nueva doctrina, la cual como una lepra, contagió y manchó todos sus trabajos, hasta el punto de que su doctrina se convirtió en ocasión de tentación para la Iglesia, más que de edificación.

lunes, 22 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (10): POR QUÉ PERMITE DIOS QUE HAYA HEREJÍAS EN LA IGLESIA



10. Pero alguien dirá: ¿Por qué Dios permite que con tanta frecuencia personalidades insignes de la Iglesia se pongan a defender doctrinas nuevas entre los católicos?

La pregunta es legítima y merece una respuesta amplia y detallada.

Pero responderé fundándome no en mi capacidad personal, sino en la autoridad de la Ley divina y en la enseñanza del Magisterio eclesiástico.

Oigamos, pues, a Moisés: que él nos diga por qué de tanto en cuando Dios permite que hombres doctos, incluso llamados profetas por el Apóstol a causa de su ciencia (1 Cor 13, 2) se pongan a enseñar nuevos dogmas que el Antiguo Testamento llama, en su estilo alegórico, divinidades extranjeras (Dt 13, 2) (Realmente los herejes veneran sus propias opiniones tanto como los paganos veneran sus dioses).

Moisés escribe: Si en medio de ti se levanta un profeta o un soñador -es decir, un maestro confirmado en la Iglesia, cuya enseñanza sus discípulos y auditores estiman que proviene de alguna revelación- que te anuncia una señal o un prodigio, aunque se cumpla la señal o el prodigio ... (Dt 13, 1-3).

Ciertamente, con estas palabras se quiere señalar un gran maestro, de tanta ciencia que pueda hacer creer a sus seguidores, que no solamente conoce las cosas humanas, sino que también tiene la presciencia de las cosas que sobrepasan al hombre.  Poco más o menos esto es lo que de Valentín, Donato, Fotino, Apolinar y otros de la misma calaña creían sus respectivos discípulos.

¿Y cómo sigue Moisés? ... y te dice: vamos detrás de otros dioses, que tú no conoces, y sirvámoslos. ¿Qué son estos otros dioses sino las doctrinas erróneas y extrañas? Que tú no conoces, es decir, nuevas e inauditas. Y sirvámoslas, o sea,  creámoslas y sigámoslas.

Pues bien, ¿qué es lo que dice Moisés en este caso?: No escuches las palabras de ese profeta o ese  soñador.

Pero yo planteo la cuestión: ¿Por qué Dios no impide que se enseñe lo que El prohíbe que se escuche?

Y Moisés responde: Porque te está probando Yahvé, tu Dios, para ver si amas a Yahvé con todo tu corazón y con toda tu alma.

Así, pues, está más claro que la luz del sol el motivo por el que de tanto en cuando la Providencia de Dios permite maestros en la Iglesia que prediquen nuevos dogmas: porque te está probando Yahvé.

Y ciertamente que es una gran prueba ver a un hombre tenido por profeta, por discípulo de los profetas, por doctor y testigo de la verdad, un hombre sumamente amado y respetado que, de repente, se pone a introducir a escondidas errores perniciosos.

Tanto más cuanto que no hay posibilidad de descubrir inmediatamente ese error, puesto que le coge a uno de sorpresa, ya que se tiene de tal hombre un juicio favorable a causa de su enseñanza anterior; y se resiste uno a condenar al antiguo maestro al que nos sentimos ligados por el afecto.

sábado, 20 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (9): VALOR UNIVERSAL DE LA SENTENCIA PAULINA



 VALOR UNIVERSAL DE LA SENTENCIA PAULINA


9. Podría pensarse que estas cosas fueron dichas sólo para los Gálatas. En ese caso, también las demás recomendaciones que se hacen en el resto de la carta serían válidas solamente para los Gálatas. Por ejemplo: si vivimos por el Espíritu, procedamos también según el Espíritu. No seamos ambiciosos de vanagloria, provocándonos los unos a los otros y envidiándonos recíprocamente (Gal 5, 25-26)

Pues si esto nos parece absurdo, ello quiere decir que esas recomendaciones se dirigen a todos los hombres y no sólo a los Gálatas; tanto los preceptos que se refieren al dogma, como las obligaciones morales, valen para todos indistintamente. Así, pues, igual que a nadie es lícito provocar o envidiar a otro, tampoco a nadie es lícito aceptar un Evangelio diferente del que la Iglesia Católica enseña en todas partes.

 ¿Quizá el anatema de Pablo contra quien anunciase un Evangelio diferente del que había sido predicado sólo valía para aquellos tiempos y no para ahora?

En este caso, también lo que se prescribe en el resto de la carta: Os digo: proceded según el Espíritu y no deis satisfacción a los apetitos de la carne (Gal 5, 16), ya no obligaría hoy.

Si pensar una cosa así es impío y pernicioso, necesariamente hay que concluir que, puesto que los preceptos de orden moral han de ser observados en todos los tiempos, también los que tienen por objeto la inmutabilidad de la fe obligan igualmente en todo tiempo.

Por consiguiente, anunciar a los cristianos alguna cosa diferente de la doctrina tradicional no era, no es, no será nunca lícito; y siempre fue obligatorio y necesario, como lo es todavía ahora y lo será siempre en el futuro, reprobar a quienes hacen bandera de una doctrina diferente de la recibida.

Así las cosas, ¿habrá alguien tan osado que anuncie una doctrina diferente de la que es anunciada por la Iglesia, o será tan frívolo que abrace otra fe diferente de la que ha recibido de la Iglesia?

Para todos, siempre, y en todas partes, por medio de sus cartas, se levanta con fuerza y con insistencia el grito de aquel instrumento elegido, de aquel Doctor de las Gentes, de aquélla campana apostólica, de aquel heraldo del universo, de aquel experto de los cielos: «si alguien anuncia un nuevo dogma, sea excomulgado».

Pero vemos cómo se eleva el croar de algunas ranas, el zumbido de esos mosquitos y esas moscas moribundas que son los pelagianos. Estos dicen a los católicos: «Tomadnos por maestros vuestros, por vuestros jefes, por vuestros exegetas; condenad lo que hasta ahora habéis creído y creed lo que hasta ahora habéis condenado. Rechazad la fe antigua, los decretos de los Padres, el depósito de vuestros mayores, y recibid...» ¿Recibid, qué? Me produce horror decirlo, pues sus palabras están tan llenas de soberbia que me parece cometer un delito no ya el decirlas, sino incluso refutarlas.

jueves, 18 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (8): ADVERTENCIA DE SAN PABLO A LOS GÁLATAS



ADVERTENCIA DE SAN PABLO 

A LOS GÁLATAS

8. Individuos de esa ralea, que recorrían las provincias y las ciudades mercadeando con sus errores, llegaron hasta los Gálatas. Éstos, al escucharlos, experimentaron como una cierta repugnancia hacia la verdad; rechazaron el maná celestial de la Doctrina Católica y Apostólica y se deleitaron con la sórdida novedad de la herejía. 

La autoridad del Apóstol se manifestó entonces con su más grande severidad: "Aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo, os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema" (Gal 1, 8)

¿Y por qué dice San Pablo aun cuando nosotros mismos, y no dice aunque yo mismo? Porque quiere decir que incluso si Pedro, o Andrés, o Juan, o el Colegio entero de los Apóstoles anunciasen un Evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema

Tremendo rigor, con el que, para afirmar la fidelidad a la fe primitiva no se excluye ni a sí mismo ni a los otros Apóstoles

Pero esto no es todo: "aunque un ángel del cielo os predicase un Evangelio diferente del que nosotros os hemos anunciado, sea anatema"

Para salvaguardar la fe entregada una vez para siempre, no le bastó recordar la naturaleza humana, sino que quiso incluir también la excelencia angélica: aunque nosotros -dice- o un ángel del cielo. 

No es que los santos o los ángeles del cielo puedan pecar, sino que es para decir: incluso si sucediese eso, que no puede suceder, cualquiera que fuese el que intentase modificar la fe recibida, este tal sea anatema

¡Pero quizá el Apóstol escribió estas palabras a la ligera, movido más por un ímpetu pasional humano que por inspiración divina! Continúa, sin embargo, y repite con insistencia y con fuerza la misma idea, para hacer que penetre: "Cualquiera que os anuncie un Evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema" (Gal 1, 9). 

No dice: si uno os predicara un Evangelio diferente del nuestro, sea bendito, alabado, acogido; sino que dice: sea anatema, es decir, separado, alejado, excluido, con el fin de que el contagio funesto de una oveja infectada no se extienda, con su presencia mortífera, a todo el rebaño inocente de Cristo.

martes, 16 de agosto de 2016

Vivir agradecidos por todo lo que hemos recibido de Jesucristo (Padre Alfonso Gálvez)


Duración 23:35 minutos

Necesidad del agradecimiento para con Dios Creador y Señor (Padre Alfonso Gálvez)


Duración 7:49 minutos

El Conmonitorio a cámara lenta (7 ) ASTUCIA TÁCTICA DE LOS HEREJES



 ASTUCIA TÁCTICA DE LOS HEREJES

7. A mi modo de ver, un juicio tan severo fue pronunciado por el Cielo a causa de la malicia de estos mixtificadores, que no dudaban en encubrir con otro nombre las herejías que fabricaban

Con frecuencia se apropiaban de pasajes complicados y poco claros de algún autor antiguo, los cuales, por su misma falta de claridad parecía que concordaban con sus teorías; así simulaban que no eran los primeros ni los únicos que pensaban de esa manera.

Esta falta de honradez yo la califico de doblemente odiosa, porque no tienen escrúpulo alguno en hacer que otros beban el veneno de la herejía, y porque mancillan la memoria de personas santas, como si esparcieran al viento, con mano sacrílega, sus cenizas dormidas. 

Haciendo revivir determinadas opiniones, que mejor era dejar enterradas en el silencio, llevan a cabo una difamación. En esto siguen a la perfección las huellas de su primer modelo Cam, que no sólo no se preocupó de cubrir la desnudez de Noé, sino que la hizo notar a los demás para burlarse. 

[Cfr. Gén 9, 20-27. San Gregorio Magno, en Moralium, libro 25, cap. 16, 37: ML 76, 345-345, utiliza el mismo pasaje de la Biblia para advertir a los súbditos que no pongan en evidencia las debilidades de los superiores, pues esto podría llevar a que los más débiles acabasen faltando al respeto que la autor dad siempre merece; hay formas de hacer ver los errores, incluso a los superiores, teniendo en cuenta la delicadeza y la discreción. En el Evangelio, el Señor nos habla de la delicada corrección fraterna: Mt 18, 15 (...)].

A causa de una ofensa tan grave a la piedad filial, hasta sus descendientes estuvieron incursos en la maldición que mereció su pecado. Su comportamiento fue totalmente contrario al de sus hermanos, los cuales se negaron a profanar con su mirada la venerable desnudez de su padre y a exponerle a las miradas de otros sino que, como está escrito, lo cubrieron acercándose de espaldas. No aprobaron ni censuraron el error de aquel hombre santo y, por eso, merecieron una espléndida bendición, que se extendió a sus hijos de generación en generación.

Pero volvamos a nuestro tema. Debemos tener horror, como si de un delito se tratara, a alterar la fe y corromper el dogma; no sólo la disciplina de la constitución de la Iglesia nos impide hacer una cosa así, sino también la censura de la autoridad apostólica. 

Todos conocemos con cuánta firmeza, severidad y vehemencia San Pablo se lanza contra algunos que, con increíble frivolidad, se habían alejado en poquísimo tiempo de aquel que los había llamado a la gracia de Cristo, para pasarse a otro Evangelio, aunque la verdad es que no existe otro Evangelio (Gal 1, 6-7); además, se habían rodeado de una turba de maestros que secundaban sus caprichos propios, y apartaban los oídos de la verdad para darlos a las fábulas (2 Tim 4, 3-4), incurriendo así en la condenación de haber violado la fe primera (1 Tim 5, 12). 

Se habían dejado engañar por aquellos de quienes escribe el mismo Apóstol en su carta a los hermanos de Roma: "Os ruego, hermanos, que os guardéis de aquellos que originan entre vosotros disensiones y escándalos, enseñando contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; evitad su compañía. Estos tales no sirven a Cristo Señor nuestro, sino a su propia sensualidad; y con palabras dulces y con adulaciones seducen los corazones de los sencillos" (Rom 16, 17-18). 

Se introducen en las casas y hacen esclavas a las mujerzuelas cargadas de pecados y movidos por toda clase de deseos; los cuales, aunque siempre dispuestos a instruirse, no consiguen llegar nunca al conocimiento de la verdad (2 Tim 3, 6-7). 

Charlatanes y seductores, revolucionan familias enteras, enseñando lo que no conviene, con el fin de adquirir una vil ganancia (Tit 1, 10-11)

Hombres de mente corrompida y descalificados en materia de fe (2 Tim 3, 8), presuntuosos e ignorantes, que se enzarzan en discusioncillas y en diatribas estériles; privados de la verdad, piensan que la piedad es algo lucrativo (1 Tim 6, 4-5). 

Como no tienen nada en que ocuparse, se dedican al correteo; y no sólo están ociosos, sino que son parlanchines e indiscretos, hablando de lo que no deben (1 Tim 5, 13). Han despreciado una buena conciencia y han naufragado en la fe (1 Tim 1, 19).

Sus palabrerías fútiles y profanas hacen que cada vez vayan más adelante en la impiedad, y esas palabras suyas corroen como la gangrena (2 Tim 2, 16-17). 

Con razón se ha escrito de ellos: no lograrán sus intentos, porque su necedad se hará patente a todos, como se hizo la de aquéllos (2 Tim 3, 9) (Jannés y Mambrés)

[Aunque en Ex 7, 11-13, 22, etc..., no se especifican los nombres de los magos de Egipto que se opusieron a Moisés, la tradición judía los identificó con Jannés y Mambrés, probablemente discípulos de Balaam]

miércoles, 10 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta (6 ) TESTIMONIO DEL PAPA ESTEBAN



TESTIMONIO DEL PAPA ESTEBAN

6. El ejemplo verdaderamente grande y divino de estos Bienaventurados debería ser objeto constante de meditación para todo verdadero católico. 

Ellos, irradiando como un candelabro de siete brazos la luz septiforme del Espíritu Santo, han mostrado, de manera clarísima, a los que vendrían detrás, cómo en un futuro, ante cualquier verborrea jactanciosa del error, se puede aniquilar la audacia de innovaciones impías con la autoridad de la antigüedad consagrada

Por lo demás, esta manera de actuar no es novedad en la Iglesia; efectivamente, en ella siempre se observó que cuanto más ha crecido el fervor de la piedad, con tanta mayor presteza se ha puesto barrera a las nuevas invenciones. 

Hay una gran cantidad de ejemplos, pero para no alargarme demasiado, sólo me referiré a uno, adecuadísimo para nuestra finalidad, tomándolo de la historia de la Sede Apostólica. Todos podrán ver, con más claridad que la propia luz, con cuánta fortaleza, diligencia y celo los venerables sucesores de los santos Apóstoles han defendido siempre la integridad de la doctrina recibida una vez para siempre

Sucedió que el Obispo de Cartago, Agripino, de piadosa memoria, tuvo la idea de hacer que los herejes se volvieran a bautizar; y esto contra la Escritura, contra la norma de la Iglesia universal, contra la opinión de sus colegas, contra las costumbres y los usos de los Padres. 

Esto dio origen a grandes males, porque no sólo ofrecía a todos los herejes un ejemplo de sacrilegio, sino que también fue ocasión de error para no pocos católicos. 

Dado que en todas partes se protestaba contra esta novedad, y en cada sitio los obispos tomaban diferentes posturas con respecto a ella, según les dictaba su propio celo, el Papa Esteban, de santa memoria, Obispo de la Sede Apostólica, se sumó con mayor fuerza que nadie a la oposición de sus colegas, pues entendía -acertadamente, a mi parecer- que debía sobrepasar a todos en la devoción a la fe tanto cuanto los sobrepasaba por la autoridad de su SedeEscribió entonces una carta a África y decretó en estos términos: «Ninguna novedad, sino sólo lo que ha sido transmitido»

Sabía aquel hombre santo y prudente que la misma naturaleza de la religión exige que todo sea transmitido a los hijos con la misma fidelidad con la cual ha sido recibido de los padres y que, además, no nos es lícito llevar y traer la religión por donde nos parezca sino que, más bien, somos nosotros los que tenemos que seguirla por donde ella nos conduzca

Y es propio de la humildad y de la responsabilidad cristiana no transmitir a quienes nos sucedan nuestras propias opiniones, sino conservar lo que ha sido recibido de nuestros mayores

¿Cómo acabó, pues, la cosa? ¿Cómo había de acabar sino de la manera acostumbrada y normal? Se atuvieron a la antigüedad y se rechazó la novedad. 

¿Es que, acaso, no hubo defensores de la innovación? Al contrario, hubo un tal despliegue de ingenios, una tal profusión de elocuencia, un número tan grande de partidarios, tanta verosimilitud en las tesis, tal cúmulo de citas de la Sagrada Escritura, aunque interpretada en un sentido totalmente nuevo y errado, que de ninguna manera, creo yo, se habría podido superar toda aquella concentración de fuerzas, si la innovación tan acérrimamente abrazada, defendida, alabada, no se hubiera venido abajo por sí misma, precisamente a causa de su novedad

¿Qué ocurrió con los decretos de aquel concilio africano y cuáles fueron sus consecuencias?

[Se refiere San Vicente de Lerins al concilio que Agripino convocó en Cartago, en el que tomaron parte setenta obispos y en el que decidieron rebautizar a los herejes]

Gracias a Dios no sirvieron para nada. Todo se esfumó como un sueño y una fábula y fue abolido como cosa inútil, rechazado, no tenido en cuenta. 

Pero he aquí que se produjo una situación paradójica

Los autores de aquella opinión son considerados católicos, y en cambio sus seguidores son herejes; los maestros fueron perdonados y los discípulos condenados. Quienes escribieron los libros erróneos serán llamados hijos del reino, mientras que el infierno acogerá a quienes se hacen sus defensores. 

[San Agustín, en De unico baptismo contra Petilianum, capítulo 13; ML 43, 607, se expresa de esta manera dura, contra los donatistas, que continuaron bautizando incluso a los católicos que se les sumaban: «En lo que a mí respecta, diré con pocas palabras lo que pienso de esta cuestión: que aquellos rebautizaran a los herejes fue un error humano; pero que éstos continúen todavía hoy re bautizando a los católicos es una presunción diabólica»]

¿Quién puede ser tan loco hasta el punto de poner en duda que el beato Cipriano, luz esplendorosa entre todos los santos obispos y mártires, reina junto con sus colegas eternamente con Cristo? 

[El Papa San Esteban excomulgó a San Cipriano y a todos los Obispos africanos que afirmaban que había que volver a bautizar a los que provenían de la herejía. San Cipriano defendía su postura de buena fe, creyendo que la tradición estaba de su parte. Se levantó una dura polémica, hasta que prevaleció la palabra del Papa. San Esteban y San Cipriano murieron mártires en los años 257 y 258 respectivamente, en la persecución llevada a cabo por el emperador Valeriano]

Y al contrario, ¿quién podría ser tan sacrílego que negase que los donatistas y las otras pestes que, presuntuosamente, quieren rebautizar, apoyándose en la autoridad de aquel concilio, arderán eternamente con el diablo?

El Conmonitorio a cámara lenta (5 ) TESTIMONIO DE SAN AMBROSIO



TESTIMONIO DE SAN AMBROSIO

5. Es posible que alguno piense que yo invento o exagero por amor a la antigüedad y odio a las novedades


Quienquiera que así piense, preste por lo menos audiencia a San Ambrosio, el cual, en el segundo libro dedicado al Emperador Graciano, deplorando la perversidad de los tiempos, exclamaba: 

«Dios Todopoderoso, nuestros sufrimientos y nuestra sangre ya han rescatado suficientemente las matanzas de confesores, el exilio de obispos y tantas otras cosas impías y nefandas. Ha quedado más que claro que quienes han violado la fe no pueden estar seguros».
Y en el tercer libro de la misma obra dice: 

«Observamos fielmente los preceptos de nuestros Padres, y no rompemos con insolente temeridad el sello de la herencia. Porque ni los señores, ni las Potestades, ni los Ángeles, ni los Arcángeles han osado abrir aquel profético libro sellado: sólo a Cristo compete el derecho de desplegarlo».

«¿Quién de nosotros se atrevería a romper el sello del libro sacerdotal, sellado por los confesores y consagrado por tantos mártires? Incluso aquellos mismos que, constreñidos por la violencia, lo habían violado, inmediatamente rechazaron el engaño en que habían caído y tornaron a la fe antigua. Quienes no osaron violarlo, vinieron a ser confesores y mártires. ¿Cómo podríamos renegar de su fe, si celebramos precisamente su victoria?»

A todos ellos vaya, oh venerable Ambrosio, nuestra alabanza, nuestro encomio, nuestra admiración.

¿Quién sería tan estulto que, no pudiendo igualarlos, no desee, al menos, imitar a estos hombres, a quienes ninguna violencia consiguió desviar de la fe de los Padres?

Amenazas, lisonjas, esperanza de vida, temor a la muerte, guardias, corte, emperador, autoridades, no sirvieron de nada: hombres y demonios fueron impotentes ante ellos.

Su tenaz apegamiento a la fe antigua los hizo dignos, a los ojos del Señor, de una gran recompensa. Por medio de ellos, Él quiso levantar las Iglesias postradas, volver a infundir nueva vida a las comunidades cristianas agotadas, restituir a los sacerdotes las coronas caídas.

Con las lágrimas de los obispos que permanecieron fieles, Dios ha limpiado, como con una fuente celestial, no ya las fórmulas materiales, sino la mancha moral de la impiedad nueva. Por medio de ellos, en fin, ha reconducido al mundo entero -todavía sacudido por la violenta y repentina tempestad de la herejía- de la nueva perfidia a la fe antigua, de la reciente insania a la primitiva salud, de la ceguera nueva a la luz de antes


Mas lo que debemos destacar principalmente en este valor casi divino de los confesores es que han defendido la fe antigua de la Iglesia universal y no la creencia de ninguna fracción de ella.

Nunca habría sido posible que tan grandes hombres se prodigasen en un esfuerzo sobrehumano para sostener las conjeturas erróneas y contradictorias de uno o dos individuos, o que se empleasen a fondo en favor de la irreflexiva opinión de una pequeña provincia.

En los decretos y en las definiciones de todos los obispos de la Santa Iglesia, herederos de la verdad apostólica y católica, es en lo que han creído, prefiriendo exponerse a sí mismos a la muerte antes que traicionar la antigua fe universal.

Así merecieron alcanzar una gloria tan grande, que fueron considerados no sólo confesores, sino, con todo derecho, príncipes de los confesores.



martes, 9 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta ( 3 y 4). EJEMPLOS HISTÓRICOS DE CÓMO APLICAR LA REGLA CONTRA EL ERROR




EJEMPLOS HISTÓRICOS DE APLICACIÓN DE LA REGLA

3. - ¿Cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico si alguna pequeña parte de la Iglesia se separa de la comunión en la fe universal?

No cabe duda de que deberán anteponer la salud del cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso.

-Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo, sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera?

En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad la cual no puede, evidentemente, ser alterada por ninguna nueva mentira. 


- ¿Y si en la antigüedad se descubre que un error ha sido compartido por muchas personas, o incluso por toda una ciudad, o por una región entera?

En este caso pondrá el máximo cuidado en preferir los decretos -si los hay- de un antiguo Concilio Universal, a la temeridad y a la ignorancia de todos aquellos.

-¿Y si surge una nueva opinión, acerca de la cual nada haya sido todavía definido?

Entonces indagará y confrontará las opiniones de nuestros mayores, pero solamente de aquellos que siempre permanecieron en la comunión y en la fe de la única Iglesia Católica y vinieron a ser maestros probados de la misma. Todo lo que halle que, no por uno o dos solamente, sino por todos juntos de pleno acuerdo, haya sido mantenido, escrito y enseñado abiertamente, frecuente y constantemente, sepa que él también lo puede creer sin vacilación alguna.

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4. Para poner más de relieve cuanto he dicho, documentaré con ejemplos mis aserciones, tratando de ello con un poco de mayor detenimiento, para que no suceda que el deseo de ser breve, a toda costa, me haga dejar atrás cosas importantes.

En el tiempo de Donato, de quien han tomado el nombre los donatistas, una parte considerable de África siguió las delirantes aberraciones de este hombre. Olvidándose de su nombre, de su religión, de su profesión de fe, antepusieron a la Iglesia de Cristo la sacrílega temeridad de un solo individuo.

Quienes se opusieron entonces al impío cisma permanecieron unidos a las Iglesias del mundo entero y sólo ellos entre todos los africanos pudieron permanecer a salvo en el santuario de la fe católica. Obrando así, dejaron a quienes habrían de venir el ejemplo egregio de cómo se debe preferir siempre el equilibrio de todos los demás a la locura de unos de pocos.

Un caso análogo sucedió cuando el veneno de la herejía arriana contaminó no ya una pequeña región, sino el mundo entero, hasta el punto de que casi todos los obispos latinos cedieron ante la herejía, algunos obligados con violencia, otros sacerdotes reducidos y engañados. Una especie de neblina ofuscó entonces sus mentes, y ya no podían distinguir, en medio de tanta confusión de ideas, cuál era el camino seguro que debían seguir. Solamente el verdadero y fiel discípulo de Cristo que prefirió la antigua fe a la nueva perfidia no fue contaminado por aquélla peste contagiosa.

Lo que por entonces sucedió muestra suficientemente los graves males a que puede dar lugar un dogma inventado. Todo se revolucionó: no sólo relaciones, parentescos, amistades, familias, sino también ciudades, pueblos, regiones. El mismo Imperio Romano fue sacudido hasta sus fundamentos y trastornado de arriba abajo cuando la sacrílega innovación arriana, como nueva Bellona o Furia, sedujo incluso al Emperador, el primero de todos los hombres.

Después de haber sometido a sus nuevas leyes incluso a los más insignes dignatarios de la corte, la herejía empezó a perturbar, trastornar, ultrajar toda cosa, privada y pública, profana y religiosa.

Sin hacer ya distinción entre lo bueno y lo malo, entre lo verdadero y lo falso, atacaba a mansalva a todo el que se ponía por delante. Las esposas fueron deshonradas, las viudas ultrajadas, las vírgenes profanadas. Se demolieron monasterios, se dispersaron los clérigos; los diáconos fueron azotados con varas y los sacerdotes fueron enviados al exilio. Cárceles y minas se colmaron de santos. Muchísimos, arrojados de las ciudades, anduvieron errantes sin posada hasta que en los desiertos, en las cuevas, entre las rocas abruptas perecieron miserablemente, víctimas de las bestias salvajes y de la desnudez, del hambre y de la sed.

¿Y cuál fue la causa de todo esto? Una sola: la introducción de creencias humanas en el lugar del dogma venido del cielo. Esto ocurre cuando, por la introducción de una innovación vacía, la antigüedad fundamentada en los más seguros basamentos es demolida, viejas doctrinas son pisoteadas, los decretos de los Padres son desgarrados, las definiciones de nuestros mayores son anuladas; y esto, sin que la desenfrenada concupiscencia de novedades profanas consiga mantenerse en los nítidos límites de una tradición sagrada e incontaminada.

lunes, 1 de agosto de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta. (2) REGLA PARA DISTINGUIR LA VERDAD CATÓLICA DEL ERROR





REGLA PARA DISTINGUIR LA VERDAD CATÓLICA DEL ERROR

2. Habiendo interrogado con frecuencia y con el mayor cuidado y atención a numerosísimas personas, sobresalientes en santidad y en doctrina, sobre cómo poder distinguir por medio de una regla segura, general y normativa, la verdad de la fe católica de la falsedad perversa de la herejía, casi todas me han dado la misma respuesta: «Todo cristiano que quiera desenmascarar las intrigas de los herejes que brotan a nuestro alrededor, evitar sus trampas y mantenerse íntegro e incólume en una fe incontaminada, debe, con la ayuda de Dios, pertrechar su fe de dos maneras: con la autoridad de la ley divina ante todo, y con la Tradición de la Iglesia Católica».

Sin embargo, alguno podría objetar: Puesto que el Canon de las Escrituras [ver LÉXICO al final] es de por sí más que suficientemente perfecto para todo¿qué necesidad hay de que se le añada la autoridad de la interpretación de la Iglesia?

Precisamente porque la Escritura, a causa de su misma sublimidad, no es entendida por todos de modo idéntico y universal
De hecho, las mismas palabras son interpretadas de manera diferente por unos y por otros. Se podría decir que tantas son las interpretaciones como los lectores (...)

Es pues, sumamente necesario, ante las múltiples y enrevesadas tortuosidades del error, que la interpretación de los Profetas y de los Apóstoles se haga siguiendo la pauta del sentir católico.

En la Iglesia Católica hay que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes, siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra. 
Pero esto se conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el consenso general. 

Seguiremos la universalidad, si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma de los sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad, abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los Obispos y Maestros.
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LÉXICO

Canon de las Sagradas Escrituras

La palabra canon, en griego significa reglaEl cristianismo posee libros sagrados de origen divino que contienen el relato de su historia, la exposición de su creencia y la ley de su conducta práctica. Dios ha querido que su palabra permaneciese entre nosotros según los modos ordinarios del pensamiento humano.

Los libros que la Iglesia reconoce como «canónicos», es decir, como reguladores de su fe y de su práctica, se fueron constituyendo lentamente en el curso de catorce siglos, desde Moisés hasta el primer siglo de la era cristiana

Estos libros sagrados constituyen dos grandes colecciones: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento; entre las dos comprenden aquellos textos que, según la Tradición de las iglesias apostólicas, se consideraron desde el principio como libros revelados. Así se formó el «canon», de cuya precisa fijación antes de finalizarse el siglo II da fe el fragmento de Muratori

[En el siguiente enlace se da una información más completa, para aquel que esté interesado en el tema desde un punto de vista histórico]